Agua la boca - Navidades tradicionales en León 

León, Guanajuato

Cultura, Identidad y Patrimonio

Agua la boca - Navidades tradicionales en León

Por María Luisa Vargas San José   10/12/18

En nuestra ciudad de cielos irrepetibles, el otoño entra con los vientos fríos de octubre, que llueven y soplan y se llevan a las últimas golondrinas en un santiamén luminoso. Cambian los cielos y se despejan y antes de darnos cuenta llega noviembre y las plazas de los barrios se llenan de alfeñiques y flores; pero todo esto sólo es el comienzo del cierre del año, de un diciembre que tiene el invierno instalado en el corazón de la Guadalupana y de las nueve posadas que, a partir del día 16, anteceden a la Navidad.

Aquellos vecinos de León, esos que saben guardar con alegría la memoria de sus infancias, evocan antiguos ritos familiares con el silbido melancólico del carrito de los camotes al caer la noche, un suspiro arcaico capaz de llevarlos de regreso a las casonas nobles de los viejos barrios del Centro, en donde las familias pasaban varias tardes enteras ‘poniendo’ el Nacimiento.

Cuentan estos recordadores que por las calles del Barrio Arriba había una cenaduría atendida por una pareja de ancianos que ponían un nacimiento de tres habitaciones; un pueblito entero recibía a los reyes orientales con foquitos de colores, ríos de papel aluminio, montañas de cartón-piedra salpicadas de musgo y heno recogidos en la Sierra de Lobos; praderas en miniatura para los pastorcillos de barro que cuidaban a sus rebaños de ovejas y cabras; corrales de palitos de paleta para cerditos, gallinas, conejos y pollitos. Algunos caballos, burros y vacas pastando sin complicaciones y varias casitas que, desperdigadas por ahí, iban marcando el camino al Portal de Belén, centro del universo a escala que albergaría a la Virgen y a San José, a la vaca y al burro, a un ángel glorioso en el techo del portal, coronado con una brillante estrella de cartón y diamantina que solía colgarse desde el techo con un hilo muy fino.

Vacío el pesebre, la ausencia del niño más esperado de la historia, era el punto focal, el poderoso hechizo de la esperanza.

La noche de Navidad era, antes que nada, la reunión más grande de la familia en pleno: abuelos, padres, hijos, tíos, primos, nietos y bisnietos reunidos para comenzar con la última posada, el amparo de los peregrinos, el rosario y la piñata de barro (tepalcate), estrella de siete picos panzona de fruta, cacahuates y colaciones. Más tarde, los pequeños de la tribu tomarían una esquinita del pañuelo más fino de la abuela, en el que se ponía la figurita del Niño Jesús y varios dulces, para arrullarlo con las coplas de los cuadernillos que vendían en ‘El Patrocinio de María’, (y que toda casa leonesa que se respetara tenía guardados en un cajón) cada chiquillo besaba al “chiquirritín, queridito del alma”, y finalmente lo ponían en su humilde cunita.

Entonces, y al son de villancicos de todas las nacionalidades imaginables, podía empezar el gran festín navideño. Tamales, atole de garbanzo con chocolate, ponche y buñuelos de rodilla con su miel de piloncillo y guayaba cuya preparación comenzaba un día antes en las casas con raíces populares y mexicanas. En aquellas en donde las tradiciones venían de más lejos, se engordaba a un buen pavo que durante los últimos meses de su vida se agasajaba con almendras y nueces para llegar bien gordo a su honroso destino como protagonista de una cena enorme en donde, dorado, jugoso y relleno con un picadillo afrutado, sería la estrella del espectáculo, precedido de un sacrosanto consomé de tres caldos (res, pollo y pavo) con su cuadrito de queso manchego derretido en el tazón.

Los acompañamientos podrían variar desde el puré de manzana o de papa, ensalada de frutas con bombones y crema dulce, quizás alguna de betabel y lechuga con piñón, naranja, lima, cacahuates, avellanas y su chorrito de jerez o la tradicional ensalada Waldorf, con manzanas, apio, nueces y crema. Como segundo plato fuerte, para aquellos de pudiente capacidad estomacal: bacalao a la veracruzana o a la vizcaína, pierna o lomo de cerdo mechados con ciruelas, cerrando con ponches de mandarina y almendras, pasteles de frutas, de niño envuelto, de chocolate, roscas de nata, exóticas gelatinas de mil colores, pays de manzana, mazapanes de almendra, peladillas, turrones, miles de hermosas galletitas decoradas con azúcar de colores y grageas plateadas… ¡y sidra! Un lujo para los chicos que sólo en navidad llenaban sus copas para brindar todos juntos, y abrazarse y besarse con las campanadas de la media noche.

Texto publicado originalmente en Revista Cultural Alternativas 101. Agua la boca - Navidades tradicionales en León.  

 

 


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