Rollos velados - El cine es la cápsula 

León, Guanajuato

Cine y Escénicas

Rollos velados - El cine es la cápsula

Por Diego Enríquez Macías   07/01/21

El cine en sí es una cápsula del tiempo. 1895 quedó fascinado con las imágenes de obreros saliendo de las puertas de la fábrica Lumiere, encapsulando lo que sería el futuro de la humanidad y la manera en cómo lo documentamos para generaciones posteriores. Desde ese momento, la historia comenzó a escribirse con imágenes en movimiento.

Nuestra propia imaginación sobre el futuro se ha trazado en el cine. El presente texto fue planteado con una pregunta tal vez imposible de responder con un solo título: “¿qué película del siglo xxi pondrías en una cápsula del tiempo a ser abierta por generaciones futuras?” Pregunta igual de cruel como la clásica de “¿cuál es tu película favorita? A más de 100 años de distancia de su origen, así como lo marca la historia, cada década ha tenido piezas cinematográficas que han marcado a cada generación, tanto en el vertiginoso carril del cine comercial que inunda el imaginario colectivo de la cultura popular hasta las piezas más sofisticadas que han ido moldeando el lenguaje mismo de la cinematografía desde la experimentación estética, técnica y narrativa.

El año 1995, un siglo después de la aparición del aparato de los Lumiere, trajo consigo A Lisbon Story, un recorrido sentimental y una carta de amor a la historia del cine de la mano de Wim Wenders, deambulando sobre la delgada línea que separa la ficción del documental, como lo ha hecho el propio director en buena parte de su filmografía y como se ha escrito en sí la misma historia del cine, buscando encapsular su propio recorrido para las generaciones futuras.

El documental, por mera definición, ha tenido precisamente ese poder a lo largo del tiempo, el de enmarcar a través de una mirada de autor, un cierto fragmento de la realidad o de nuestra historia. Cito a Wenders como mi elegido para ser encapsulado con su obra de 2014 La Sal de la Tierra. Ya había recorrido estos caminos en alguna entrega de esta misma edición, hablando sobre tal filme como un recorrido hacia la a veces dolorosa imagen de la propia humanidad, citando aquel texto mencionado:

“(Wenders) acompañado de la mano del fotógrafo Sebastião Salgado, tal como lo hiciera Dante guiado por Virgilio, a las entrañas del infierno construido en el mundo por el hombre mismo. A través de la potente y desgarradora belleza de las fotografías de Salgado, la película nos enfrenta a nosotros mismos y a nuestra capacidad de autodestrucción, nos hace intrincados nudos en la garganta al hacernos ver los puntos más bajos de la así llamada humanidad para luego hacer volver el color a la pantalla, lanzándonos de lleno a la abrumadora selva amazónica y brindándonos esperanza, mostrándonos un futuro que pudiéramos construir desde la tierra quemada”.

Y es que tal vez ese tiempo décadas adelante del hoy presente no sea más que tierra quemada. Y volver a ver una película con tal fuerza narrativa y de impulso reflexivo pueda brindar una comprensión de cómo se llegó hasta ese punto, pero sobre todo, de recordar que siempre puede ser posible hacer florecer la vida incluso en la tierra quemada. Si bien, las visiones del futuro pueden parecer sombrías, incluso en la noche más oscura, siempre estará la esperanza del amanecer. Y es precisamente eso, la capacidad de asombrarnos por lo que puede llegar a ser el tiempo que no conocemos, lo que ha hecho del cine la más poderosa bola de cristal.

En la narrativa cinematográfica todo es tiempo y espacio. Y si de alguna manera fuera posible encapsular el presente para ser comprendido en el futuro, sería a través del cine y su poderoso lenguaje de las imágenes y los sonidos.

Este texto se publicó originalmente en la Revista Cultural Alternativas 123


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