Al lado de un enfermo 

León, Guanajuato

Literatura

Al lado de un enfermo

Por Iván Castillo   25/06/21

*Nota al lector o lectora: En relación con el lenguaje de la presente publicación, se respetó en su totalidad el utilizado por el escritor.  

Alison tuvo que haber despertado desde las nueve de la mañana para dializar a su mamá. Cuando vio que su reloj daba pasadas de las once dijo una irreverencia que se desvaneció en el bostezo. No se lavó la cara. La mañana de aquel lunes ―con los primeros vientos de otoño― se había manifestado en cuanto Alison abrió la ventana con la deprimente vista de una pared de ladrillos.

    Alison bajó las escaleras tocada por el mal sueño hablando fregadera y media, tenía el pelo estropajoso que quiso alisarse con las manos en dos pasadas, mostraba el color de sus mejillas chapeteadas, por su cara de señora enojona, nariz achatada, y mal puesta la playera del tamaño de una sábana, ampliamente se veía muy estresada.

    Entró al cuarto de su mamá sosteniendo las bolsas de agua, apoyando la rodilla en el borde de la puerta que rechinaba un poco. Metió las bolsas en el horno de microondas. Su mamá se descubrió el rostro pálido de la colcha; y sus ojos de semisueño por la insoportable luz que entraba por la ventana porque se había caído la cortina.

    ―Acomoda esa cortina, Ali ―dijo su mamá―. Mira cómo traigo las patas, todas calientes.

    ―Voy, amá ―respondió Alison―. ¿Qué no ve que voy entrando?

    La mamá amaneció con la sonda enrollada por debajo del peso de su espalda, que Alison resolvió con una expresión de adversidad. Todavía se veía sucia junto con la faja mal abrochada; también resolvió el caso buscando una limpia que había dejado como reserva en una caja de zapatos que ella misma adaptó para guardar cosas. 

    ― ¿A qué güele? ―preguntó la mamá, desabotonando la blusa de la parte del estómago.

    ―Es la peritonitis ―dijo Alison―. Otra vez tiene pus.

    Alison limpió el absceso con jabón y una bola de algodón haciendo masajes circulares. Hizo un esfuerzo para no hacerlo de mal modo, aunque era una experta para dializar. La mamá movió los ojos hacia las manos de Alison con una aspiración profunda de paciencia, vio cómo retiró las costras y después se incorporó para tirar el agua.

    Cuando terminó de vaciarse, se apachurró el estómago sacudiéndolo sin mucho esfuerzo. Instaló ella misma la otra bolsa, usó las pinzas y rodó la silla para descansar de la cama.

    Alison observó cómo entraba el agua al cuerpo de su madre.

    ― ¿Llamo a la carnicería? ―preguntó.

    ―Sí, pides carne para hoy y mañana ―respondió la mamá.

    Encerradas en su cuarto, Alison hizo el pedido por teléfono y un momento después llegó Sofía, la hermana de la mamá, tocando el timbre de la casa, cargando una charola desechable y un vaso de atole, también para preguntarle por qué no había pasado por el almuerzo.

    ―Me quedé dormida ―dijo Alison.

    La mamá permaneció inmóvil en la silla del cuarto esperando que Alison cerrara la sonda y le acomodara la blusa de botones. Pero luego ella misma lo hizo. Se inclinó un poco para alcanzar las sandalias, para acompañar en la cocina a Sofía que recalentaba el almuerzo en el otro horno de microondas más pequeño.

    Alison terminó de recibir su pedido y en cuanto entró a la casa apresuró a dejar la carne en el congelador mientras Sofía se disponía a ayudar a su hermana a sentarse en una silla plástico.

    ― ¿Por qué te paraste? ―dijo, casi gritándoles.

    ―Déjala ―intervino Sofía―. Le hace bien salirse un poco.

    La mamá evadió a ambas. Se ocupó en ponerse cómoda en la silla dirigiéndose a sus plantas para mirarlas sin parpadear. Ciñó el entrecejo al ver que el romero y la mejorana se secaban.

    ― ¿Me harían el favor de regar mis plantitas? ―preguntó.

    Alison regresó al cuarto de su mamá para tender las sábanas.

    ―Ayer lo hice, mamá ―dijo.

    La mamá almorzó la comida sin sal con la ayuda de su hermana. No terminó de beberse el atole sin dulce. Después, Sofía les prometió que mañana llegaría más temprano con algo de despensa y se despidió sin cortesía casi a la una de la tarde; la hora exacta en que mete Alison a bañar a su mamá.

    ―Hija ―dijo la mamá―. Ve a la tienda para que traigas un saldiuvas. La comida de Sofía me dio asco.

    Alison la miró sin hablar.

    ―Al rato, amá ―dijo―. El señor que está ahorita me cae gordo.

     ― ¿Qué te hizo? ― preguntó la mamá.

    Alison se acercó a su mamá para peinarla.

    ―No, nada ―dijo―. Sólo cuando te da el cambio, como que quiere agarrarme la mano.

    La mamá le pidió que le hiciera una trenza terciada.

    ―Apenas te iba a decir que le pidieras trabajo en la tienda ―dijo.

    ― ¡Ay, no! ―exclamó Alison―. Con ese viejo nunca.

    La mamá agachó la cabeza para descansar el cuello y se quedó inmóvil.

    ―Tampoco puedes andar todo el tiempo de güevona ―dijo con las manos en el cuello.

    Al finalizar la mamá quiso intervenir en el peinado. Pero Alison no la dejó y le cerró la punta de la trenza con un pasador.

    ―A ver, dígame, ¿quién la va a ayudar? ―preguntó.

    ―Yo solita puedo ―respondió la mamá―. Ándale, pues. Ve a pedirle que te dé chamba. Quién quite y un día de éstos ya hasta tienda tienes.

    La mamá se disponía a bromear a Alison con el tendero, quien reposaba la trenza en un hombro de su madre. Se atrevió a decirle barbaridades aborrecibles como si le conviniera. 

    ―Con ese pinche viejo: ni a la esquina ―respondió Alison ―. Ni que fuera Sofía.

Iván Castillo (León, Guanajuato, 1992). Comenzó a escribir desde los 17 años al mismo tiempo que cumplía con su servicio social en la biblioteca pública Ignacio García Téllez. De ahí, su gusto por la literatura. 

Su primera participación fue en la Revista Ecos Literarios en octubre de 2020. Participó en la antología Andanzas y remembranzas del capítulo León, que organiza el colectivo Red Estatal de Tertulias Literaria "José Luis Calderón Vela".

Este texto se publicó originalmente en la Revista Cultural Alternativas 129

 


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