Agua la boca - La despensa del faraón 

León, Guanajuato

Cultura, Identidad y Patrimonio

Agua la boca - La despensa del faraón

Por María Luisa Vargas San José   12/07/19

Cinco mil años hace que los descendientes de Ra aguardan, esperan, matan el tiempo dormidos en sarcófagos dorados, soñando con volver a pisar la fértil tierra del Nilo.

El misterioso Egipto sucede desde siempre junto al agua del río con silueta de loto azul, en donde solo existen tres estaciones en el año: la estación de la inundación (ahkit, de junio a septiembre), de la vegetación (peret, de octubre a enero) y de la cosecha (shemu, de febrero a mayo). Cuando las pirámides eran jóvenes, cada pequeña casa campesina, construida de barro y paja y techada con caña, tenía un huerto familiar con flores, frutas y árboles; así como un estanque, las más de las veces diminuto para poder regar y mantener húmedo el suelo del jardín y plantar ahí suficientes cebollas, ajos, lechugas, sandías y melones, lentejas, garbanzos, habas, comino, perejil y apio, para poder vivir tranquilos. En los campos, grandes cosechas de cereales para la alimentación del imperio y azules extensiones de lino, con el que se tejían desde los ropajes más finos hasta los más rústicos y de cuyo grano, la linaza, se obtiene hasta la fecha harina y aceite.

La pasión egipcia por la vida y sus placeres llevaron a este pueblo al refinamiento de las artes y las ciencias (arquitectura, pintura, agricultura, medicina, astronomía…) para vivir exquisitamente. A pesar de que no se conserva ningún recetario escrito, fuentes fidedignas —pinturas, ofrendas funerarias y cientos de documentos— nos permiten saber qué comían y cómo comían los faraones y sus súbditos, lo que no sabemos exactamente es cómo lo cocinaban, aunque debemos suponer que existía una cultura gastronómica digna de este pueblo que cultivaba con primor la danza, la música, la perfumería y la elaboración de cosméticos.

Desde las primeras dinastías, tenemos centenares de representaciones de las más espléndidas mesas en los muros eternos de tumbas y estelas en las que aparecen escenas de cocina como la elaboración del pan y de la cerveza, el escamado de pescado, trabajos de carnicería… y toda la bolsa del mercado egipcio.

Lo mejor de lo mejor, lo que más tenemos que agradecer a los egipcios son tres cosas fundamentales para la felicidad de cualquiera: el pan, la cerveza y las cebollas. Hoy en día, a más de 5 mil años de distancia y hasta en el hogar más remoto del mundo, los hombres y las mujeres tenemos cerveza, pan y cebollas para sustentar nuestros platillos. Por muy distintas que sean nuestras costumbres culinarias, en todo el mundo estos tres personajes se encuentran presentes.

Hoy y aquí, en la otra punta del mundo, al otro lado del tiempo, los hombres y las mujeres tocamos al milenario Egipto con la punta de los dedos cada vez que comemos habas, lentejas, chícharos y garbanzos, pepinos y melones, coles, rábanos y cilantros, comino y perejil; todos ellos, alimentos con los que el faraón pagaba a sus trabajadores.

¡Qué cerca y qué lejos permanecemos unos de otros! El origen de la civilización en nuestra mesa vive y se reproduce eternamente, alimentos ancestrales de ayer y de siempre… a final de cuentas la reencarnación con la que soñaban en el valle del Nilo nos alcanzó a todos, que estamos hechos de la misma pasta, desde siempre.

 

*Esta nota forma parte de la edición 107 de la Revista Alternativas, te invitamos a conocer la publicación completa aquí.


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