El teatro a través de una vida 

León, Guanajuato

Cultura, Identidad y Patrimonio

El teatro a través de una vida

Por Edgar A. Aguirre Vega   10/01/20

Ímpetu, determinación y sensibilidad son tres de las características que mejor lo definen, además de su vocación a la docencia y el teatro,  donde es un referente local. Él es Jesús Manuel Martínez Valdés, mejor conocido como el maestro Tacho, un ejemplo de perseverancia y tenacidad.   

Hidalgo del Parral, Chihuahua, lo vio nacer en 1959. La cercanía de la ciudad con la sierra tarahumara le dejó grandes experiencias y aprendizajes, al igual que una infancia llena de diversión y grandes amigos. 

El maestro Tacho cuenta que desde pequeño comenzaron a visibilizarse dos de las virtudes que marcarían su destino: compartir y enseñar. Su abuelo, don Jesús, tenía un terreno al que llamaban ‘La huerta’, un espacio al que llegaban familias tarahumaras y, mientras los padres se iban a comercializar, los niños se quedaban ahí, lo que permitía el intercambio de experiencias.

“Saliendo de la escuela pedía permiso para ir con mi abuelo, porque sabía que ya estaban los niños en ‘La huerta’. Compartía con ellos mis juguetes, los enseñaba a montar en burro, nos divertíamos mucho. No teníamos más que el lenguaje corporal en un principio, pero poco a poco pudimos comunicarnos y entendernos”, cuenta el ‘profe’ Tacho.

Su primer acercamiento al teatro también fue en Parral, a través del teatro de carpa y con la puesta en escena Blanca Nieves; aunque en ese momento sólo era espectador, había algo que le hacía emocionarse, ya existía un llamado que más tarde entendería. 

“Los actores tenemos un punto fijo, de ubicación, cuando vi la obra pensé que ella (Blanca Nieves) estaba enamorada de mí porque todo el tiempo me volteó a ver (…) yo era su punto de ubicación. Cuando terminó fui a buscar a los actores y vi que eran totalmente diferentes, ella era totalmente diferente; eso me ubicó en el tema de que no todo era realidad, después con mis clases entendí el porqué de todo lo que se hacía en el teatro”.

A los 16 años emigró a León, Guanajuato, en compañía de toda la familia Martínez Valdés. El jefe de familia “era muy nacionalista”, recuerda el maestro Tacho, por lo que no había planes de dirigirse al norte, aunque en aquella época resultara más fácil migrar a Estados Unidos; además, se decía que en el sur no se iban a morir de hambre, que acá había comida por todos lados. 

Los campos verdes y llenos de alimentos no fue lo único que maravilló a Jesús cuando arribó a lo que para él y su familia era el sur del país, al Bajío, en específico. León, una ciudad con grandes edificios, largas vialidades y enormes canchas empastadas, permanecía impasible en los sueños del maestro. 

“Yo quería dedicarme al fútbol, mi idea era ser profesional; tenía toda la capacidad y había gente que quería que me enrolara. Pero en una ocasión, cuando me dirigía a jugar en las canchas del Seguro (Social), se me ocurrió meterme a ver una clase de teatro en uno de los salones que estaban ahí, fue entonces que descubrí lo que era la magia del teatro y desde entonces no me separé”.

A partir de esa experiencia, el maestro Tacho se integró al mundo de las artes escénicas, teniendo la suerte de ser formado por grandes maestros como Ramón Palomino, Angelina Monrreal y Gastón Melo, entre otros.

Su primera obra de teatro como estudiante, le proporcionó una de las experiencias más significativas en su carrera, ya que durante sus primeras clases fue señalado por poseer una voz chillona, delgada y con un tono extraño, pues al proceder del norte, su acento parecía no ser el adecuado. Desconcertado, pero con ganas de mejorar, se dio a la tarea de trabajar en su voz y dicción mediante ejercicios recomendados por su profesor. “Todos los días me ponía a practicar”, menciona el maestro.

Pese a todo el esfuerzo, su primer papel en un montaje escolar fue de suplente y, como si se tratara de una broma, interpretando a una persona muda. Tacho era el nombre del personaje que representaría en una sola ocasión en la obra Los prodigiosos, pero que, irónicamente, lo marcaría de por vida. 

“Fue un poco contradictorio (tener ese personaje), cuando me habían hecho mucho énfasis en trabajar con mi voz, sin embargo, es uno de los acontecimientos más claros y determinantes, fue un punto de partida del camino que quería tomar, de estar bien consciente de esta aventura y del trabajo diario y constante que me esperaba”.

Diversos encuentros de teatro, los primeros que se hicieron en la región y hasta el segundo Festival Internacional Cervantino, forman parte de su amplio currículum estudiantil; todo marchaba en perfecto orden, lo complicado vendría al término de los estudios, al tener que tomar la decisión del rumbo a seguir en el ámbito profesional. Por fortuna, el maestro contaba con esa buena estrella que a la fecha mantiene y fue justo cuando inició con la faceta que más satisfacción le ha brindado: ser director.

A los 19 años se le brindó la oportunidad de dirigir su primera puesta en escena, Las apariciones de la virgen de Guadalupe, en un grupo de San Juan de Dios, y fue gracias al interés de los participantes que se formó la agrupación ‘Los de abajo’, con quienes continuó su aprendizaje y formación como director teatral.

La dirección dotó de grandes posibilidades el desarrollo profesional del maestro Tacho. Ahora contaba con herramientas para plantear cosas nuevas, qué se ve y qué no, utilizar personajes o no, es decir, crear. 

“Fue entonces que empecé a pensar en montajes combinados con danza y música en vivo, mis primeros montajes fueron con danza. Después vinieron cambios radicales en mi trabajo de dirección, pues me di cuenta que la mayoría de los textos con los que trabajaba estaban llenos de temas sociales, de reflexión, de cuestionar qué es lo que pasa con nuestro entorno”.

Desde entonces, el fondo social envolvió su trabajo, fue la chispa que despertó su conciencia y que le dio más energía para continuar con el teatro pues, como él lo expresa, es un vínculo interesante con la gente. Aunado a la dirección, la enseñanza le permitió mantener esa llama viva, ser más sensible, pues es a través de ésta que mantiene una estrecha relación con la gente y con muchas de las problemáticas más arraigadas; sobre todo en zonas en desarrollo, como Las Joyas, colonia a la que su labor ha llegado como aire fresco para un grupo de niñas que, motivadas por la curiosidad, se inscribieron en un grupo de teatro propiciado por los Salones de Cultura a cargo del Instituto Cultural de León, con apoyo del Fondo para el Desarrollo Popular (FIDEPO), y que poco a poco permea en la idea de cambiar su destino.

“Las niñas de Las Joyas ya escriben los textos de sus propios montajes, siempre con temas sociales. Han estado concursando y lo importante es que los procesos que van adquiriendo, además de permitirles generar ideas para escribir, les permite reflexionar, tanto a ellas como al público. Su mentalidad ha cambiado y si ellas quieren salir de ahí, lo van a lograr”.

Además de los Salones de Cultura, el maestro da cátedra en espacios como la Casa de la Cultura Diego Rivera, la Universidad de Guanajuato campus San Carlos, centros gerontológicos y el CERESO, por mencionar algunos; sumando ya alrededor de 15 años dedicados a la enseñanza de las artes escénicas, por lo que son diversas e importantes generaciones las que han contado con la experiencia del maestro Tacho quien, a través de cada palabra, cada gesto y cada emoción, comparte un poco de sabiduría, de ganas de vivir y ayudar.

Actualmente dirige la compañía de teatro Infractor, de la Casa de la Cultura Diego Rivera, creada hace dos años con el objetivo de ser un semillero para la formación de grandes representantes de esta disciplina. Su constante labor y pasión por lo que hace permea a todo aquel que se acerca y forma parte de este proyecto, que ha expuesto su trabajo en escenarios como el del Teatro María Grever y la Feria Nacional del Libro de León, hasta espacios públicos de diversas colonias; pues una constante del maestro es la de expandir horizontes y llegar a nuevos públicos.

“Me gusta lo que veo actualmente, hay gente muy creativa; me gusta que se arriesguen y no se limiten, sin embargo, me gustaría que rompieran la barrera del teatro citadino, que no se queden sólo en los escenarios del teatro. Yo siempre trato de salir a diferentes foros, la gente está necesitada de ver cosas, de contar con un teatro entendible y accesible, con lenguajes más claros. También ellos necesitan de arte y cultura, y hay que poder ofrecérselos”.

Más de 100 obras como actor y director, forman parte de la trayectoria de este talentoso hombre considerado referente del teatro en León y quien, en 2018, fue reconocido como mejor actor de la temporada de Microteatro, después de 25 años de no haber puesto un pie en un escenario como actor y, por si fuera poco, de compartir tablas con ‘tiburones’ del medio como Javier Sánchez, Saúl Quintana y Eulalio Nava. 

De entre sus clásicos favoritos, el maestro identifica dos grandes: Shakespeare y Chéjov. Del literato inglés leyó Romeo y Julieta a los 20 años; del segundo, le sorprende la minuciosidad descriptiva de sus argumentos. Contemporáneos y compatriotas, admira y accede, principalmente, a escritos de Cutberto López, Verónica Villicaña y la leonesa Isabel Padilla, por dos razones importantes; una, su disponibilidad e interés de colaborar y aportar al teatro y, la segunda, por su especial manera de dirigir temas importantes a públicos jóvenes.

Y es que, a través del tiempo, el maestro ha dedicado su esfuerzo a la formación de nuevos actores que se encuentran ávidos de aprender, de ideas nuevas y diferentes, con lenguajes interesantes, incansables y capaces de generar grandes aportaciones. Así se conserva lleno de energía, así experimenta y crea, así mantiene vivos sus sueños y su futuro… sin límites.

 


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