La dulce (y peligrosa) vibración de la dislocación 

León, Guanajuato

Música

La dulce (y peligrosa) vibración de la dislocación

Por Eduardo Francisco Muñoz Esquivel   22/03/21

Alguna gente no enloquece nunca. Qué vida verdaderamente horrible deben tener. 

C. Bukowski

Descifrar la historia de una palabra que usamos para definir tantas y variadas cosas, que puede ir del significado peyorativo más hiriente a ser un sinónimo que sublima la habilidad o creatividad de alguien, no es sencillo. El lingüista español, Joan Corominas en su Diccionario Crítico, estudia que la palabra puede tener su origen en el verbo latino locare que significa lugar y cuya variante vasca lokatu significa dislocarse; moverse de lugar, no ‘estar’ en donde se debería, o más bien, donde convencionalmente se ha construído la ‘normalidad’ de estar.

La música, por su parte, proviene del griego μουσική (mousiké) en referencia a las Musas, hijas de Zeus y Mnemosine, quienes susurran sentires caóticos en los oídos de los hombres y cuya interacción dio origen a las llamadas Bellas Artes. 

Entender el concepto es completamente imposible sin pensar en su relación con eso que conocemos como ‘inspiración’ y que se relaciona incluso en la cultura griega con la locura, como bien se aborda  en Ión de Platón y especialmente en Fedro, donde se nos explica la locura entendida como inspiración divina dividida en 4 áreas: la locura profética (con afinidad en Apolo), los rituales místicos (con afinidad en Dionisio) la poética (de la inspiración de las musas) y la del deseo corporal (con afinidad en Afrodita y Eros).

Si desde su origen la música está pensada con un afán inspirador, los músicos tendríamos una cierta tendencia hacia ese lugar ‘dislocado’, tan atractivo cuando tenemos que beber una asombrosa cantidad de normalidad diaria para subsistir; pero en un escenario, frente a un instrumento musical o a punto de explorar la comunicación con lo simbólico e improbable para construir una experiencia que necesita intervenir la normalidad de quien la viva, vibrando en el aire con sonidos e ideas que beben gotas de silencio que buscan hacer catarsis en quien escuche, no podemos ser normales, no podemos seducir a nadie si no padecemos la necesidad de salirnos del mismo lugar, de encontrarnos en la sugerente dislocación de entrar al menos un instante en eso que llaman “locura”.

Ejemplos han existido muchos, aunque no es una constante, los músicos y compositores son tierra fértil de lo patético; buscan estar en contacto con intensas maneras de sentir, variadas maneras de ver el mundo e incluso, tratan de construir una dialéctica de la rebeldía que busca una libertad no del cuerpo o la mente, sino del sentir, ante una variada opresión de la colectividad y su necesidad de crear usos y costumbres que se permean en ideologías sociopolíticas de las que es difícil escapar y que muchas veces solo el quehacer artístico puede liberar.

Robert Schumann fue uno de los músicos más respetados e influyentes del Romanticismo. Alumno de uno de los maestros de piano más famosos de su tiempo, Friedrick Wieck, quien llegó a expresar que Schumann sería el más grande pianista que el mundo hubiera visto jamás; pero su sueño se vio frustrado por él mismo cuando, al probar un mecanismo que fortalecía los dedos al estirarlos, lastimó su mano derecha de manera irrecuperable, lo que concentró sus esfuerzos dentro de la música en la composición y en ser pionero en la publicación de críticas y análisis musical. 

Schumann padecía una enfermedad mental que comenzó a manifestarse cerca de los 25 años y que fue acrecentando hasta un intento de suicidio en 1854, esto lo llevó a internarse en un manicomio donde murió dos años más tarde. Su padecimiento pudo ser hereditario pues su padre se sentía poseído por fuerzas demoníacas y murió cuando Schumann era un adolescente; su hermana Emile se suicidó a los 16 años, mientras que el músico (fascinado por lo mágico y lo oculto), temía de manera intensa al envenenamiento y a los objetos metálicos. Experimentó alucinaciones auditivas desde los 18 años, transformando los ruidos en su cerebro en música extraordinaria, situación que podemos leer en sus diarios y al escuchar la asombrosa música que lo legitima como uno de los mejores músicos de la historia.

Héctor Berlioz es uno de los músicos franceses más reconocidos de nuestro tiempo. Nacido en una prestigiosa familia de médicos, Berlioz optó por dedicarse al arte de las musas, abandonando una prometedora carrera en el campo de la medicina. Su rebeldía fue característica en su paso por el Conservatorio de París, donde al parecer era sumamente criticado por su manera innovadora de componer. Su obra más importante, La sinfonía fantástica (de quien el afamado director de orquesta y compositor Leonard Bernstein diría que es una de las primeras obras de música escrita donde se aborda la psicodelia), habla de un personaje que envenenado por el opio, tiene sueños donde asesina a su amada para después hacerle un funeral rodeado de brujos y monstruos en el movimiento Sueño de una noche de aquelarre.

Uno de los músicos más asociados a este fascinante y desgraciado estado es Alexander Scriabin, quien se convirtió en uno de los alumnos más brillantes del Conservatorio de Moscú y aprendiz de piano de Serguei Taneyev (que aquejado por un alcoholismo radical murió por una neumonía adquirida en el funeral de Scriabin), quien también fue maestro de otros dos grandes músicos rusos: Rachmaninov y Medtner. Scriabin estaba inspirado por la teosofía, el ocultismo y su ‘enfermedad’ conocida como sinestesia, con la cual era capaz de ver colores y formas en los sonidos. Sin duda es uno de los músicos más creativos que hayan existido, abordando e innovando la poética del estilo romántico de mediados del siglo xix (conocida en el estilo musical de Chopin o Liszt) y que puede ser escuchado en sus primeras obras como su estudio Op. 2 No. 1, el famosísimo Estudio Patético Op. 12 No. 8 o su preludio Op. 16 No. 1, todas escritas para piano. Al escucharlas, uno es presa de una emoción que derrite hasta el corazón más gélido, donde se aborda un desarrollo aún tonal característico de una irredimible belleza que te abraza cálidamente por los oídos. 

Dentro de sus amistades se encuentra su cercanía a la familia Pasternak, de la que sobresale Boris Pasternak (ganador del Premio Nobel, autor de la afamada novela Doctor Zhivago y quien escribió la primera biografía del compositor), su amistad con Gueorgui Plejanov, padre del materialismo dialéctico, así como su relación con el movimiento conocido como Teosofía, encabezado por Helena Blavatsky y que llega a Scriabin por Dane Rudhyar, su maestro en la disciplina oculta que influyó en el compositor de tal manera que transformó la filosofía y todos los quehaceres de su música de manera profunda. 

Scriabin rompió los esquemas de la tonalidad y las vanguardias del momento volcándose en la construcción de un sonido propio: obras como su Sonata no 7 para piano, conocida como La misa blanca y que tiene su correspondencia en la Sonata no 9, La misa negra o Poema Satánico, su Sonata no. 6 de la que llegó a declarar que fue “inspirada por el demonio” o su poema sinfónico El poema del éxtasis basado en un texto escrito por él, llamado Poema orgiástico y que es una adoración al divino femenino, son obras que no tienen comparación con otras escritas en el mismo contexto histórico. Scriabin escribió dos obras orquestales más: el Prometeo, hecho para un coro de 100 integrantes que debía vestir túnicas blancas y un teclado que proyectara luz en vez de sonido (construído hasta 1915, año de su muerte) y esbozó Mysterium, una obra incompleta que se tocó en el Himalaya, en un teatro diseñado por el propio compositor durante 7 días, la cual provocaría el fin del mundo.

En la música mexicana también hay casos: Silvestre Revueltas, a quien Peter Garland (afamado musicólogo) considera el mejor compositor de Latinoamérica, fue el mayor de una familia que trascendió en el mundo de la cultura mexicana: su hermano José Revueltas fue un afamado escritor y su hermano Fermín brilló en el muralismo. 

Silvestre Revueltas tenía un espíritu rebelde. A pesar de ser un gran violinista desde niño, nunca estuvo contento con su formación, por lo que a los 17 años convenció a su padre de enviarlo a estudiar música a Estados Unidos. Ahí encontró una conexión directa con la música de vanguardia europea, que fue la probable causa de que, en palabras de una de las investigadoras musicales más importantes de nuestro país, Yolanda Moreno Rivas, “trascendiera las fronteras del nacionalismo para construir un lenguaje propio”; pero, donde también encontró una adicción al alcohol que lo acompañó toda la vida. Siempre que terminaba una obra se alcoholizaba por semanas, incluso escribió un diario conmovedor desde un sanatorio psiquiátrico donde fue internado por una crisis alcohólica (situación frecuente al final de su vida) dos años antes de su muerte ocurrida en 1940.

Revueltas compuso cerca de 100 piezas, de las que solo conocemos la mitad, pues no las registró en vida y muchas no están siquiera editadas. Tuvo fuertes desacuerdos con la mayoría de músicos y dirigentes culturales importantes del país, entre los que destacó su pelea con Carlos Chávez por causas desconocidas. Hizo música para películas y series de televisión por las que ganó algo de dinero y tuvo una afición por la política de izquierda revolucionaria. 

En el mundo del jazz también hay una tendencia a la ‘dislocación’: Miles Davis, figura revolucionaria del género por más de 40 años, sufría alucinaciones y constantemente tenía ataques de paranoia producidos por 30 años de adicción a las drogas, situación que lo llevó a dejar de tocar durante años y de la que salió gracias a la pintura. Bud Powell fue internado varias veces en hospitales psiquiátricos y fue una de las figuras trascendentales del bebop. Thelonious Monk, que revolucionó la manera de tocar jazz en el piano, se encerró los últimos 10 años de su vida en su casa con absoluto mutismo hasta su muerte, sin una razón aparente. 

El jazz también tiene una relación ‘inspiracional’ con las drogas, pues figuras trascendentales del género como Charlie Parker, legaron discos increíbles bajo sus efectos, lo que hizo que muchos músicos quisieran seguir el camino de The bird. A la ecuación también debemos sumar la situación social de la cultura negra-americana de los años 40 y 50 que provocaba que, a pesar de ser músicos con apariciones en televisión, radio, teatros de renombre y que grabaran más de 10 discos por año, vivían en la pobreza, en las adicciones y en la saturación de un trabajo que la mayoría de las veces era mal pagado.

En la música popular, los que ‘bailaron con la locura’ crean una lista incesante: Syd Barret, fundador de Pink Floyd y quien perdió tanto la cordura que se vio obligado a abandonar la banda que creó. Amy Winehouse, una de las cantantes de jazz más prometedoras que el mundo ha visto en la actualidad, fue perseguida por una adicción incesante a las drogas que la llevó a la incapacidad de actuar en vivo y desgraciadamente a su muerte a los 27 años, en el 2011. Kurt Cobian revolucionó el sonido del pop rock estadounidense con el disco ‘Nevermind’ lanzado en 1991, pero el éxito no evitó su suicidio en 1994; o la figura de Michael Jackson, uno de los músicos más exitosos e influyentes de todos los tiempos cuya obra siempre será manchada por los casos de pedofilia en los que estuvo envuelto a lo que se suman las incontables operaciones a las que se sometió por su obsesión con parecerse a su gran ídolo e inspiración: Diana Ross, junto a sus extraños e inusuales comportamientos.

La locura es un estado constante en el que nos refugiamos como un sedante a la desesperante normalidad, pero también es una enfermedad en la que curamos muchos de nuestros traumas. Quien tenga un ápice de creatividad sabrá que es imposible no cruzarse con ella en el camino. Hagamos música siempre y desde todos los lugares posibles. 

Referencias:

– Fubini, E. (2007) La estética musical desde la Antigüedad hasta el siglo XX, trad. de

Carlos Guillermo Pérez de Aranda. Alianza, Madrid.

– Gardner, H. (1998). Mentes creativas. Paidós. Barcelona.

– Hobsbawm, E. (1999). Gente poco corriente. Resistencia, rebelión y jazz. Barcelona. Crítica.

– Kerner, D. (2003) Grandes músicos, sus vidas y sus enfermedades. Ed. Mayo. Barcelona.

– Platón (1981) Obras completas. Aguilar, Madrid.

– Schopenhauer, A.(2004) Lecciones sobre metafísica de lo bello, trad. de Manuel

Pérez Cornejo. Universidad de Valencia, Valencia.

– Valls, M. (2002) La música en el abrazo de Eros. Aproximación al estudio de la relación entre música y erotismo. Tusquets, Barcelona.

Eduardo Francisco Muñoz Esquivel. Graduado como concertista de piano con honores por la Escuela Superior de Música del Instituto Nacional de Bellas Artes de México. Cuenta con una maestría en Cultura y Arte por la Universidad de Guanajuato y en Innovación Educativa por el Tecnológico de Monterrey. 

Es Director Musical y de Orquesta del programa ‘Mi orgullo, cultura e identidad’ de la Secretaría de Desarrollo Social y Humano de Guanajuato. Es catedrático del Departamento de Música de la Universidad de Guanajuato y jefe del área de música del Tecnológico de Monterrey campus León.

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Este texto se publicó originalmente en la Revista Cultural Alternativas 126


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