Poetizar o filosofar 

León, Guanajuato

Literatura

Poetizar o filosofar

Por Gabriel Evaristo Mendiola Cuéllar   19/11/20

Pocas cosas parecen menos pertinentes en nuestra era coronavírica que el filósofo solitario encerrado en una habitación, envuelto en un aura solemne, reflexionando sobre Dios, el ente y la sustancia, y que produce como resultado un discurso pedante, cursi y aburrido que no nos concierne para nada. La condena de esta imagen popular del filósofo implicaría la condena de la filosofía misma.

Desde hace tiempo, la opinión pública en las sociedades industriales considera a la ciencia como un esfuerzo total que ve acercándose poco a poco a la verdad, y a los científicos como individuos que monopolizan los saberes más profundos de la realidad, a cuyas ágiles manos no habría problema que se les resistiera, si no  de inmediato, sí en un futuro no muy lejano. Al parecer, todo problema puede reducirse a conceptos científicos: la conciencia o el amor serían simples reacciones químicas y hormonales, podemos reconstruir todos los niveles de realidad partiendo desde las partículas subatómicas, o bien, puede rastrearse el origen de todas las cosas hasta un momento originario en una Gran Explosión.

Frente a esta aparente claridad del papel de la ciencia y los científicos, el papel de la filosofía en el conjunto del saber resulta borroso e incierto. Una razón es que, al ser  esencialmente una suerte de artesanía con las palabras, tiene parentesco con la poesía;   aunque las palabras poéticas tienen la ventaja de tener un efecto más directo, inmediato, nos elevan exaltando las emociones y la vida sensible. La poesía sería lo que el hombre lleno de palabras hace con su soledad.

¿Qué es lo propio de la filosofía? Podría parecer que su actividad ya es ocupada por la poesía y la ciencia, para ponerlo en términos de la recurrente e inevitable pregunta, ¿cuál es la utilidad de la filosofía en la sociedad actual? Puesto que la sabiduría popular no nos propone las definiciones claras y distintas que buscamos, ¿cómo delimitamos el accionar del filósofo? ¿Acaso no todos filosofamos? Para responder estas y otras preguntas, no podemos partir desde cero o de un conjunto de premisas previas, por lo que la honestidad obliga a poner las cartas sobre la mesa. Pues bien, yo defenderé a la filosofía como la hija de las ciencias y la poesía desde el basilisco del materialismo filosófico (Filomat), sistema filosófico construido por el español Gustavo Bueno Martínez. 

Primero hay que presentar dos definiciones: la de conceptos e ideas. Cada una de las actividades humanas va recortando un ámbito del mundo y desarrollando una serie de conceptos prácticos y precisos que les permiten desplegarse en sus respectivos campos; por ejemplo: los conceptos que usan los herreros, sólo funcionan en al ámbito de la herrería y así sucesivamente en toda actividad humana. Sería carente de sensatez pedir a un dentista que procediera utilizando conceptos de los zapateros.

Al cuerpo de conceptos que cada una de las actividades humanas va produciendo en el proceso de establecer y transformar su pedazo de mundo lo denominamos saberes de primer grado. Estos saberes indican qué se hace, cómo se hace y para qué se hace, seleccionan y ordenan los contenidos en contextos particulares de acuerdo con criterios dictados por las presiones inmediatas de las relaciones entre personas.

En tanto, el conjunto de ideas constituye un saber de segundo grado, ya que exige una actividad específica, pues las preguntas que suscitan las ideas de causa, estructura, tiempo, espacio, etc., no pueden ser respondidas desde un campo particular, por los físicos, los biólogos o los abogados, puesto que sus conceptos no abarcan los conceptos análogos de los otros saberes. La filosofía es el saber encargado del tratamiento, clasificación y crítica de las ideas tal como surgen de las distintas actividades humanas.

Así pues, la filosofía no es una labor ociosa, sino un saber crítico de segundo grado y el filósofo es un constructor de mapamundis que nos permite poner en su lugar a los saberes de primer grado; así como el cartógrafo toma los datos del topógrafo, el filósofo toma los datos del científico, los analiza y los expone ante su ojo clínico y, además, analiza aquellos misterios que ningún científico es capaz de resolver, los de la religión, la poesía y la estética.

Hay cosas que nunca podremos conocer con certeza, como garantizar de manera absoluta el éxito de una empresa o bien, la compra de acciones que dependen de la libertad del hombre y la oferta en el mercado de consumo actual. La volatilidad y la impredecibilidad del mundo nos llama a seguir un armazón teórico al que podamos recurrir cuando la ciencia solo nos da respuestas parciales y la poesía nos ofrece consuelo inútil. “La felicidad es para plebeyos”, decía Goethe. Lo que necesitamos es una guía de cómo pensar, que analice la materia, el mundo y al hombre sin recurrir a fantasmas o a construcciones de palabras sintácticamente posibles, pero sin mayor carga semántica, como lo hace la poesía. En particular, defiendo que lo que necesitamos es analizar la obra de Gustavo Bueno, padre del Materialismo Filosófico, un sistema de pensamiento pensado y escrito en español.  A partir de esto, podremos crear mapas que nos guíen en los tiempos difíciles que actualmente corren. 

Hoy todos somos ermitaños recluidos en nuestras casas, pero llegará la hora de salir a un mundo nuevo con cambios que tan solo hace un año ni nos imaginábamos, enfrentándonos a un mundo en donde el consuelo de poesía será poco y la ciencia no ofrezca certidumbre alguna.

Pero el filósofo, al menos el que sigue al Filomat, seguirá trabajando desde las sombras, analizando al mundo, viéndolo desde lejos extrayendo del presente su esencia, buscando en las ideas y en los conceptos las estructuras generales de la realidad. ¿Cuál es la utilidad de todo esto? En apariencia, poco para la vida diaria, pues no es cometido esencial de nuestra labor filosófica resolver dudas existenciales ni proponer soluciones, mucho menos ser comentaristas sociales, pero nuestro trabajo tampoco es inútil, si entendemos correctamente qué es ‘lo práctico’, como todo conjunto de símbolos que permiten a los organismos la elaboración de mapas que los ubiquen en el mundo y ofrezcan a los organismos contactarse con otros objetos.

En la obra de Gustavo Bueno tenemos asimiladas y criticadas las obras de Marx, Hegel, Aristóteles y Platón. Nuestra labor es construir sobre los hombros de estos gigantes, pero, precisamente, con la conciencia clara de que la filosofía no es un conocimiento científico ni vulgar o mundano. Sabiendo que es misión indispensable destruir aquellas ideas que oscurecen y distorsionan las estructuras de la realidad. Filosofar es pensar contra alguien más, es una toma de posición, una actividad partidista, pero no como se entiende en la política o en la religión, es decir, como simple afán de destruir al contrario; el partidismo filosófico implica conocer al contrario incluso mejor que él a sí mismo, para que la nueva posición que construya esté cimentada en la negación interna de las premisas contrarias.

Poetizar en estos tiempos lúgubres es necesario, pero no hay que dejarse deslumbrar ni por la tintineante luz de la belleza, ni entristecernos por la frialdad del mundo pragmático. Lo que necesitamos de inmediato es filosofar, pero para ello necesitamos antes arte, tecnología, y sobre todo, una realidad lo suficientemente rica y llena de contradicciones para poder pensarla críticamente. Hay que filosofar y filosofar en serio.

Este texto se publicó originalmente en la Revista Cultural Alternativas 122: bit.ly/Alternativas122


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