Keplerianos: Los genios 

León, Guanajuato

Literatura

Keplerianos: Los genios

Por Jennyfer Cabrera Vega    27/04/21

El planeta Kepler 442B se encontraba, desde hacía varios siglos keplerianos, habitado por genios. Habían considerado, en diversas ocasiones, cambiar su nombre a generianos, generiables o generinos, pero, a final de cuentas, se llamaban a sí mismos keplerianos. 

Estos seres inteligentísimos habían desarrollado unas cabezas enormes, tan pesadas que necesitaban recostarlas constantemente para que el cuello descansara de semejante peso. El color de su piel era azulado por la poca cantidad de oxígeno que albergaba el planeta, pero sus cuerpos habían logrado mutar de manera que podían sobrevivir en esas condiciones. El estado de shock al que había sido sometido el cerebro de los primeros keplerianos por la deficiencia de oxígeno había ocasionado el hiperdesarrollo del órgano que, posteriormente, crearía innumerables conexiones neuronales. Eran descendientes directos de los terrícolas, aquellos seres inferiores y plagados de infortunios que, aún después de millones de años, seguían cometiendo los mismos errores. Los keplerianos habían trascendido gracias a su genialidad, pero mantenían una conexión directa con sus antecesores y no podían evitar sentir pena por ellos. Afortunadamente se encontraban alrededor de 1115 años luz lejos de la Tierra y eran pocas las veces que tenían contacto con algún terrícola. 

Los keplerianos realizaban sus tareas diarias eficazmente: aquellos genios beneficiados con el pensamiento lógico-matemático calculaban fórmulas y desarrollaban prestigiosas investigaciones. Los que contaban con un privilegiado oído musical componían maravillosas músicas. Aquellos genios de la naturaleza encontraban creativas maneras de seguir produciendo alimento a pesar de las condiciones extremas en las que se encontraba el planeta. Había todo tipo de genialidades en K-442B: constructores, artistas, agricultores, investigadores, médicos, filósofos, cocineros, entre otros. Cada kepleriano era igual de importante que los demás y todos tenían una función.

Un día, mientras todos llevaban a cabo sus labores, apareció un destello luminoso en la bóveda celeste y un objeto cayó al suelo kepleriano a toda velocidad. Mientras el objeto caía, algunos keplerianos calcularon la velocidad y distancia para anticipar el lugar exacto del aterrizaje. Otros analizaron la dirección de la cual provenía el objeto no identificado para trazar la trayectoria de origen. Unos más identificaban los sonidos que producía el objeto en hercios y procesaban esas frecuencias. Hasta hubo quienes analizaron el color y el efecto de la luz para determinar si aquellas tonalidades existían en algún otro lugar del universo. 

Gracias a estos datos, para el momento en el que el objeto cayó al suelo, los keplerianos estaban seguros de que provenía de la Tierra. Lo miraron por unos minutos. Entonces se abrió una puerta y de ella salió un ser kepleroide pero mucho más pequeño, con la piel lo bastante oxigenada para saber que provenía de otro sitio y con la cabeza tan pequeña que era imposible pensar que fuese un genio. Vestía un traje especial que le permitía respirar con normalidad. Sin duda estaban frente a un niño terrícola. 

-    Hola. ¿Quiénes son ustedes? – preguntó el niño, un poco aturdido. 

-    Somos keplerianos. – respondió uno de ellos. – Estás en el planeta de los genios. 

-    ¿Genios? – preguntó desconcertado el niño. – Mi mamá dice que yo tengo muy mal genio. 

-    ¿Mal genio? – repitió, extrañado, uno de ellos. – Eso es una falacia. Un genio no puede ser malo. 

-    Oh, pero sí que puede. Bueno, eso dice mi mamá. Aunque ella también está de genio de vez en cuando. 

-    ¿De vez en cuando? Bueno, nosotros somos genios siempre. 

-    Oh, ¡ya entiendo!, son de esos genios… – dijo el niño, emocionado - ¿me concederán tres deseos?

-    ¿Deseos? – respondieron desconcertados, al unísono. – No. Nosotros somos genios porque lo sabemos todo. 

-    Mmm… Ya veo. Entonces, díganme… ¿qué hago aquí?

-    ¿Cómo podríamos saberlo? – preguntó otro kepleriano.

-    Bueno, ¿no se supone que lo saben todo? Deberían saber por qué estoy aquí.

-    El terrícola tiene razón… – dijo uno de ellos, preocupado. – … deberíamos saberlo. 

-    Y, ¿por qué son azules?

-    Bueno, nuestro planeta no posee mucho oxígeno, y… - comenzó a explicar otro de ellos, cuando fue abruptamente interrumpido. 

-    Pero, ¿por qué azul y no color rosa o verde?

-    Bueno, yo… - el kepleriano se había quedado, una vez más, sin respuestas. 

-    Uy, parece que ustedes no saben nada de nada. ¡Vaya genios que me he encontrado! - dijo, enfadado.

-    Pero, nosotros sabemos cómo funcionan todas las cosas. 

-    Si saben cómo funcionan todas las cosas… ¿por qué estoy aquí?

-    Sigue hablando, niño de la Tierra – dijo atento otro de ellos. 

-    ¿Por qué hablan tan lento y bajito? Y, ¿por qué son tan cabezones?, ¿no les estorban esas cabezas?

Los keplerianos se miraban desconcertados. Nunca se habían hecho esas preguntas. De hecho recordaban tener siempre muchas más respuestas que preguntas. Reflexionaron un momento y decidieron llevar al niño al Centro Supremo de Conocimiento Kepleriano. Los recibió la Voz Kepleriana Suprema, una inteligencia artificial creada centurios atrás para albergar el conocimiento del Universo. 

-    Bienvenidos. Elijan el tema a consultar. - dijo, muy lento, la ceremoniosa voz.

Lo que sucedió a continuación fue un evento sin precedentes. El niño terrícola hizo todas las preguntas que jamás había tenido oportunidad de formular. Durante una hora completa volaron ‘por qués’ y ‘cómos’ por aquí y por allá. La Voz Suprema no logró responder a todas las cuestiones. Pronto los keplerianos comenzaron, también, a hacerse preguntas, hasta llegar a la más antigua de todas… ¿cuál es el sentido de la existencia misma? 

Fue así como un niño terrícola que preguntaba demasiado terminó con la raza más inteligente de ese lado del universo. 

Jennyfer Cabrera Vega. Originaria de la ciudad de Querétaro, su formación académica comprende la licenciatura en Psicología Clínica por la Universidad Autónoma de Querétaro y la licenciatura en Composición Musical por la Universidad de Guanajuato. Su desarrollo en la escritura literaria es relativamente reciente, aunque su afición por la lectura se remonta a sus primeros años de vida. Fue ganadora de los Premios de Literatura de León 2021 en la categoría de Cuento Corto. Su interés literario se enfoca, actualmente, en la mezcla entre realidad y ficción, la aparición de la perspectiva infantil en las historias, el uso de la ironía, el sarcasmo y la exploración de la musicalidad en el lenguaje.

Este texto se publicó originalmente en la Revista Cultural Alternativas 127


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