Leer para filmar 

León, Guanajuato

Cine y Escénicas

Leer para filmar

Por Diego Enríquez Macías   12/10/20

El cine, en sí mismo, nació como un medio adaptado de otros medios. Más allá de la novedad técnica que implicó el medio nacido a finales del siglo xix, sus primeros pasos de evolución y desarrollo natural consistieron en voltear a ver a sus antecesores: la pintura, la fotografía, al teatro y sus géneros. A sus hermanas Bellas Artes entre las cuales después buscaría hacerse un espacio. 

Pareciera que toda narrativa y sus estructuras nos retornan a los clásicos griegos. Los primeros pasos del cine en búsqueda de una voz narrativa propia, daban vueltas una y otra vez en torno a los escenarios teatrales, a sus formas de contar historias.

El cine comienza a evolucionar en la medida en que los primeros grandes visionarios comenzaron a comprenderlo como un nuevo medio, la cámara como el transductor ideal que expulsaría a las historias y su manera de contarlas de aquel tablado detrás de un telón. Poco a poco dejó de parecer teatro filmado. El cine comenzó a hablar con voz propia, a hacerse de su propio lenguaje. A fragmentar tiempos y espacios, a aparecer y desaparecer personajes mágicamente, a dejar de ver a un personaje distante, perdido en medio de un escenario para luego saltar a su mirada, a sus expresiones, y por tanto, a sus emociones. 

Aquella voz dio flexibilidad al cine para contar nuevas historias que sólo podrían ser contadas a través de aquel medio, aunque tanto audiencias como creadores cinematográficos siguieron volteando a los grandes clásicos de la literatura, épicos relatos bíblicos y novelas que desde la tinta y el papel enajenaron a grandes masas de lectores. Grandes clásicos del cine nacen a partir de grandes clásicos de la literatura. El propio Georges Meliès dio una nueva forma de existir a las obras de Julio Verne entre las paredes de sus estudios para crear cine. En Hollywood comenzó a gestarse una gran industria alrededor de esta nueva forma de entretenimiento, que en un par de décadas, ya concentraba una enorme maquinaria y un sistema de estrellas, directores y estudios dedicados a la producción de obras a gran escala. 

Entonces, ¿por qué se adaptan textos literarios al cine? En el libro De la literatura al Cine, José Luis Sánchez Noriega da variedad de respuestas: “…por necesidad de historias, como garantía de éxito comercial, en tanto vía de acceso al conocimiento histórico, para recrear mitos y obras emblemáticas, en busca de prestigio artístico y cultural, así como para llevar a cabo una labor divulgadora”. (Sánchez, 2000). 

Aunque tales ideas parecieran apuntar a que la necesidad de adaptar a la pantalla atiende al alcance de objetivos comerciales de estudios y realizadores, puede también parecer que como espectadores, tendemos a buscar recorrer caminos narrativos muchas veces ya conocidos, aunque esta vez caminando por ellos de distintas formas, explorando nuevas visiones sólo alcanzables por el lenguaje cinematográfico. La literatura usa palabras y figuras retóricas para hacer ver a la mente. El arte cinematográfico en su naturaleza visual lo alcanza de una manera tangible, materializa una visión particular de cómo se ve aquello que debía ser imaginado por el lector. Y tal vez sea ahí donde se traza la frontera a veces infranqueable entre las diferencias, capacidades y limitaciones entre un medio y el otro.

La fidelidad en el proceso de la adaptación es siempre un tema de debate. Aunque se repita una y otra vez sobre cuánto puede ser mejor la historia entre las páginas de un libro, el tema de debate debería girar alrededor de cuánto puede ser distinta una misma historia. De cuánto puede ganar una narración hecha para las páginas al saltar a la belleza de la imagen en movimiento. Nadie puede negar el gran valor de piedras angulares en la historia del cine cuyas historias vienen de piezas literarias. Y no sólo porque lo digan los grandes historiadores, o las cantidades de recaudación en taquillas. Basta recorrerlas como espectadores y como lectores. 

Si bien, como un claro ejemplo, aunque el autor Mario Puzo estructuró una magnífica historia sobre el poder, las estructuras y los códigos de honor que amalgaman con sangre un inframundo criminal alrededor de una familia unida por un entrañable aunque sanguinario patriarca, Vito Corleone, se cristalizó como el mito de la cultura popular con la voz rasposa de Marlon Brando bajo la dirección de un aún joven Francis Ford Coppola. La música compuesta por Nino Rota para la película tal vez suene en la mente del lector de estas líneas. El Padrino se inmortalizó en las salas de cine. 

 

Referencia

Sánchez Noriega, José Luis. De la literatura al cine. Teoría y análisis de la adaptación. Barcelona: Paidós, 2000 (Paidós comunicación, 118).

 

Este texto se publicó originalmente en la Revista Cultural Alternativas 121: bit.ly/Alternativas121 


Historias Populares
Historias Recientes

Instituto Cultural de León

Oficinas Generales
Edificio Juan N. Herrera s/n
Plaza Benedicto XVI, s/n
Zona Centro
León, Guanajuato, México.

E-mail: prensaicl@gmail.com
Teléfonos: (477) 716 4301 - (477) 716 4899