Arte y humor: El tiempo de la risa

Es de sobra sabido que la separación dicotómica que el teatro clásico griego hace de la vida, entre tragedia y comedia, quedó exactamente ahí, en los escenarios helénicos. Siglos más tarde, la literatura habría de producir géneros híbridos en que los dramas de la vida cotidiana se ven constantemente entreverados por el humor

Después de todo, sería difícil sostener en la realidad un maniqueísmo de tales dimensiones y seguir alentándolo ciegamente en la ficción. El atreverse a navegar por las aguas prístinas de la risa y el humor mientras la guerra, el horror y la barbarie se apoderan de la energía, los pensamientos y los recursos de sociedades enteras, podría parecer una petición demasiado atrevida, incluso una insensibilidad.

Aunque también habría que considerar la posibilidad de que dependa del temple de cada individuo la capacidad de entender que “no sólo de pan vive el hombre”, que no existe tal cosa como bloques inamovibles, estados imperturbables de la existencia. Todo está relacionado con todo y se atraviesa recíprocamente. Es decir, que aún en el más profundo de los dramatismos vitales o en la peor de las angustias, es posible, a pesar de todo, buscar, encontrar y darle cabida a estados de ánimo edificantes.

En la literatura no parece ser Tolstoi (La guerra y la Paz), ni de lejos, el primero que hace de lo dicho todo un descubrimiento, pero sí el que, mediante su inmensa agudeza intelectual, lo evidencia presionando el dedo sobre la llaga con luminosa precisión. Lo seguirán por este sendero autores de otras razas literarias y artísticas.

En el cine, en donde sí que podría hablarse de un verdadero descubrimiento, El gran dictador (Chaplin), Ser o no ser (Lubitsch), Los viajes de Sullivan (Sturges), El mundo está loco, loco, loco (Kramer), por ejemplo, directamente analizan y exponen sin concesiones estados de cosas más que complejos y desalentadores, y llegan a una conclusión que, sin importar el paso del tiempo, no deja de ser reveladora: literalmente la risa y el humor se han convertido en una necesidad humana, sobre todo cuando las gruesas nubes de la crueldad, la ambición o la maldad amenazan con no esparcirse nunca.

Más allá de las discutidas cualidades medicinales de una buena carcajada, cabría más bien el replantearse hasta qué punto la risa y el humor funcionan no ya como válvula de escape de un statu quo opresivo, que encadena, sino como una posibilidad que ofrece la cicatrización de las heridas y daños, autoinfligidos y no, de la cotidianidad. Nada está dicho, pero podríamos comenzar por hacer el intento y buscar, por lo pronto, un libro, un film o una pieza artística de propiedades afines al humor.