Tres poemas de Hernán Bravo Varela 

León, Guanajuato

Literatura

Tres poemas de Hernán Bravo Varela

Por Hernán Bravo Varela   13/07/15

Nació en la Ciudad de México el 10 de noviembre de 1979. Poeta, ensayista y traductor. Profesor del Programa de Escritura Creativa de la Universidad del Claustro de Sor Juana. Jefe de Prensa de la Casa del Poeta ‘Ramón López Velarde’. Imitador semiprofesional de Paquita la del Barrio, Octavio Paz, Roberto Carlos, Gonzalo Rojas, Raphael y T. S. Eliot.

 

Traductor de William Shakespeare, Emily Dickinson, Gerard Manley Hopkins, Oscar Wilde y Seamus Heaney. Premio Punto de Partida 1999 en poesía. Premio Nacional de Poesía Joven Elías Nandino 1999 por Oficios de ciega pertenencia. Premio de Literatura Letras del Bicentenario 2010 por Historia de mi hígado y otros ensayos. Su último libro de poesía es ‘Hasta aquí’ (Almadía 2014).

Aquí están los Tres poemas que se publicaron en Alternativas 62.

 

(VEINTICINCO CENTAVOS,  POR EL AMOR DE DIOS)

Mi padre muerto vino el otro día.
Me dejó dos cobijas y una almohada
y se volvió a morir como solía.

Estaba oscuro, pero todavía
puedo verme temblando en su mirada.
Mi padre muerto vino el otro día.

Ni cuento de terror ni brujería:
mi padre apareció como si nada
y se volvió a morir como solía.

Con todo y que murió de neumonía,
lo vi muy tarde, ya de madrugada.
Mi padre muerto vino el otro día.

Apenas me duró su compañía
lo que tarda en hacerse una redada
y se volvió a morir como solía.

En su ausencia, llegó la policía
y dejé las cobijas y la almohada.
Mi padre muerto vino el otro día
y se volvió a morir como solía.

 

RESACA

A Washington Cucurto

“En cuanto a ti, el desierto.
Suelta la música,
ábrete la carencia,
dolor, la duna franca;
cansado de pensar
lo húmedo y lo seco,
separados;
la playa o la creación
y tu cabeza.
¿No escuchas
las reverberaciones,
la bilis en el blanco
por obra de la luz
o de su espectro
que no alcanzas
porque lo de la abuela
no se toca?
Pues sí, lo que parece
un vómito
común, tu soledumbre,
su nana por la noche
del lavabo
—así de blanca y doble
tu desaparición,
así
de inútilmente puros
cráneo y hemisferios
que a fuerza de pensar
te brillan fuera—,
tan sólo fue
tu propio llamamiento.
En cuanto a ti,
que confundes
escala y escalera,
lo único
posible es el comienzo.”

 

(GRENZGEBIET)

En vez del muro, todo lo que hay
es una galería al aire libre
de fotos sobre el muro,
una secuencia horizontal.

Las fotos
muestran hombres tirados en el suelo
con los ojos abiertos y la boca cerrada,
con las manos y frente rajadas por las púas,
a la sombra del muro.

Desde lo alto , una ventana abierta.

Cadáveres en línea vertical,
del otro lado.

Otros que, de camino a la oficina
o de vuelta a su casa, quisieron asomarse
a través de los bloques,
e imaginando cómo sería la vida a quince
centímetros, espiaron por primera
y última vez el más allá del muro.
Cadáveres
tirados en el suelo, de este lado.

*

“Pensé que no me tocaría”, dijo
mi padre aquella noche
mientras tapaba la televisión.
Picas, mazos, martillos y ganzúas,
jóvenes que venían
del otro lado, sin pensar que ahora
sería cuestión de dar
un paso hacia adelante, dar la espalda.

Mi hermano y yo escuchamos a mi padre
relatar noticias
que no pudimos ver sino en fragmentos.
Él vio el muro cayéndose a pedazos
y nosotros su nuca, sus hombros, sus omóplatos,
como la mano con que nos tapaba
los ojos en la escena de amor de una película.

 

 

 

 


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