¿A quién le importa si algo es arte (o no lo es)? 

León, Guanajuato

Arte y Tendencias

¿A quién le importa si algo es arte (o no lo es)?

Por Rolando Ramos Reyes    10/02/21

La rebatinga acerca de si en el arte debería existir un ‘deber ser’ que describa y limite su esencia y alcances, es tan antigua que hasta existen estudios sobre los ciclos históricos en los que este tema se vuelve a retomar con más fuerza; pero la sensibilidad humana no deja de mutar, nunca, ¿por qué debería hacerlo el arte? 

Breve popurrí sobre algunos pensamientos recurrentes sobre el arte y lo artístico. 

El gusto no es el mejor juez del arte.

El arte no siempre expresa arte.

La imagen del arte no es el arte.

El exceso es una consideración relativa.

Cuando hablamos de arte, hay que cuidar la descripción para evitar la suscripción.

El “hubiera” es el sello de la mediocridad. El arte “es”.

Hay que concebir el arte después de experimentarlo.

El espacio puede ser o hacer el arte.

La dicotomía es pobreza de espíritu.

Pensar en arte no es arte.

La intención lleva al arte.

Pensar con arte es artístico, pero no es arte.

El límite de una idea de arte siempre es otra idea de arte.

El arte no es de verdad: el arte es verdad.

 

Cuando algo cualquier cosa nos llama la atención desde la idea de que carece del sentido que debería tener, estamos actuando desde nuestra propia carencia. Verme en el espejo en un día de desasosiego y pensar «ese no soy yo», es una reflexión grave en la que irremediablemente nos comparamos con una imagen idealizada del pasado. Aquello que creemos que éramos confronta a la inmediatez y la valora, no por lo que es, sino porque ese otro ya no está, ya no existe. Los occidentales —y sobre todo los católicos—, seres abigarrados en creencias vetustas y generalmente privados del desapego emocional, difícilmente tenemos la capacidad de entrar en un estadío mental en el que podamos considerar el que las cosas son mientras están sucediendo, y no hasta que son nombradas y valoradas. 

Abandonarnos a una experiencia encuadrando previamente sus límites es nuestro límite, nuestra carencia. ¿Qué es el amor y la fe? Acciones, sucesos inasibles que habitan en nuestra mente, armatostes de un sentir. ¿Qué es el arte? La materialización de un hecho abstracto que no proviene mas que del único lugar desde donde el ser humano puede manifestarse: el vivir (un verbo, por cierto). Si algo de esto es cierto, ¿por qué es tan poco aceptada la noción de que el ser humano pueda ser el creador de conceptos volátiles cuyo significado solo es vivencial? He escuchado la frase inquisitiva “hombre de poca fe” pero no la de “persona de poco arte”. Para el humano promedio, el arte es una cosa, la expresión de algo, no es algo en sí. “Las ideas abstractas son para hacer referencia a lo inmaterial”: nada más equivocado que esto.

Me atrevo a decir que los críticos y teóricos han matado tantas veces al arte como generaciones de seres humanos hemos poblado la Tierra. Conceptos como ‘aberración artística', ‘arte decadente', ‘no arte’, ‘objeto meta-artístico’, ‘anti-arte’, ‘post-arte’ y un largo etcétera, son el testimonio del desagrado por aceptarnos como seres irremediablemente cambiantes. 

Cuando nos referirnos al arte como clásico, moderno, contemporáneo o actual, fuera de una consideración ubicacional (histórica), lo que hacemos tras bambalinas es conglomerar nuestras carencias y convertir estos conceptos en pseudo adjetivos, porque a final de cuentas, ¿qué es el arte contemporáneo en sí mismo, es decir, sin la comparación con otro ‘tipo’ de arte? ¿Qué es el arte posmoderno sin un referente enjuiciante? Nada, ni el nombre conservarían.

Lo anterior nos da pauta para deducir que entrarle a la discusión de qué es arte y qué no lo es, o peor aún, acerca de las condiciones que debe poseer un arte que es mejor o ‘más arte’ que otro, es una vieja trampa cuyo anzuelo es el divisionismo. Cuando a un niño le preguntas, «¿A quién quieres más: a tu mamá o a tu papá?» y te contesta afable que a los dos los quiere igual, acaba de ser sometido a una jugarreta cruel en la que los dos elementos han sido medidos por él sin saberlo de la misma manera, porque la siguiente pregunta podría ser, «¿Por qué los quieres igual, si son diferentes y haces cosas diferentes con cada uno?»

Del mismo modo, un pseudo crítico de arte (léase Avelina Lésper si desea un ejemplo) declarará que dos algos son arte, y luego cuestionará el valor artístico de uno con relación al otro. El final siempre es que uno no cumple las condiciones del otro y por lo tanto o no es o es “menos arte”. De manera particular, una cosa que me ha funcionado bastante para alejarme de ese embrollo es el preguntarme cuándo ese algo es arte. Indefectiblemente terminaremos intuyendo o definiendo lo que hace que ese fenómeno sea arte y qué es arte dentro de las condiciones ese algo. Y ya si nos agrada o no, eso es otro asunto del que podemos disertar fuera de cualquier cuestionamiento.

Pero entonces, ¿desde dónde se abre la controversia hacia la discusión de si algo es o no arte, o de si el arte que se hace hoy es más o menos arte que el que se hacía en el pasado? Acaso la respuesta se encuentra echando un breve vistazo al sistema del arte: el artista anquilosado quiere permanecer, el nuevo artista desea un lugar o un nuevo medio para germinar y crecer, el crítico de arte añora la reacción de sus lectores, el historiador necesita pautas para estructurar su narración, el galerista busca una grieta por la cual colarse en la inmensidad del mercado, el director del museo requiere un discurso que represente los intereses de aquel que lo contrató. Maquiavelo sabía que tener amigos y generar un único enemigo es una gran estrategia si sabes manejar de manera adecuada el raciocinio dual. Y quizá y en ocasiones, el discurso de lo clásico contra lo contemporáneo es el caldo de cultivo idóneo para este tipo de tretas.

Vivamos el arte sin la carencia de las dualidades.

Este texto se publicó originalmente en la Revista Cultural Alternativas 125


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