Rulfo: legado de la literatura mexicana 

León, Guanajuato

Literatura

Rulfo: legado de la literatura mexicana

Por Carol Castillo    07/06/17

¿Qué hay detrás del hombre y su misterio? ¿Qué historia respalda a uno de los más grandes escritores que ha dado México? Juan Rulfo, creador de enormes obras literarias como: El Llano en llamas (1953) y Pedro Páramo (1955), este personaje de mente inquieta y creatividad desbordante, tuvo infancia, juventud y amoríos como todos sus lectores. Nos complace presentarte a un tal Rulfo

 

En la memoria y legado de la literatura mexicana, e incluso la internacional, ha quedado plasmado el encanto y afición por la historia, geografía y antropología de México a través de los cuentos, novelas y poemas de un hombre que nos enseñó a hablar con fantasmas.  

Nos referimos al escritor jalisciense Juan Rulfo quien vio por primera vez la luz un 16 de mayo de 1917, en Apulco, Jalisco; sin embargo fue registrado en la ciudad de Sayula.

Debido a la muerte precipitada de sus padres, sus familiares deciden inscribirlo en un internado en la ciudad de Guadalajara. Posteriormente, Rulfo se muda a la Ciudad de México con el propósito de ingresar a la Universidad Nacional, pero sólo asiste como oyente a cursos de Historia del Arte de la Facultad de Filosofía y Letras.

A pesar de que fue en 1930, a la edad de 13 años, cuando se iniciaba como escritor y fotógrafo; no fue sino hasta 1945 cuando comienza a publicar sus cuentos en las revistas América, en la Ciudad de México, y Pan, de Guadalajara, siendo la primera de éstas la que le dio oportunidad de mostrar su labor fotográfica. 

El preludio de su relación amorosa con Clara Aparicio, con quien se casó en 1948, hace brotar de sus manos una serie de epístolas que parecen atrapar a todo aquel que las lee. Estas cartas, un nutrido abono a las letras mexicanas, fueron publicadas en el 2000 bajo el título Aire de las colinas. Cartas a Clara:

He aprendido a decir tu nombre mientras duermo. Lo he aprendido a decir entre la noche iluminada. Lo han aprendido ya el árbol y la tarde… y el viento lo ha llevado hasta los montes y lo ha puesto en las espigas de los trigales. Y lo murmura el río…

Clara: hoy he sembrado un hueso de durazno en tu nombre”.

 

Rulfo publicó fotografías suyas por primera vez en 1949, en la revista América. No fue hasta 1960 que expuso en Guadalajara una colección de 23 fotografías, pero fue la muestra de 1980 en el  Palacio de Bellas Artes la que abrió al público el más amplio conocimiento de esta parte de su creación.

Arquitectura, paisajes, naturaleza, autorretratos y postales revolucionarias, son algunos de los temas que la lente de Rulfo capturó a lo largo de su vida. 

De 1952 a 1954, el Centro Mexicano de Escritores le otorgó al literato dos becas consecutivas. Como fruto de dicha experiencia, el autor publicó en 1953 El llano en llamas (obra conformada por quince cuentos de los cuales siete ya habían sido publicados en la revista América).

Luvina es un lugar muy triste. Usted que va para allá se dará cuenta. Yo diría que es el lugar donde anida la tristeza. Donde no se conoce la sonrisa, como si a toda la gente le hubieran entablado la cara. Y usted, si quiere, puede ver esa tristeza a la hora que quiera. El aire que allí sopla la resuelve, pero no se la lleva nunca. Está allí como sí allí hubiera nacido. Y hasta se puede probar y sentir, porque está siempre encima de uno, apretada contra uno, y porque es oprimente como una gran cataplasma sobre la viva carne del corazón”.

Para 1954, las revistas Las Letras Patrias, Universidad de México y Dintel ya habían publicado una serie de adelantos sobre un cacique posrevolucionario que tenía dominado a un pueblo, y que tanto fue el rencor que provocó; que sus habitantes lo odiaron aun después de muertos. Sería para el año siguiente que Pedro Páramo, la novela cumbre del jaliscience, fuera publicada.

Era ese tiempo de la canícula, cuando el aire de agosto sopla caliente, envenenado por el olor podrido de las saponarias.

El camino subía y bajaba: Sube o baja según se va o se viene. Para el que va, sube; para el que viene, baja.”

-¿Cómo dice usted que se llama el pueblo que se ve allá abajo?

-Comala, señor.

-¿Está seguro de que ya es Comala?

-Seguro, señor.

-¿Y por qué se ve esto tan triste?

-Son los tiempos, señor”.

 

En 1958 termina de escribir su segunda novela, El gallo de oro, que no se  publicará hasta 1980.

El creador mexicano destinó las últimas dos décadas de su vida a laborar en el Instituto Nacional Indigenista de México, donde se encargó de la edición de una de las colecciones más importantes de antropología contemporánea y antigua de México.                                       

El narrador oriundo de Jalisco dejó de existir en la ciudad de México el 7 de enero de 1986, dejando una herencia cultural inmortal… 

 

 


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