Ventanas al exterior 

León, Guanajuato

Cine y Escénicas

Ventanas al exterior

Por Diego Enríquez Macías   11/06/20

Imagen: Charles Chaplin en El Gran Dictador, 1940

A lo largo de la historia de la humanidad, cada generación ha experimentado sus propios tiempos convulsos. Sin duda, éste es el propio de la nuestra, el de una generación en la que vivimos cada vez de forma más acelerada, nos vemos de pronto en la necesidad de frenar en seco, de la auto reclusión en los confines de nuestros propios espacios domésticos.

El confinamiento nos provoca asomarnos desesperadamente a las ventanas que dan hacia el exterior; una de ellas es el cine, que llega a nuestras vidas a través de las múltiples plataformas digitales. Lo hace en estos momentos en que abatir el aburrimiento o el agobio de la incertidumbre se convierte en una necesidad básica —y lo ha sido siempre en las dificultades de cada década, desde su nacimiento—.

El crecimiento exponencial de la cinematografía como una industria de entretenimiento se dio gracias a su capacidad de transformarse en una ventana que pudiera asomarnos hacia realidades menos difíciles que la propia, convirtiéndose en un motor para soltar el gran agobio, al menos durante la duración de una proyección.

En los tiempos de la gran depresión de fines de los años 20, Laurel y Hardy, Buster Keaton y Charles Chaplin fueron sin duda los grandes héroes de la época (aunque perfecta- mente pueden seguir siéndolo). El Gran Dictador (Chaplin, 1940) aparece como una ventana para, a través de la sátira, lanzar una condena al fascismo en medio de la recién estallada Segunda Guerra Mundial.

La escena del discurso final se consagra como un romántico llamado antibélico a la fraternidad, a la esperanza y, a fin de cuentas, a la felicidad frente al tiempo adverso. El llamado de la película, década tras década del siglo xx —y las primeras décadas de su sucesor— sigue siendo tan vigente como en el momento en que fue proyectado en la pantalla por vez primera.

El cine tiene el poder de arrancarnos sonrisas incluso en la más profunda de las adversidades. O de sembrar semillas de esperanza. En 2014, en el documental La sal de la Tierra, Wim Wenders va acompañado de la mano del fotógrafo Sebastião Salgado, tal como lo hiciera Dante guiado por Virgilio, a las entrañas del infierno construido en el mundo por el hombre mismo. A través de la potente y desgarradora belleza de las fotografías de Salgado, la película nos enfrenta a nosotros mismos y a nuestra capacidad de autodestrucción, nos hace intrincados nudos en la garganta al ver los puntos más bajos de la así llamada humanidad, para luego hacer volver el color a la pantalla, lanzándonos de lleno a la abrumadora selva amazónica y brindándonos esperanza, mostrándonos un futuro que pudiéramos construir desde la tierra quemada.

Fue el propio Wenders quien en 1995 abrió una ventana para declarar el amor hacia el cine en sus primeros cien años de existencia con Historia de Lisboa, que en sí misma es un gran recordatorio sobre la atemporalidad e inmortalidad del buen cine y de su innegable poder para ser transporte a otros mundos, otros tiempos, otros estados mentales.

El cine es también una gran forma para ver, narrar y comprender nuestro entorno, nuestro tiempo y nuestras circunstancias. Si bien hoy, en nuestro propio tiempo convulso funciona como esa gran ventana que nos ayuda a ver más allá de nuestro confinamiento, será, indudablemente la gran voz con la que próximas generaciones comprenderán a la nuestra a través de las películas nacidas en los primeros tiempos pospandémicos del futuro próximo.

 

Este texto se publicó originalmente en la Revista Cultural Alternativas 118: http://bit.ly/Alternativas118


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