Eusebio Ruvalcaba: embriaguez por las letras

Creador de un universo literario cargado de humor e ironía, Eusebio Ruvalcaba falleció la noche del martes 7 de febrero a causa de un hematoma cerebral, dejando huérfana a una generación completa de nuevos escritores, quienes aprendieron de este fiero oficio en sus talleres literarios. Nacido en Guadalajara en 1951, dedicó su vida a lo que más amaba: escribir y escuchar música.

Considerado como uno de los más importantes escritores contemporáneos, Eusebio Ruvalcaba ha dejado este mundo a causa de un derrame cerebral la noche del martes 7 de febrero de 2017 a la edad de 66 años. Pese a haber escrito reconocidos títulos literarios, como: Un hilito de sangre; Una cerveza de nombre derrota y El frágil latido del corazón de un hombre, por nombrar algunos; y haber ganado premios como el de cuento El Nacional, 1977; Premio Punto de Partida de Teatro, 1978; Premio Nacional de Cuento Agustín Yáñez, 1991; Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí, 1992 y Premio Internacional de Cuento Charles Bukowski de la editorial Anagrama, 2004; la más grande pasión de Eusebio fue la música.

En su artículo: A mis 62…, Eusebio confiesa que ha sido vasectomizado y que su más grande pasión era escuchar música:

“He organizado mi tiempo de tal manera que en un día —cualquier día— escribo, bebo, leo, duermo —varias siestas cotidianas— y, sobre todo, escucho música. Todo el tiempo mis oídos vuelan a Brahms, y Brahms me regresa el saludo con su música de cámara (acaso la mejor compuesta hasta el día de hoy, superior incluso a las de Mozart, Beethoven, Schubert, Dvorák, César Franck y Fauré). Me explico.”

Este profundo amor a la música se instala desde su origen. Su madre fue la pianista Carmen Castillo Betancourt y su padre el violinista Higinio Ruvalcaba, y aunque Eusebio encontró en las letras una senda para expresarse libremente, concebía el arte de escribir como una forma de creación musical donde no existe el género literario. 

Eusebio será recordado no sólo por su labor literaria, también por haber guiado con enorme sencillez a las nuevas generaciones de escritores, quienes encontraron en él una especie de agudo maestro zen, relajado, honesto y capaz de reírse de sí mismo y de la naturaleza humana que tanto buscaba comprender y describir a través de sus textos. 

Sin duda, la mejor manera de honrarlo y recordarlo es acercándonos nuevamente o por vez primera a sus letras y recordar sus palabras: 

"Cuando la vida —o el cinismo de la vida, o la decepción de la vida, o la mojigatería de la vida me impida erguirme o mirar el culo de una mujer, entonces rogaré por unos polvos de cianuro".