Ciencia, arte y tecnología para reconfigurar eso que llamamos cultura 

León, Guanajuato

Ciencia, Educación y Tecnología

Ciencia, arte y tecnología para reconfigurar eso que llamamos cultura

Por Gastón Ortiz Gutiérrez   19/11/20

“Arte es aquello que todos saben lo que es”, afirmaba axiomáticamente Benedetto Croce, aceptando la posibilidad de un conocimiento intuitivo que nos permite categorizar la expresión artística cuando se hace presente, semejante a la conclusión de Wittgenstein al renunciar a definir esta toma de conciencia: “Respecto a una respuesta que no pueda expresarse, tampoco cabe expresar la pregunta”. La discusión puede ser infinita pero en lo que podríamos coincidir es en que el arte es una forma de conocimiento que no podemos clasificar de otra manera; junto con la ciencia y la tecnología crea un ligero pañuelo de tres puntas que cuando levantamos alguna, las otras se afectan directamente, pues constituyen lo que llamamos cultura.

El problema de conciencia en el arte es inventar argumentos que lo sostengan, pero impiden también al lenguaje expresarlo mediante otro medio que no sea la propia conversación estética. Desde inicios del siglo pasado se ha derramado tanta tinta o bien se han golpeado tantas teclas sobre la definición del arte y la experiencia estética, como se han creado objetos considerados artísticos, buscado compulsivamente justificarlos más que fundamentarlos, especulando encontrar discursos donde no los hay, experimentando sensible e intelectualmente las presencias en un escenario tangible que por su propia naturaleza no deja ser subjetivo y que ya sea por inercia o por convicción, continuamos categorizando como estético.

En tiempos de crisis, el arte y los artistas han asumido su función social, su condición de testigos, poner en juego y práctica la capacidad para crear imágenes y conceptos que conversan con sus espectadores y expresan su interpretación, ya sea de manera puntual o por medio de metáforas y simbolismos, con empatía, con intención, por encima de la realidad cotidiana y mundana en la que todos nos encontramos sumergidos y no sólo en las codependencias biológicas sino también en las tecnológicas relaciones múltiples e incesantes entre seres y objetos, donde lo humano no es necesariamente central, somos solo una de las cerca de nueve millones de especies en el planeta y la pandemia nos los vino a restregar en la cara, nuestro imaginario colectivo se llenó de un día para otro de imágenes microscópicas de virus, de infografías de situaciones de contagio pero en especial de cuadrículas de videoconferencias y eventos a distancia, nos familiarizamos rápidamente con la representación de nuestras innumerables y constantes interacciones, nuestros avatares en condición simbiótica. 

La creación artística en tiempos de confinamiento merecerá un interesante estudio en años venideros; en circunstancias normales la inmensa mayoría de los involucrados en la producción artística se quejaban de la falta de medios, de espacios físicos, sobre todo, de la escasa disponibilidad de tiempo para realizar la obra maestra, cuando todo ese tiempo se proporciona de manera inesperada, sumado a la imposibilidad del desplazamiento y la contracción económica, la situación cambia radicalmente. Podemos encontrar en las redes sociales artistas que se lamentan de padecer crisis creativa y económica, bloqueos emocionales o bien a los que la situación ha sido un detonante para promoverse y vincularse a otros horizontes a través de la tecnología, así como hay quienes categorizan este fenómeno como un proceso natural y que cada cual experimentará una forma diferente de adaptación. Nada volverá a ser igual, aún cuando aprendamos a vivir con el virus y se construya la falacia de la “nueva normalidad”, las plataformas tecnológicas van a permanecer en el modo en que el arte se construye, se difunde y se consume, las cámaras abrieron nuestros espacios a la intimidad como apuntó Henry Jenkins en su presentación a distancia en nuestra reciente Feria del Libro, estos formatos parecen ser un paso definitivo a la apropiación colectiva.

El arte no es una fuga de la realidad, afirmó Vygotsky, sino un instrumento extraordinario de conocimiento y consciencia, no sólo individual, sino sobre todo colectivo, social; no obstante, todo esto sería insuficiente si el arte fuera una prerrogativa exclusiva de los artistas. Afortunadamente, el encuentro con el arte, las experiencias artísticas y las prácticas creativas de toda índole, son una constante en la existencia humana, incluso un proyecto existencial más que un oficio para algunos, más allá de una práctica intelectual, además de sensible, estamos comprobando al filo de nuestra salud mental en confinamiento, que es altamente positiva para cualquier individuo que la experimente.

El arte es un sistema de creencias más que de certezas, no implica encontrar respuestas sino plantearnos nuevas preguntas, la búsqueda de evidencias precisas, buscar descripciones literales es perderse en páginas y discursos en busca de la verdad absoluta, hay que tener un acto de fe para explorar lo intangible, lo intuido, desconocido e indeterminado, arrojar la piezas del rompecabezas y pretender que en ese ‘acto de fe’ caerán en su lugar, esto parece cada vez más complejo y volátil, terminamos siguiendo un rastro de huellas ajenas en zigzag que han explorado ese ‘territorio’ como lo categoriza Jorge Juanes, antes que nosotros.

Estamos ante un parteaguas, el tan citado fin de la historia por Danto en donde debemos empezar a imaginar futuros que no sigan los patrones de los últimos siglos, el virus nos sacudió para entender que el ser humano forma parte de la simbiósfera, que el mundo no existe para su uso y consumo, así como que el mismo ser humano no es sólo un sujeto ni un cuerpo, una unidad estática, sino un fenómeno de alianzas y relaciones, una mutación elástica, la cultura líquida de Bauman, esta crisis ha hecho contemplar a los medios masivos esa realidad, ruta que empezó a ser explorada por una de las interacciones más importantes del arte y las narrativas de este cambio de siglo: la de los artistas que se vincularon con científicos para trabajar los intercambios biológicos o las hibridaciones, el ciborg, los poshumanos para representar y comunicar la simbiósfera mas allá del humanismo renacentista era necesario realizar previamente otro tipo de simbiosis: entre las ciencias, las artes y las tecnologías para que reconfigurara eso que llamamos cultura.

Un claro ejemplo sería el filósofo y curador Timothy Morton, quien establece una dialéctica entre la teoría de la ciencia con las artes visuales para analizar nuestras interdependencias, la ampliación brutal de la conciencia de que somos partes interconectadas de un todo, aunque sea derivada de las hipótesis de las últimas décadas del siglo XX, se hacen tangibles en la conciencia y el nuevo orden, la digitalización del mundo en el siglo XXI, la concepción de la interdependencia llega para quedarse pero ya se especulaba en la expresiones artísticas, como en la instalación biotecnológica “Symbiome: Economy of Symbiosis”, las artistas Saša Spačal y Mirjan Švagelj, quienes idearon en un ecosistema armónico donde se ayudan mutuamente una planta y una bacteria. Tres años antes, junto con Anil Podgornik, construyeron una cápsula capaz de conectar a seres humanos con hongos; así como hay muchos ejemplos que se están llevando a cabo y difundiendo en tiempo real ‘a distancia’ en el campo del arte contemporáneo, habrá también los artistas que se niegan a compartir, a ser vistos por el lente de la cámara en sus procesos, quizás charlatanes que no quieren que se vean los hilos del títere. 

El arte es el pensamiento procedente del futuro, esos relatos transhumanos empezarán a formar parte de nuestros museos y libros, pero sobre todo de nuestras pantallas; así como el arte del Renacimiento lo hizo en enciclopedias y la música del Barroco en cintas y discos de acetato, se avecina una era en que el deleite del goce estético será a través de pantallas. Mientras como espectadores nos estamos preparando para asumirnos como seres interdependientes, vinculados, coexistentes, los artistas están encontrando sus canales, sus vínculos y tal veamos el fin de los grandes aparatos de legitimación, de las ferias de arte o de los curadores incuestionables, lo cierto es el ‘prosumidor’ de las teorías transmediáticas de Jenkins ya no sólo estará en el entretenimiento, también va a ser parte de la producción artística. Casi más de cinco siglos después del Hombre de Vitruvio de Leonardo da Vinci y del Pienso, luego existo de Descartes, se modifica el esquema del antropocentrismo por el de la red y la esfera, por el ecosistema y la comunidad, esa realidad simbiótica necesita más que nunca a artistas de la hibridación, a pensadores contrabandistas de saberes distintos, solamente las convergencias entre la ciencias, las humanidades, las tecnologías con las artes pueden conducirnos hacia nuevas maneras de entendernos como personas y como seres vivos, en entornos cada vez más complejos.

La propia pandemia, con su difusión masiva de imágenes microscópicas de virus, de infografías de humanos en situaciones de contagio y de cuadrículas de Zoom, nos ha familiarizado con la representación de nuestras innumerables y constantes interacciones, con nuestra condición simbiótica, nos ha recordado la fragilidad de nuestra civilización, que la Tierra no existe para servirnos de ella, sino que, por el contrario, sólo somos sus huéspedes. 

Gastón Ortiz. Diseñador gráfico por la Universidad De La Salle Bajío y maestro de la misma área por la Universidad Iberoamericana León. Actualmente estudia el Doctorado en Artes de la Universidad de Guanajuato y es presidente del Seminario de Cultura Mexicana en la Corresponsalía León. Se ha desarrollado como profesional y académico en la pintura, la ilustración, el cómic, la animación y el diseño, impartiendo talleres y conferencias en estas áreas desde 1995. Fundó ES COMIC! y fue miembro del Consejo Directivo del Instituto Cultural de León y tutor de los programas estatales de PECDA. Cuenta con 23 exposiciones de forma individual y 83 muestras colectivas en México y en el extranjero.

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Este texto se publicó originalmente en la Revista Cultural Alternativas 122: bit.ly/Alternativas122


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