¡Pásele, pásele, sí hay…! 

León, Guanajuato

Cultura, Identidad y Patrimonio

¡Pásele, pásele, sí hay…!

Por María Luisa Vargas San José   08/06/21

Todavía hoy escuchamos en nuestras ciudades una gran diversidad de gritos y pregones que comienzan tempranito con los vendedores de tamales y terminan al caer la tarde con el chiflido nostálgico del carrito de los camotes.

Costumbres, modos y quehaceres que resisten el paso del tiempo. Comprar y vender de puerta en puerta es un oficio antiguo que ni siquiera el siglo XXI con toda su fuerza modificadora ha podido vencer por completo. Y qué bueno, me alegra muchísimo que así sea, porque los sonidos de la ciudad son parte profunda de su personalidad y de nuestros recuerdos compartidos como moradores de su tiempo y espacio.

Los aún numerosos vendedores ambulantes que recorren nuestras calles se anuncian cada uno a su manera, unos utilizando megáfonos o bocinas con grabaciones y otros cantando el pregón desde el fondo de su ronco pecho. Desde la tierna melodía del heladero que siempre suena a circo y a niños jugando, al camioncito blanco que vende pan dulce y bolillo sonando un claxon que muge tal cual una vaca enorme, hasta el cascabeleo suave de la carreta que vende tierra para macetas o fruta y verdura, tirada por un caballito flaco que no entiende qué hace en medio de tanto asfalto, son parte de una ciudad provinciana que aunque da la batalla por permanecer, vemos que se va extinguiendo poco a poco.

En un intento de despertar la memoria y con la ayuda generosa de muchos amigos leoneses hemos recopilado algunos de los pregones más comunes de León. Los hay de todo tipo, color y sabor; en esta columna los primeros que convocaremos son aquellos que nos hacen agua la boca:

-“¡Ya llegaron, ya están aquí, tamales de rojo con carne, de verde con queso y de azúcar con vainilla, también les traemos su rico champurrado!”.

-“Tamaleeeeesss de polloooo estiloooo Oaxaca… ¿Quiéren tamalesss? ¡Pos’ compreeenn!

Cómo dejar pasar a aquellos panaderos que siguen pedaleando su bici al ritmo enorme de Tin Tan cantando: “El panadero con el pan... Diga si va, pronto a salir, porque si no para seguir repartiendo el pan, repartiendo el paaaaan. ¡Panadero con el pan! ¡Voy que me estoy peinando! Mire aquí le traigo las donas, los cuernos... Eso sí no tengo…

Y qué tal las -”¡GOOOOOOOOOOORDITAS DE HORNOOOOO!”

Gritos simples y contundentes hay miles:

-“¡Jocoquííí!”.

 -“¡Garbanza frescaaa! ¡Hay garbanzaaaaaa!”.

-“¡Fresca y helada la tuba, lleve su tuba!”, “nopalitos cocidooooos”, “¡hay la nieveeeeeeeeeeee!”.

-“¡Tacos, tacos, tacos al vapor, de queso, de papa, frijoles y chicharrón, tacos, tacos, tacos al vapor, pásele a probar sus ricos tacos calientitos!”.

Y otros de ingeniosa redundancia:

-“Mande a su niño con una cubeta, tenemos naranjas de jugo para los jugos”.

Los que más me conmueven son sin duda aquellos que provienen de la memoria personal de amigos de distintas generaciones y que transcribo respetuosamente en su primera persona original: 

De cuando había monedas de 5 y de 20… centavos:

-“Yo me acuerdo de un señor que vendía merengues afuera del edificio de correos, aquí en León. Los merengues eran de distinto tamaño y gritaba: “con un quinto, un 10, un 20, se empalaga”.

-“Hace varias décadas, pasaba por mi calle un burro cargado de tinajas de barro y el vendedor que gritaba “¡Agua mieeeeeel!”.

-“Cuando niña, en la colonia Bellavista, pegada a la Arbide, pasaba el que vendía «¡elooootes, tunas!», y un señor que vendía churros, había que tirarle a una diana, él le daba vuelta y según al número que le dieras era el tamaño del churro”.

-“Por nuestra calle pasaban también los yakults, sólo tocaban el timbre, pero sin canción, también el de los bolis, que solo decía; “¡Boliiiiissss! “¡Agua cieeeel, antes, aguaa riscooo! Y el perro se ponía como loco. También pasaba el juguero con sus ¡aguaaas frescaaas!”.

-“Por mi casa, cuando era pequeña, pasaba un señor que vendía elotes y gritaba: ¡eeeeeelotess! ¡Llegaaaaaaaaron los eloooteeeees! Hay con chile y queso, sí hay, sí hay! Y otra modalidad elotera: ¡Elotes tiernitos y calientitos, para que mande o venga por sus buenos elotes ¡Bieeen rrricoos! Calientitos sus elotes y vasitos!”.

- “Yo recuerdo a un señor que vendía pescado. Eso ya hace más de 25 años. Yo vivía en la “Kennedy” y el señor pasaba en un diablito con una caja de plástico gritando: quiere pescaaaaado, pescado fresco.

Y en Irapuato, no lejos de aquí:

-“¡Hay varas, hay varitas, varitaaaaas!”. “Estos eran tejocotes o manzanas cubiertas de caramelo, insertados en un palo. De ahí la vara”.

En Silao:

-“Pasaba un señor con su carrito y una tina con camote cocido con piloncillo delicioso y grita: La raíííízz, así con cola… Y habíamos muchos esperándolo”.

-“Todavía hoy en la colonia La Martinica se escucha la canción de: …y te aprovechas porque sabes que te quiero... ¡Pásele a los tamales, tamales de rojo, de salsa verde y azúcar, tamales de mole bien calientitos!... Y continúa: ....no buscaré culpables yo lo soy porque cuando me llamas siempre estoy...”.

O “¡toooooortillas, tlacoyitos, flautas, sopes. ¿Vaaa a querer? (a todo pulmón). 

Dice una amiga que ella conoció a un señor de los raspados que decía:

-“¡Cárgueles calor!”.

Y algún otro conocía un tipo que iba más allá y decía:

-“¡Cárgales calor satanás!”.

También hay magníficos pregones que ofrecen servicios esenciales para la buena marcha de una casa, como es el caso del comprador de fierro viejo, cachivaches y básicamente basura y triques que amenazan con ahogarnos entre sus inútiles presencias:

- “Compramos hasta la puerta de su casa los desperdicios de fierro viejo, todo lo que no le sirva, todo lo que le esté estorbando, nosotros se lo compramooooss, colchones, estufas, lavadoras, háganos una seña y con gusto le atenderemos”.

“¡Fierro viejo que vendaaa, colchones lavadoras, gabinetes háganos una seña y si no puede nosotros se lo abajamos!”.

Uno de los más antiguos pregones es el del afilador de cuchillos que con su solo sonido tiene para anunciarse:

-“¡Ya llegó el afilador! Tijeras, cuchillos que afilaiiiiii...”.

Tengo una amiga que cuando oye la mágica flauta que sube y baja veloz por toda su metálica escala, hace una danza extraña, dando tres vueltas sobre sí mismamoviendo su falda lo más que puede. Creo que es un ritual para espantar la mala suerte, pero es que de verdad el afilador le pone los pelos de punta. Todavía suena en las calles el que vende cloro y pinol, “El cloro, el pinol; traiga su envase”, y uno que está más vivo que nunca, hasta que lleguen las conexiones de gas natural:

-“¡El gaaassss!”.

-“¡Que no le digan, que no le cuenten, que la luna es de queso, compre sus trusas dos por el peso, se las medimos, se las probamos si no le quedan se las bajamos!”.

Seguramente esto lo aprendí del señor que vendía calzones en el tianguis. Para despedirnos, finalicemos como lo hacen las tardes frías del otoño, con el aullido largo, purpúreo, hondo y metálico, con el que el carrito de los camotes le canta a la luna… “¡hay camoteeeess!”.

Este texto se publicó originalmente en la Revista Cultural Alternativas 129


Historias Populares
Historias Recientes

Instituto Cultural de León

Oficinas Generales
Edificio Juan N. Herrera s/n
Plaza Benedicto XVI, s/n
Zona Centro
León, Guanajuato, México.

E-mail: prensaicl@gmail.com
Teléfonos: (477) 716 4301 - (477) 716 4899