La comensalidad, el lenguaje universal 

León, Guanajuato

Cultura, Identidad y Patrimonio

La comensalidad, el lenguaje universal

Por María Luisa Vargas San José   06/02/20

                                               No nos sentamos a la mesa para comer, sino para comer juntos.

Plutarco.

¿Y tú, en qué lengua comes? A mí me gusta comer en mexicano, en español, en indio y en francés. A veces como en chino o en italiano y adoro comer en tailandés. Comer según la lengua peruana, inglesa, japonesa o chilena es una completa felicidad para mi paladar políglota que habiendo nacido mexicano, es capaz de entender mil lenguas y ni una palabra.

Los idiomas gastronómicos burbujean en la historia de cada pueblo según su geografía y los encuentros que ha tenido con los ingredientes y los usos de otras gentes que estuvieron de paso o que se quedaron a vivir y a comer en sus tierras.

En cada lugar hay alimentos que se consideran buenos para comer y otros que son considerados, si no malos, por lo menos sí inapropiados; un mexicano promedio difícilmente se haría un taco de tarántula, rata o cucaracha, mientras que un chino se deleitaría con una sopa de nido de golondrina o una buena rata glaseada; pero estos son sólo idiomas diferentes, el verdadero lenguaje universal, pensado como la construcción simbólica plena de significados comunes a todos, va más allá. Lo que en todas las culturas reconocemos, es que comer no sólo es alimentarse, sino sentarnos juntos a la mesa y lo que pasa ahí.

La comensalidad tiene un poderosísimo componente social, comer juntos habla de celebrar, festejar, reconciliarse, pactar… y también todo lo demás.

En el hogar (fogón, fuego, en la cocina) se disparan las palabras, ahí los miembros del clan se reúnen para hacer memoria, para contarse y recontarse las historias propias de la comunidad, aquellas que le dan sentido a la vida en común, que los han forjado como hombres y mujeres miembros de un “Nosotros” distinto al “Ellos”. Cuántas veces no hemos experimentado la reconfortante vivencia de sentarnos en la cocina y platicar largo con aquel que nos está “haciendo de comer”; es al amor de la lumbre en donde suelen ocurrir las confesiones de aquello que nos va construyendo y que no es más que la expresión de uno mismo frente al grupo, un grupo que en primera instancia es la madre, los hermanos, el padre y los demás. (Vargas, 2014.37)

En todo el mundo las bodas terminan con comida, que simboliza la prosperidad, la alegría y la abundancia de hijos y de bendiciones; al amigo que se va se le despide con comida y si regresa de algún lugar lejano o ha estado fuera por largo tiempo se le recibe con platillos especiales, platillos jubilosos, con bebidas que destapen la alegría y que expresen nuestro regocijo; si la intención es que un acontecimiento adquiera un peso emocional simbólico o místico, habrá comida para santificarlo o sellarlo; si se trata de una ceremonia religiosa, el alimento será señal y símbolo de sacrificio y homenaje. Es nuestra otra manera de hablar.

El amigo que nos recibe en su casa nos besa y enseguida nos ofrece algo de comer y de beber, nos regala un acto simbólico que, según Diane Ackerman, dice: “Esta comida nutrirá —alimentará— fortalecerá tu cuerpo, como yo haré con tu alma”, y en tiempos de hambrunas, guerras, depresiones económicas, este gesto es aún más conmovedor, pues puede querer decir también: “pondré en peligro mi propia vida compartiendo algo de lo que debo consumir para sobrevivir”. (Ackerman.1990, 58). Cualquiera que haya pasado privaciones sabe hasta qué punto se debe agradecer este gesto.

Y nadie necesita un traductor para entenderlo.

Hablemos pues en este lenguaje humano, sensorial, memorioso…, hagamos de comer, invitemos, despejemos la mesa y que se sienten todos los que buscan compañía, puesto que entender que alguien está procurando alimentar tanto nuestro cuerpo como nuestro espíritu sobrepasa el placer y no puede sino conmovernos, como relata Hervé This en este fragmento de su libro La cocina es… amor, arte, técnica:

La verdad es que muchas veces recuerdo a mi abuela alsaciana que hacía unos platos deliciosos. Pensándolo bien, creo que tampoco cocinaba tan bien. Ante todo, invertía tiempo en la cocina para mí. Yo la miraba elaborar sus platos y no dejaba de perfeccionarlos, de añadir cosas, de evitar el poner otras, de comentarme sus ideas, de tener en cuenta lo que le gustaba a cada uno. Al final, a pesar de las diferencias de gusto individuales, lo que preparaba le gustaba a todo el mundo, pues a fin de cuentas, lo que daba era amor. Llámalo esmero, si quieres, pero es algo más. (This, Gagnaire, 2006.34)

 

Bibliografía

Ackerman, Diane. (1990) Una Historia Natural de los Sentidos. (Primera edición en español 1992) Barcelona. Editorial Anagrama.

This, Hervé, Gagnaire, Pierre. (2006) La cocina es… amor, arte, técnica.  Zaragoza, España. Editorial Acribia.

Vargas, María Luisa. (2014) Meditaciones de cocina íntima. México. Editorial Montea.

Este texto se publicó originalmente en la Revista Cultural Alternativas 114


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