Cinco sueños del cine 

León, Guanajuato

Cine y Escénicas

Cinco sueños del cine

Por Juan Ramón Velázquez Mora    27/12/17

Dormir no es el único vehículo para soñar, también podemos acudir a los cortos y largometrajes de algunos directores quienes han encontrado en el cine una herramienta exacta para trasladar sus sueños a la realidad e insertarlos en la mente del espectador. Para cerrar el año con broche de oro, Juan Ramón Velázquez nos comparte 5 filmes donde el sueño y la imagen se fusionan. 

 

Es natural que los sueños como tema adquieran brillo cuando son tratados a través de la imagen en movimiento. Ésta es el recurso natural tanto del cine como del alma, que nos envía sus deseos a través de las figuras que nos visitan cada noche. En palabras del feroz Luis Buñuel: «Los sueños son el "primer cine" que inventó el hombre, e incluso con más recursos que el cine mismo…». Aquí una antología de cinco secuencias oníricas proyectadas en las pantallas que probablemente sean dignas de proyectarse también en las simas de nuestras noches.

 

-Sherlock Jr (Keaton, 1924)

Es extraño encontrar el genio. Es más extraño que en una sola persona se concentren varios tipos de genialidad. Un siglo no ha sido suficiente para terminar de valorar la grandeza de Buster Keaton, mago sin par del cinematógrafo y audaz explorador de límites artísticos. En Sherlock Jr nos ofrece una disección del anhelo con una secuencia muy elevada. La "realidad" y su representación intercambian papeles una y otra vez, como si fueran manipuladas por un prestidigitador callejero. El flujo natural de las situaciones más dispares, característica de los sueños, se logra traducir al cine casi sin fisuras. El protagonista resuelve un misterio por acción directa de su imaginación febril y nosotros entendemos que vivir es una investigación en proceso y los sueños un teatro en donde todos los involucrados son la misma persona. Keaton es el testigo perfecto para el delirio: visión pura, precisión de neutrino.

 

 

-Los Olvidados (Buñuel, 1950)

Un cacarear vacío enmarca el despertar del doble nocturno de Pedro, niño olvidado de la Ciudad de México a finales de los cuarenta. El Espíritu Santo es una gallina enfurecida que picotea las sonrisas secas de los muertos mientras Satanás se hace un caldo con sus plumas. Las voces surgen sin que los labios articulen movimiento alguno, como en el teatro griego. La madre vigilante, divinizada por la gracia de su bata de noche, explica su carencia de virginidad y de luz. Los tiempos del ser y de  la palabra se descoyuntan. Un trozo de carne repugnante y sanguinolenta es lo que La Mujer ofrece en respuesta a nuestros reclamos. En ese mismo instante, un relámpago nos revela el secreto: todos somos putrefacción en proceso y los vientos de la peste desvanecerán nuestro recuerdo. Después, el demonio nos roba otra vez la carne —esa hambre sin fin— y vuelve a comenzar el guiso. Otra vez.

 

 

-8 1/2 (Fellini, 1963)

La primera secuencia es uno de los sueños más famosos del cine, pero quisiera proponer a la película entera como una gran reflexión sobre la fuerza que Imaginación ejerce en lo tangible. De la misma forma en que podemos estar mirando a alguien fijamente, escuchándolo hablar, y al mismo tiempo estar pensando en cuerpos desnudos cubiertos de escorpiones, la película de Fellini oscila entre fantasías desaforadas, jirones de recuerdos y evasiones improbables. Todo firmado con una honestidad ilimitada que vuelve a 8 1/2 una experiencia festiva que nos conmoverá siempre.

 

 

-The Elephant Man (Lynch, 1980)

Como con Buñuel, de Lynch podría decirse que toda su filmografía es una larga secuencia de sueño contada en capítulos. The Elephant Man es una joya esparcida entre grandes películas sin empequeñecerse. Creo que trata sobre descubrir el centro de la dignidad humana siguiendo el poco transitado camino de la monstruosidad y la deformación. La secuencia que abre la película (de un blanco y negro casi comestible) nos presenta el nacimiento mítico de Joseph Merrick, cuyo cuerpo horripilante le hizo ser conocido también como El Hombre Elefante. Su concepción inicia con los ojos fascinantes de una mujer, suponemos que la madre del engendro. Como sucede por lo común en las historias donde se inicia con el embrujo del rostro femenino, pronto o tarde sucede el ritmo caliente del atanor en donde se fabrica un nuevo ser humano; sólo que esta vez el padre no sería un artesano corriente sino un dios disfrazado de animal, como se acostumbraba en la antigüedad.

 

 

-Street of crocodiles (Hermanos Quay, 1986)

Una obra maestra absoluta de apenas veinte minutos, suficientes para sacudirnos a niveles que pocos logran. Cuando deseamos, ¿ejercemos el libre albedrío? ¿Respondemos a una especie de programación universal que anhela el Ser, para el que somos únicamente marionetas ciegas? ¿Es posible colmar la sed, cualquier sed? En la pesadilla miniatura construida por este par de gemelos formidables, nos asomamos a las visiones que atacan a un simio-bufón de impulsos vacíos enloquecido ante la aparición de la lascivia —faro del vivir. La complejidad mecánica del amor nos contagia su danza semi-industrial. Un guante muestra su vulva como gesto suspendido. Los tornillos bailarines penetran y salen de la materia como un cuchillo en los testículos del Agnus Dei. El ritmo del tiempo y su polvo nos induce a un trance vuelto psicosis gracias a las cuerdas de Leszek Jankowski. En los sombríos espejos y galerías de esta belleza manufacturada a la medida podríamos, quizá, ver reflejadas nuestras noches más oscuras.

 

 


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