Crayones

En la fábrica los crayones estaban ansiosos. Se designaría uno de cada color para cada cajita y serían enviados a sus nuevas casas. El empaquetador se alistó para poner la siguiente serie.

Negro permanecía serio y elegante. Esperaba su asignación sin hacer ruido. Gris lloraba porque abandonaría la fábrica y a sus demás colegas crayones. Anaranjado y Verde eran los encargados de mirar lo que decía la papeleta de envío para informar a los demás cuál sería su destino. Rojo era el más apasionado y romántico, gritó “¡oh, qué bien que nos enviaran a París, oui, oui!”. Violeta advirtió, “a donde nos envíen estará bien y será justo” y lo miró de la punta a la cabeza. Azul estaba muy tranquilo conversando con Blanco. Amarillo como siempre, distraído. Tomaron uno de cada uno.

— ¡Verde! ¿Ya sabes a dónde vamos? —preguntó Violeta.

—Espera. Anaranjado, déjame apoyarme en ti para ver.

— ¡Ouch! Pesas mucho.

—Gracioso, pesamos lo mismo.

— ¡Ya lo tengo! Dice… ¿Mexicali? ¡Qué! ¡Vamos a morir derretidos ahí por el calor!

— ¡No! —Se lamentó Gris.

Hubo quejas y preocupación de los demás.

—No teman. Quizá vamos a un lugar fresco; allá en el norte toda la gente tiene clima artificial.

—No, no, me equivoqué. Perdón. Es, calle Mexicali.

— ¡Menso!

— ¿En qué ciudad? No la conozco.

— ¡Yo sí! Crayonas y crayones, vamos a Ciudad de México.

Gritaron casi todos jubilosos.

Se lee, ‘Calle Mexicali #201. Fábrica de velas El Infierno. URGE. Se les acabó el colorante’.

Texto publicado en la Revista Cultural Alternativas. Literatura. Crayones.