Brevísimo tratado sobre las sombras 

León, Guanajuato

Arte y Tendencias

Brevísimo tratado sobre las sombras

Por José Antonio Alvear   14/04/21

Dicen que lo mejor del sol es la sombra, y no le falta razón a la sabiduría popular. Las sombras son, están, cobijan, consuelan, templan, pero ¿nunca serán la luz? Es de todos conocido, principalmente de los amantes de la física más primaria, que todo cuerpo expuesto a la luz provocará una sombra que lo emule y esa es su función, ir en pos del otro. Dependiendo del ángulo de la fuente de luz, la sombra tenderá a extenderse más o menos sobre una superficie, tomará forma e inaugurará su propia existencia. Las sombras podrán tener un fugaz protagonismo; habrá quien diga “qué sombra más misteriosa”, “esa sombra parece un pato” o “tu amable sombra me cubre”, pero sólo por un momento. Así es, las sombras realizan acciones, pueden provocarnos las emociones más profundas y están cargadas de adjetivos, y los adjetivos sólo se usan para las cosas que existen. Pero, hay que insistir, por asombrosa que pueda parecer una sombra, sombra será y su suerte a casi nadie le importa.

Si bien hemos concluido que las sombras poseen vida, la historia, sin embargo, no les ha favorecido puesto que han vivido siempre bajo la esclavitud de los cuerpos materiales. Habrá que hablar con ellas, pero sospecho sin temor a equivocarme, que las sombras no son felices. Con un poco de empatía, podríamos entender su frustración de existir sólo cuando otro es el iluminado. Seguramente buscan huir. Se habla con frecuencia del síndrome de Peter Pan, ese deseo estacional de no querer crecer. Pero hay un segundo síndrome del mismo personaje que nos revela lo ya dicho. Se trata del síndrome de la sombra, esclava del puberto volador que busca escapar de su dueño.

En fin, contamos con poco hasta ahora, pero hay un par de pistas sugeridas a saber:

a)    Que las sombras viven, tienen sentimientos y luchan por su derecho de bailar.

b)    Que van a rastras, bajo el yugo de la luz, amarradas a algún iluminado ser corpóreo y, por lo tanto, en realidad, las sombras parecen ser nadie.

Destino triste el de las sombras. Busquemos para ellas una salida a su anhelada existencia.  Preguntemos, por ejemplo ¿qué hay de la sombra de los fantasmas?, siendo que ellos son seres incorpóreos. ¿La sombra de un fantasma se libera por fin ante la desaparecida materialidad del cuerpo? No, responden las ciencias ocultas. La sombra permanece aún en la vaguedad del fantasma y se sospecha aún algo peor, esto es, que el fantasma y la sombra ahora son uno y el mismo ser, y aunque quieran bailar, el suelo les es negado. Fantasma y sombra juntos ahora se arrastran sin remedio “por ahí”, siendo sin estar. Seamos claros y definitivos, los fantasmas son el recuerdo vago, la reminiscencia ligera, el resabio de existencia, la sospecha extraña, lo que ya fue, el verbo en pasado, el llamado errático, la respuesta sorda. Un fantasma es una sombra atrapada en un cuerpo que ya no es.

Así, contamos con poco hasta ahora, pero hay un par de susurros a saber:

a)    Después de la vida, las sombras se reúnen en desgraciado matrimonio con los cuerpos, convirtiéndose en fantasma, y ambos lloran el triste llanto de los no vistos. Y tienen sentimientos, los que les son propios a los siameses de la nada.

b)    ¿Las sombras no son nadie y a nadie importa? Desiluminadas ya de su ser corpóreo ¿les queda algo más que ir a rastras bajo el yugo de las tinieblas y la indiferencia?

Bajo toda reserva, hay quienes sospechamos que han existido sombras que, desesperadas por su condición de indiferencia, han saltado decididas a invadir el cuerpo de quien les da sustento, o mejor aún, a hacerse a sí misma de un cuerpo. Quizás no es de extrañar que los ejemplos encontrados de estos casos se refieren a ‘mujeres sombra’. Tenemos algunos casos.

Camille Anastasia Kendall María Nicola Claudel (Camille Claudel)

La primera característica de las ‘artistas sombra’, es que, al anunciar su nombre, nos viene otro en consecuencia. Camillle Claudel nos recuerda de inmediato a Agusto Rodin (y Rodin a El Pensador). De origen provinciano, Camille llega a París en 1883 dispuesta a perfeccionar el arte de la escultura que tanto le apasionaba, en la Academia Colarossi. En esa misma fecha se encuentra por primera vez con el hombre de quien sería sombra y quien también sería su maestro. En apenas un año, Camille ya era asistente de Rodin y hacía para él, desde modelaje hasta asistencia como escultora en la famosa pieza de La puerta del Infierno y en muchas otras obras más, principalmente esculpiendo manos y pies, que le salían de maravilla.

De acuerdo con los biógrafos de ambos, el Cielo y el Infierno no se quedaron en las puertas de la relación de estos dos escultores. Enamorados apasionadamente, se inmiscuyen en una relación que ha trascendido en la historia del arte. Y de ahí, el ensombrecido destino de Camille Claudel. Siendo una escultora excepcional, será recordada por las cartas de amor o por las súplicas ante un amante caprichoso. Una de las obras más afamadas de Claudel (que se encuentra por cierto en el Museo Rodin), se llama La Edad Madura, en donde ella se retrata magistralmente de rodillas, suplicante, viendo cómo su amado se retira con otra mujer-ángel-bruja (Rose Beuret) dejándola en el abandono. Y así es recordada, eternizada, implorando. En medio de sistemáticas crisis nerviosas Camille realiza una última exposición en 1905. Después de ello, sólo se le recuerda destrozando sus propias obras, recluida en su taller, sola y pobre. Terminó sus días tras las sombrías paredes del Hospital Psiquiátrico de Ville-Évrard. Su tumba no tenía más inscripción que el número 1943-n392.

Elaine De Kooning

Talentosísima pintora expresionista, pero convertida en sombra, queda eternamente relacionada a su marido, el pintor neozelandés Willem de Kooning. En épocas en donde se usaba el cercenar el apellido de la mujer, Elaine firmó siempre sus obras como E. de K. Su interés era primordialmente el retrato y, debe decirse, el retrato de grandes varones empezando con su marido y terminando con JFK. Algunos de sus biógrafos, rescatan la siguiente frase cuando Elaine era apelada como una artista eclipsada por su marido: “No pinto a la sombra de Willem, pinto bajo su luz”. A más de una persona, esta frase le puede sonar del todo romántica, y efectivamente lo es. La pregunta siguiente es: ¿cuántas mujeres, víctimas del romanticismo, han quedado varadas esperando a que su nombre sea dicho en los anales de la historia del arte, y al escuchar sólo el silencio, se retiran pensando que han hecho un heroico tributo de amor? La obra de Elaine se sostiene por sí sola, tanto como la de Camille Claudel, por lo tanto, queda claro que no han sido sus méritos artísticos las que las tienen a la zaga de los hombres, sino también el de una sociedad que tiende a ensombrecer a las mujeres cuando las ven junto a luminosos varones.

Margaret Doris Hawkins (Margaret Keane)

Se cierra la pasarela de artistas ensombrecidas con Margaret Keane, puesto que se trata del emblemático caso de una sombra que cobra vida propia. Originaria de Nashville, Tennessee (1927), fue inspirada hacia la pintura por el arte sacro que ilustraba la Biblia de su familia. En 1955, contrae matrimonio con Walter Keane, personaje dedicado al negocio inmobiliario quien, al percatarse del talento y potencial éxito de las obras de su mujer, decidió cambiar de giro y ocuparse en vender sus obras con el genio comercial que le caracterizaba.

Astuta y ‘generosamente’, Walter puso su apellido para que así fueran firmadas las obras, lo que posibilitó que los compradores confundieran al ‘vendedor de peras’, con el ‘peral’. En la década de 1960, el nombre Keane era altamente popular (en el corazón de la cultura pop) y era casi indispensable que las celebridades encargaran un retrato Keane. Mientras tanto, progresaba la creencia de que era el talentoso Walter el autor de los cuadros y la tímida Margaret, la mujer que estaba ‘atrás de un gran hombre’. Pero igualmente, en el silencio de la sombra, la pintora iba creando su nuevo y prodigioso estilo para terminar firmando como MDH Keane.

Las diferencias entre ambos escalaron, llegaron al divorcio y posteriormente al pleito legal por la autoría de las obras. Quedará en las páginas más memorables de las sombras que se revelan a la luz, el famoso juicio en el cual el jurado pidió a ambos contendientes que realizaran un retrato ahí mismo. Mientras que Margaret lo hizo en 53 minutos, Walter pretextó estar lastimado del hombro. Margaret ganó el juicio y fue retribuida con 4 millones de dólares por “daños emocionales y menoscabo de reputación”.

Semblanza.

José Antonio Alvear. Director de Desarrollo Académico del Instituto Cultural de León. Ha sido maestro de teatro por más de veinticinco años y ha visto pasar la vida como una gran comedia. Comunicador, historiador de lo contemporáneo y antropólogo social, gusta de estudiar los fenómenos de la imaginación social, la educación artística (que es donde se gesta la verdadera filosofía) y el drama cotidiano del que todos somos actores y audiencia. Actualmente, también estudia la Licenciatura en Psicología.

Este texto se publicó originalmente en la Revista Cultural Alternativas 127

 


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