Belleza mórbida 

León, Guanajuato

Arte y Tendencias

Belleza mórbida

Por Rolando Ramos Reyes    13/05/21

En tiempos aciagos, cuando la supervivencia pareciera ser un triunfo y no una condición, debemos recordar que incluso en el más recóndito de nuestros deseos vitales la belleza es un derecho que podemos exigirle al mundo. No hay humanos sin belleza, no existe modo de dejar de percibirla y desearla, es un arquetipo que vive en nosotros posiblemente desde los inicios de nuestra existencia.

Hay quienes dicen que la belleza como tal no existe, sino que es una especie de orden establecido con el que se somete y cuantifica a todas las formas de la naturaleza, y quizá tengan razón. Recordemos por ejemplo a un Hitler seleccionando los objetos artísticos valiosos y los deleznables obtenidos del saqueo sistemático de Europa; la curaduría de esta atroz colección no respondió sino al enaltecimiento de un ideal de perfección exclusivista y no universal, es decir, para él lo que no aportaba a la trascendencia de su ideal no era bello.

La noción de una belleza moral parece haberse construido como una especie de marca de reconocimiento de aquello que es “bueno”, pero al mismo tiempo sirve como arma para suprimir cualquier posibilidad de realidad que no sea del interés de quien intenta imponer su verdad sobre la de los demás. No hay mejor manera de eliminar al enemigo que quitando la atención pública de él o convertirlo en la contraparte de una ilusión. Todas esas películas hollywoodenses ochenteras de super héroes poco inteligentes, impulsivos, violentos y armados hasta los dientes para salvar al mundo del perverso enemigo soviético o del medio oriente, se basan en la antigua estrategia de rescatar al objeto bello de un ser perverso que no solo es perverso sino que se ve perverso.

Este ente deseado, en los cuentos medievales era una princesa dormida y en las películas de Rambo es el american way of life (forma de vida de Estados Unidos). Al final es lo mismo que sea una persona idealizada o una idea personificada, los humanos necesitamos desear algo, y gracias a ciertos cánones universales o no a este anhelo lo denominamos como belleza, y es entonces que caemos en la cuenta de que hemos sido seducidos por algo más que formas agradables y equilibradas.

Cuando una persona se acerca a un objeto bello prevalece una sensación de pérdida inconmensurable, el que lo aprecia ha sufrido el robo de su mirada, su escasa libertad pareciera haberse esfumado. Aquellos que diseñan el mundo lo saben muy bien, es por esto que poco a poco y más rápidamente en los últimos cien años, el entorno y los objetos que nos rodean compiten rabiosamente entre sí por nuestra atención. Hoy en día la belleza no es un ideal inalcanzable sino un requisito, parte esencial de una tarjeta de presentación.

Ahora que sabemos que el gusto es en gran medida algo que aprendemos y no necesariamente radica en lo más profundo de nuestra esencia como se pensaba en la antigüedad, no podemos seguir pensando como un joven positivista Immanuel Kant acerca de que las formas bellas son universales y per se. El derecho a la belleza no solo radica en la libertad de contemplar el mundo sino en la de que podamos hacerlo desde nuestro albedrío. La desconfianza de los artistas del siglo xx y lo que va del xxi por la belleza, se fundamenta en el hecho de que ésta es fácilmente prostituible hasta el extremo más frívolo y vacío, pero también hay que recordar que como experiencia, la belleza produce un conocimiento que sobrepasa los límites racionales y se acerca a la totalidad, al rebasamiento de todo límite[1], es decir, a la construcción de un ser que se reconoce de entre el universo y con él. La belleza, en este sentido, puede ser un puente para que la empatía se sobreponga al objetivo alienante que practican día a día las industrias de los medios masivos y los gobiernos que controlan nuestras experiencias estéticas.

Pensar que el arte actual debe abandonar el tema de la belleza por anquilosado y agotado, es en parte declarar el fracaso de la emancipación de las formas que podemos o no desear y abandonarnos a una especie de capitalismo estético. La práctica de una sensibilidad consciente e inteligente aunque contradictorio, es posible es un buen inicio.

 


 

[1] “Experiencia estética sublime” la denominó Kant. Lo sublime ha sido objeto de estudio desde la filosofía platónica y hasta nuestros días. A grandes rasgos, lo sublime es la denominación que le otorgamos a una experiencia que sobrepasa las expectativas e incluso el entendimiento. Es por ello que lo sublime es categorizado en ocasiones como una experiencia negativa y vertiginosa por escapar del confort de lo conocido, de lo nombrable.

Este texto se publicó originalmente en la Revista Cultural Alternativas 128

 


Historias Populares
Historias Recientes

Instituto Cultural de León

Oficinas Generales
Edificio Juan N. Herrera s/n
Plaza Benedicto XVI, s/n
Zona Centro
León, Guanajuato, México.

E-mail: prensaicl@gmail.com
Teléfonos: (477) 716 4301 - (477) 716 4899