Ser músico en el siglo XXI 

León, Guanajuato

Música

Ser músico en el siglo XXI

Por Adalberto Tovar Gómez   25/07/20

Las exigencias de diferentes índoles que se presentan para cualquier músico, y que éste tiene que superar si desea subsistir económica, social o artísticamente, construir una carrera exitosa dentro de este contexto local, regional y mundial, son verdaderamente complejas; y en los conservatorios, escuelas y universidades donde se ‘prepara’ a los futuros músicos, no dotan de las herramientas necesarias al estudiante para hacer frente a estos retos.

Pensar en lo que se necesita para dedicarse profesionalmente a la música en el mundo de hoy, me ha resultado, en un primer intento y por decir lo menos, angustioso. El músico que busca un lugar en la vida artística y laboral de su entorno, como ya mencioné, no solo se encuentra con problemas a resolver de carácter técnico-musical o teórico. 

El músico debe también entender el mercado —ya sea público o privado—, administrarse para costear los altos precios que tienen los instrumentos musicales, generar redes de comunicación que le permitan ser conocido por los mecenazgos; y todavía no entramos al aspecto fundamental por el que todo músico de verdadera vocación toma por primera vez el instrumento, que es el de hacer arte, expresar con sonido lo inexpresable con palabras. 

Se debe ser terco para aferrarse a la libertad creadora, que no siempre es considerada valiosa por los grandes públicos, el estado o el gigantismo institucional; se debe poner pie firme y mantener vivo el fuego interno que nos acercó a la solfa en primera instancia. 

El inicio de este siglo ya presentaba retos enormes que venían gestándose para los músicos. Las constantes crisis económicas parecen sembrar en la conciencia colectiva la idea de que la música y el arte en general no son prioritarios. La explicación de esto es simple, vivimos en un momento en el que la cobertura de la educación superior ha alcanzado los niveles más altos de la historia de este país, pero no estoy seguro de que podamos decir lo mismo en términos de la calidad de la educación que se imparte. 

Como señala Gabriel Zaid “la educación superior produce millones de ignorantes de su propia ignorancia, como si fuera natural; universitarios que no leen, como si fuera natural; la incultura se vuelve el paradigma del éxito, porque la clase política está formada por universitarios”[1]la consecuencia de lo anterior para el arte es funesta, ya que en palabras del mismo autor “(...) ahora hay altos funcionarios con doctorados en el extranjero a los cuales no es fácil explicarles qué es un libro, ni porqué la literatura y las artes son fundamentales para el desarrollo nacional. No ven la diferencia con cualquier otra mercancía”.[2]

Por lo tanto, el oficio de la música basado en la libertad creadora se ve muchas veces relegado a un entorno donde generar públicos y lograr financiamientos decentes es cada vez más difícil. El oficio es visto como accesorio de las necesidades ceremoniales de la burocracia cultural y no en su teología fundamental, que es la de crear en aras de elevar el nivel humano en general. 

Por otra parte, los medios de difusión de la música han tenido un impacto enorme en la calidad de la misma. Hoy, en la mayoría de las plataformas digitales solo se monetiza si un escucha excede los 30 segundos de reproducción, por ello, el que produce cualquier tipo de música y tiene la intención de generar algún ingreso, debe captar la atención del oyente desde el principio; por lo tanto, digamos adiós a las introducciones estilo Frank Zappa o Pink Floyd. 

La duración de las piezas se ha reducido significativamente puesto que el streaming tiene una oferta absurda de contenido y el escucha puede desplazarse por ellas con tremenda facilidad, por lo que resulta ‘conveniente’ que las experiencias auditivas sean cortas y directas; ni hablar de una obra como la tercera sinfonía de Mahler que dura aproximadamente dos horas. 

Resulta paradójico que hoy los músicos tienen al alcance, gracias a Internet, cualquier grado y tipo de herramientas para su formación, así como acceso a un archivo sonoro ilimitado, aunque el nivel de profundización en temas teóricos es cada vez menor, o al menos eso parece en la producción musical de nuestros días. Por ejemplo, en la música popular de los años 70 podíamos encontrar cierto grado de sofisticación técnica con piezas con más de cuatro acordes, arreglos musicales orquestales (que requieren un arreglista con conocimientos profundos de la técnica), grabaciones depuradas, etc. Hoy la mayor parte de la producción musical comercial tiene un pobre uso de elementos verdaderamente musicales y un contenido estético francamente desastroso.

Al momento de escribir estas líneas nos encontramos en otra crisis, una pandemia que ha cuestionado muchos paradigmas con los que nos manejamos y forzosamente nos ha puesto a cada uno en nuestras casas. Por supuesto que la pérdida de vidas humanas derivado de esto, así como los impactos económicos y sociales no deben ser disminuidos, pero si enfocamos esta situación de manera constructiva nos daremos cuenta que el arte y la música han sido valoradas en estos días y los creadores verdaderos que siempre han estado ahí, librando una lucha que pareciese cuasi quijotesca, de pronto son un poco más escuchados. 

Comencé diciendo en este artículo que escribir estas líneas causaba una angustia grande en mí. De acuerdo con Kierkeegard, la angustia es la que nos hace dar un salto de fe y continuar caminando sin tener certezas del porvenir. Caminar solo por la aventura que implica el recorrer los senderos de nuestra existencia. Vuelvo a la pregunta: ¿Qué significa ser músico en el siglo XXI? Significa lo mismo que ser abogado, doctor, ingeniero, maestro, policía o cualquier otro oficio, significa sortear las dificultades del momento histórico al que hemos sido arrojados, en los hombros del amor y vocación por lo que hacemos; significa tener una actitud crítica, pero siempre intentando construir desde la trinchera que nos corresponde y hemos elegido, significa encontrarse con muchos compañeros de atril que darían y están dando su existencia al desarrollo de lo que para nosotros es nuestro primer amor: el sonido.

Adalberto Tovar Gómez (1984, León, Guanajuato). Licenciado en Composición por la Universidad de Guanajuato. Ha participado en cuatro ediciones del Festival Internacional Cervantino. Ha sido becario del FONCA dentro del programa Jóvenes Creadores en dos ocasiones. Fundador y director del Cuarteto Solar. Desde agosto de 2019 es maestro en la Escuela de Música de León.

Referencias [1] Zaid, Gabriel. 2013. Dinero para la cultura. Ed. Debate [2] Idem.

 

Este texto se publicó originalmente en la Revista Cultural Alternativas 119: bit.ly/Alternativas119 


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