Rollos velados- Visiones de otros mundos 

León, Guanajuato

Cine y Escénicas

Rollos velados- Visiones de otros mundos

Por Diego Enríquez Macías   10/01/20

Una corte de científicos hechiceros con sus largas barbas blancas, ataviados con sombreros cónicos y largas túnicas bordadas de estrellas se congrega en lo que parece ser un aula, un espacio de investigación astronómica. Al fondo, una ventana abierta deja ver las nubes y entre ellas, un espacio que deja ver el objeto de investigación al que apunta un larguísimo telescopio: la Luna. 

El líder de la corte deja claro el objetivo de la sesión, explicando el diagrama trazado en una pizarra negra. El llamado a la acción está hecho, se levantan aplaudiendo el plan, se despojan de sus túnicas quedando vestidos en sus trajes confeccionados a la más alta moda decimonónica y como por arte de magia, el espacio se disuelve y nos lleva a un proyectil que será abordado por los hombres de la corte. Un momento después, la gran bala tripulada es cargada en un gigantesco cañón que apunta directamente a la resplandeciente Luna que asoma en el horizonte. El artefacto es disparado y la bala viaja a gran velocidad entre las nubes, volando más allá de la Tierra, acercándose estrepitosamente a la cara de la Luna, que nos mira y sonríe maliciosamente, hasta que de pronto... el proyectil impacta directamente en el ojo del atónito satélite.

Era apenas 1902 y el hombre había llegado ya a la Luna. No fue un equipo de astrofísicos que lo hiciera posible en esa ocasión. Fue un hechicero, un ilusionista de nombre Georges Meliès quien hizo una realidad representada visualmente con Viaje a la Luna (Voyage dans la lune, 1902). Había ya acariciado la idea unos años antes con su cortometraje de 1896 La luna a un metro, alcanzándola por fin de manera definitiva, marcando un hito en la naciente historia de la cinematografía, adaptando a la pantalla las ideas de otro gigante de la ciencia ficción: Julio Verne. Meliès comprendió al cine como el medio idóneo para sus actos de ilusionismo; y qué es el cine sino una ilusión, aquella de hacernos sentir que estamos ahí. De hacernos ver otros mundos que sólo pueden existir en la pantalla. 

Para otros visionarios del cine como Fritz Lang, en la efervescencia del expresionismo alemán, el cine sirvió para dar un vistazo a un futuro distópico que a la vez denunciaba los vicios del industrialismo y la opresión obrera de aquella actualidad de posguerra. Aviones cruzan entre puentes elevados a las alturas de rascacielos art decò, la visión más clara de cómo sería la gran ciudad del futuro según Metrópolis en 1927. El cine apenas rondaba sus primeros 30 años de existencia y ya trazaba visualmente la imaginación colectiva del futuro. 

Unos años después, la cultura popular de la década de los 50 es invadida por nuevas visiones de la literatura de ciencia ficción, las revistas pulp y los cómics vuelven a interesar a los públicos masivos en el viaje interestelar y la curiosidad sobre la vida en otros planetas. Después de que el gran compositor húngaro Miklos Rózsa experimentara en Spellbound (1945) para Hitchock con el Theremin (un híbrido entre instrumento musical y experimento científico) en la música cinematográfica, se escribiría el referente sonoro de la ciencia ficción en el clásico de Robert Wise El día que la tierra se detuvo (The day the Earth stood still, 1951) musicalizada por el ícono Bernard Herrmann, con robots antropomorfos armados que aterrizan su nave intergaláctica en un parque en lo que aparenta ser una invasión a nuestro planeta. Estas visiones cinematográficas perpetúan el estilo que las hambrientas audiencias consumen ávidamente en las siguientes décadas. 

En 1968, otra visión del futuro nos deja ver un vuelo comercial de PanAm fuera de la Tierra, danzando con una estación espacial al compás de un hermoso vals vienés, transportando a un científico que tendrá como misión investigar un misterioso monolito en un cráter de la Luna, mismo objeto que sus muy antiguos ancestros habían encontrado ya millones de años atrás en la tierra. Esta vez, la visión fue de otro de los gigantes pilares de la historia del cine, Stanley Kubrick, con su magistral 2001: una odisea del espacio, realizada tres años antes de llevarnos al ultraviolento futuro distópico de Alex DeLarge y sus Droogs en la icónica, censurada y venerada obra maestra de 1971 La naranja mecánica. En palabras de Luis Buñuel sobre tal película: “me di cuenta de que es la única (película) que existe acerca del verdadero significado del mundo moderno”.

Y qué es una visión del futuro sino una lectura del presente.

Diego Enríquez Macías. Leonés desarraigado nacido a finales de los ochentas. Fotógrafo yrealizador audiovisual, amante del cine, el jazz y la gastronomía. Docente de Cine y Lenguaje Audiovisual en la Universidad De La Salle Bajío.

Este texto se publicó originalmente en la Revista Cultural Alternativas 111: http://bit.ly/Alternativas111


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