¿Una vuelta a qué normalidad? 

León, Guanajuato

Ciencia, Educación y Tecnología

¿Una vuelta a qué normalidad?

Por Diego Guzmán   10/06/20

La programación habitual sobre la que se estructuran nuestras sociedades se encuentra deformada y ralentizada en tiempos del covid-19, poniéndose de relieve sus profundas contradicciones. Desarrollando tres reflexiones en torno a este contexto, intentaré formular un diagnóstico sobre los acontecimientos que se viven, para finalizar con una prospectiva fundada en las siguientes interrogantes: ¿Qué situaciones se vislumbran después de la pandemia? y ¿cómo retomar la vida luego de esta pausa obligada?

Introducción

Si algo define a la cultura es que ésta nos dota de un espacio inmunitario o respuesta protectora a través de la cual es posible la organización y estructuración de la vida social. Estos espacios de inmunidad hoy afrontan un complicado escenario que incluso pone en duda sus capacidades reales de protección y contención. Este contexto excepcional y fuera de la norma que vivimos, nos ha arrojado a un terreno en el que sobran las incertidumbres, donde las rutinas cotidianas han tenido que readaptarse —principalmente al confinamiento— a una pausa que contrasta con el ritmo acelerado en el cual vivíamos.

Las circunstancias que rodean a la pandemia se extienden hacia un tema que será central en los próximos tiempos, los sistemas inmunitarios de seguridad colectiva e individual y su puesta en funcionamiento en un mundo abierto a las contingencias y las crisis: ecológicas, sociales y económicas, que tienden al recrudecimiento. En lo siguiente reflexionamos sobre esto.

El impacto de la gran depresión

La variedad de problemas físicos y emocionales que comparten los que forman parte de una sociedad debe ser conectada con su realidad social y estructural. Hoy quizá como nunca vale ese dictum sociológico que sostiene que los grandes problemas existenciales son los graves problemas estructurales a los cuales debemos hacer frente (Martuccelli, 2010). Mismas deficiencias cuya gestión de riesgos e inseguridades sociales resultan siempre diferenciadas y con arreglo a la posición estructural de los individuos.

No obstante, en lo general, la pandemia ha agudizado muchas problemáticas arrastradas con anterioridad en este mundo. Podemos decir que los riesgos se han propagado para todos desde que originan preocupación y desasosiego, desde que nos dejan ver nuestra posición de mal asegurados física y emocionalmente. La mayoría de estos problemas inevitablemente se encuentran vinculados a las grandes debilidades estructurales que afronta la realidad institucional que actualmente parece alcanzar dimensiones planetarias. Los riesgos parecen compartirse, aunque los efectos varían agudamente dependiendo del contexto socioeconómico que les tiene que hacer frente.

Tal vez, esta pesadilla despierta nos está haciendo cobrar consciencia, no simplemente de que vivimos una crisis, sino de que vivíamos sumidos en el letargo de una crisis cuyos alcances aún son desconocidos y que solamente estábamos postergando y evadiendo. A esto se suma el hecho de que estamos reventados por las fake news, por los juegos políticos, por miedos, por imágenes crueles que señalan la debilidad de los sistemas de salud y empleo. Surge el agotamiento mental y anímico, el insomnio, la irritación, la angustia, la paranoia de creer estar infectado. Pero igualmente esos discursos que vuelven imperante la idea de permanecer activos, de aprovechar el momento para recrearse en su existencia. Se revela en la crisis una tensión insoluble entre la pasividad y la productividad. Esto debería llevarnos simplemente a realizar un ejercicio de comprensión sobre lo que implica realmente la prevención o lo que significa enfermar, más allá de los meros cuadro médicos o clínicos e implicando los aspectos socioculturales.

Las medidas preventivas de aislamiento y distancia social han traído consigo diversos dilemas. En principio el modo como la desigualdad social quebranta dichas medidas convirtiéndolas en privilegios de ciertos sectores sociales, en tanto que millones deben vivir el aislamiento dentro del hacinamiento y la marginalidad, sin contar con aquellas personas que no cuentan siquiera con un hogar. Los trabajadores más precarizados, los obreros, los comerciantes y aquellos que transportan los insumos básicos son los que continúan en movimiento a pesar del miedo a quedar contagiados o, peor aún, perder el sustento. Otros muchos ya viven esta carencia. Las calles no se han vaciado, ahí queda reflejada la desigualdad social. Muchas de las víctimas potenciales en un país azotado por otras pandemias mórbidas se encuentran dentro de estas capas sociales que por voluntad propia no pueden cumplir con las medidas preventivas y arriesgan su salud.

El otro problema tiene que ver con las repercusiones que el aislamiento puede traer para aquello que se ha manejado comúnmente como la salud mental de otros millones de personas que pueden optar por el confinamiento en sus hogares. Muchos de ellos, hoy alejados del vínculo cara a cara, de los afectos, de la solidaridad o incluso del acompañamiento sexual. Lo que parece claro es que hoy debemos afrontar como cada uno pueda el encierro.

Con los aspectos señalados se hace evidente que no podemos formular generalizaciones en torno al confinamiento, que visto desde un ángulo epidemiológico no es más que la estrategia más consecuente para contrarrestar el crecimiento de una epidemia, aunque eso no esté siquiera garantizado. Cada miembro de la sociedad lo hace desde las condiciones sociales a las cuales ha quedado expuesto.

Del diluvio depresivo a los paraísos artificiales

Según Alain Ehrenberg (2010) la depresión es la neurosis de nuestro siglo. La respuesta patológica frente al mundo del aceleramiento y de los llamados a la productividad en su carácter más exacerbado. La depresión es un estado mental que acompaña la emergencia de la individualidad, Ehrenberg establece que ésta concierne al periodo de la modernidad; es la tragedia de la inadecuación y de la inhabilitación en una sociedad que exige de sus miembros la auto- superación y altas cargas estimulantes.

El problema de la depresión ya era una tendencia creciente en México antes de la pandemia. La Encuesta Nacional de Epidemiología y Psiquiatría (ENEP, 2016) señala que el 18% de la población de 18 a 65 años padece un trastorno del estado de ánimo y sólo el 20% recibe algún tipo de tratamiento. Este simple dato sería otro indicio de que no hay una estructura institucional de contención frente a estos malestares civilizatorios, nos pone a pensar que otros mecanismos de contención que suplen esta ausencia institucional: redes grupales de apoyo y solidaridad, también actualmente estarían en condiciones frágiles al quedar inhabilitadas por el distanciamiento social.

Esto nos pone a pensar en la presión mental a la cual estamos sometidos, una contingencia que sin reconocerlo parece habernos liberado de la rutina mecanizada, de un mundo que proyecta la imagen dicotómica de la conformidad y la competitividad entre sus miembros, pero que a la vez nos coloca en una condición inerte capaz de producir formaciones sintomáticas, necesidades afectivas que desprenden las sensaciones de falta y los actos evasivos.

El spleen del hogar

La pandemia nos ha mostrado no saber qué hacer con el hastío, contar con la falta de entusiasmo para afrontarlo en el aislamiento. El virus parece que nos ha regalado tiempo, pero por el contrario una falta de movilidad, cuya asimilación se da en un espacio de reclusión y restricción. Tiempo para matar el rato principalmente en las redes sociales, dentro de una extensión territorial precaria y limitada. El problema social sobre las políticas de habitabilidad vuelve a aparecer en escena como un retorno pulsional.

Igualmente, esta crisis voltea a ver la ralentización de la vida no como una posibilidad recreativa sino como un problema anímico: aburrimiento y ansiedad, estrés o soledad. El filósofo francés Edgar Morin sostiene que esta epidemia, nos orilla a realizar una “saludable desaceleración”. Esta reconquista del tiempo interior es en este escenario, sostiene el teórico de la complejidad: “un desafío político, pero también ético y existencial.” (Morin citado por Ordine, 2020: versión electrónica).

La ralentización de la vida no sólo hace guiños al aburrimiento, también a esa posibilidad de mirarse al interior, procurándose autocuidados. De ahí que sea considerado por Morin como un soporte existencial. Ahora bien, esta división entre el espacio de lo interior y el espacio exterior, lejos de permitirnos ese sentimiento de saludable desaceleración, provoca otros impactos, parece que le tememos al aburrimiento, a dejar de ser productivos, caer en el spleen y la ociosidad. Se pone en tensión la noción del rendimiento en un con- texto donde priva el aplazamiento de tareas, o paradójicamente, se da el aumento inmoderado del home office o las tareas de la escuela como si fuesen antídotos ante el desajuste de la rutina.

A modo de conclusión

¿Cómo retomar la vida después de esta pausa obligada? Debemos ver esta crisis como un duro golpe de realidad, otra bofetada al ego humano. No estábamos preparados para esta crisis ni lo estaremos para las próximas, sin o con urgencia no se hace un esfuerzo por deliberar en el ámbito público necesidades apremiantes tomando decisiones drásticas con respecto a las formas de concebir el desarrollo económico y productivo de nuestra sociedad. Esto es ambivalente, la distancia social nos acerca a la necesidad de lo público. Al reconocernos en la crisis es preciso la crítica sobre aquello que con cierta añoranza denominamos ‘normalidad’, reviviendo las pasiones de cambio, poniendo en tela de juicio los estilos de vida adoptados e instituidos anteriormente.

El escenario a corto y mediano plazo avizora un complejo retorno a la normalidad, donde las medidas de distancia social continuarán aún a pesar de la flexibilización de las restricciones, con el fin de evitar nuevos brotes. Los organismos internacionales solamente se han preocupado por plantear el tema de la reactivación económica donde se esperan fuertes modificaciones en la organización laboral y la actividad productiva (CEPAL, 2020) priorizando el trabajo en casa a gran escala, aunque sin un mayor plan de estímulos sociales que ponga en el centro concepciones como las del bienestar o la igualdad. Por otra parte, han emergido muestras notables de solidaridad, se gestan redes de apoyo mutuo entre sectores de la sociedad con el fin de aminorar los impactos. Es quizá dentro de estos reductos sociales donde puede prevalecer un poco de esperanza.

Diego Guzmán. Doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Guanajuato. Profesor de asignaturas en los programas de Antropología Social, Sociología y Ciencias Políticas. Líneas de investigación: procesos urbanos, teoría social y filosofía.

Referencias

Baudelaire, Ch. (2011) Los paraísos artificiales, Madrid: Alianza editorial.

CEPAL (2020) América Latina y el Caribe ante la pandemia del COVID-19. Efectos económicos y sociales, Santiago: CEPAL.

Ehrenberg, A. (2010) The weariness of the self, Inglaterra: McGill-Queens University Press.

ENEP (2016) Encuesta Nacional de Epidemiología y Psiquiatría, México: Instituto Nacional de Psiquiatría Ramón De la Fuente.

Ordine, N. (2020, 11 de abril) “Vivimos en un mercado planetario que no ha sabido suscitar fraternidad entre los pueblos” El País. Disponible en www.elpais.com/cultura

Martuccelli, D. (2010) La société singulariste, Paris: Armand Colin.

 

Este texto se publicó originalmente en la Revista Cultural Alternativas 118: http://bit.ly/Alternativas118


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