Enrique Juárez Rico: Un pintor ejemplo de vida 

León, Guanajuato

Cultura, Identidad y Patrimonio

Enrique Juárez Rico: Un pintor ejemplo de vida

Por Jorge Flores   16/03/21

Entre las dificultades propias de la vida, el maestro Enrique Juárez Rico encontró en la pintura un arte conciliador, una expresión liberadora y una manera de demostrar que a través de la pasión artística se puede soñar con un mundo mejor. 

A los dos años, una discapacidad le condicionó la movilidad del lado derecho de su cuerpo, pero eso no le impidió salir adelante. Hoy, con una gran sonrisa, Enrique nos recibe en su casa, una de esas ‘de antes’, con un zaguán grande a los que todavía ilumina sutilmente la luz del sol; a donde mires, hay cuadros y lienzos que transpiran color y estampan con trazos de pincel un México y un Guanajuato de antaño, todas con la caligrafía de kikasso, la firma del maestro Enrique. 

En la sala, ante la mirada de cientos de figuritas de porcelana, Enrique Juárez Rico nos cuenta que nació en León hace 55 años, y que desde entonces, creció en Loma Bonita, donde sigue viviendo. 

La meningitis que ocasionó su discapacidad le valió una infancia difícil, “por mi físico muchos se burlaban de mí, por mi mano y mi pie”, recuerda. Debido a esta discriminación, sus padres decidieron protegerlo manteniéndolo en su hogar, y al no poder salir, Enrique se refugió en el dibujo. 

“Desde chiquillo, como no me dejaban salir para juntarme con los niños, me compraban mis libretas, me compraban colores, lápices, miraba flores, miraba monitos, me ponía a dibujarlos, dibujaba las botellas del cloro, lo que tuviera a la mano”, cuenta el maestro, explicando cómo es que el arte llegó a su vida. 

La creatividad se volvió su motor y comenzó a experimentar, sin saberlo, con otras artes. “Me gustaba hacer cositas de madera, lo que me imaginaba”, relata. 

De joven, nunca creyó dedicarse a la pintura, mucho menos pensar en ser maestro. Siempre fue muy bueno para vender, de niño vendía dulces afuera de su casa, fue creciendo y aumentando la variedad de sus productos hasta que se dedicó a un oficio propio del leonés de pura cepa.

“Mi hermano me traía jarritos de barro, platitos y me ponía a venderlos, luego un hermano me hizo un carrito, él era herrero y durante 20 años me dediqué a vender duros y guacamayas. Me iba muy bien, vendía mucho, yo mismo pinté el carrito”, cuenta con entusiasmo. 

Aún con la rentabilidad que le daba la venta de guacamayas, nunca dejó el dibujo. Ya en su temprana adultez, más o menos a los 25 años, según recuerda, sus padres y hermanos lo motivaron a que buscara clases de pintura y dibujo.

Primero encontró clases de pintura en textil en el Seguro Social, actividad que no lo convenció, así que siguió buscando. Dio con la Casa de la Cultura y sus diferentes talleres, que a lo lejos y sin saber, él creía que eran costosos y de difícil acceso. 

“Yo nomás miraba y decía, «no, eso es nomás para los que tienen dinero», hasta que me decidí a meterme y preguntar”, platica.

Ahí le contaron de los apoyos económicos y las becas, cayendo en cuenta que no era tan costoso; así comenzó su vida dentro de los salones de la Casa de Cultura Diego Rivera. Primero con dibujo y pintura, luego con cualquier taller y clase que se le atravesara.  

“Así empecé y le fui agarrando modo, y como había más talleres en la Casa de la Cultura y me daban facilidades con las becas, entraba a un taller a aprender y luego a otro y pues gracias a Dios me puso personas buenas en el camino para seguir aprendiendo”, rememora con una sonrisa.

Después de un tiempo, durante una clase de escultura, Enrique notó que una de las coordinadoras de aquel entonces lo observaba mientras él realizaba sus ejercicios. Al principio le resultó extraño, luego comenzó a ponerse nervioso. 

“Hasta que me mandó a hablar, yo dije «¿Qué hice mal?»; habló conmigo y me dijo «te hemos visto que le echas muchas ganas, queremos que trabajes con nosotros»”. 

Así fue como Enrique comenzó a trabajar en el Instituto Cultural de León llevando su experiencia, su talento y, lo más importante, su pasión por el arte, a las comunidades y colonias de la ciudad. 

Todo esto lo tomó por sorpresa, Enrique creía que, al no tener escolaridad o estudios especializados, no podría realizar esta labor. Lo que sí tenía era vocación y la convicción de que a través del arte se puede construir un mejor futuro para los niños y niñas de León. 

Hoy, a través de Territorios Culturales y sus distintos programas, el maestro Enrique continúa compartiendo su experiencia y esa visión de que es primordial alejar a la infancia de los malos pasos. 

Con la pandemia y el confinamiento, Enrique Juárez ha tenido que adaptarse y, aunque reconoce su dificultad, se graba con el celular y comparte sus clases virtuales a sus pequeños estudiantes. Enseñar y pintar ya es el núcleo de su vida. 

“Yo pienso que si no lo hago me voy a ir pa’ abajo, porque necesito de mis niños, de las personas, del arte”, asegura. 

El maestro Enrique, por sí mismo, es un ejemplo de cómo el arte transforma; pero más allá de la docencia, busca hacer un cambio, ya sea recolectando juguetes para los niños y niñas del Hospital Regional o haciendo actividades artísticas para la infancia de su colonia. 

“Si toda la gente se pusiera a hacer algo de arte, cambiaría el mundo. En vez de andar de malvivientes, que hicieran algo; hay muchas cosas que podemos hacer en lugar de andar por ahí aprendiendo cosas malas”, declara con la convicción de alguien que ha sido testigo de la cualidad transformadora del arte. 

“Estoy contento y agradecido con Dios que me quitó una parte, pero a lo mejor por eso me dio otra para meterme de lleno al dibujo”, finaliza y se pone de pie para mostrarnos sus pinturas, su taller, su mundo rodeado del arte.

 


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