Mujeres Mineras. Empresarias, obreras y profesionistas 

León, Guanajuato

Cultura, Identidad y Patrimonio

Mujeres Mineras. Empresarias, obreras y profesionistas

Por María del Carmen Altagracia Rocha Martínez   09/03/20

Ilustración Cuauhtémoc Robles

Si bien la historia tradicional coloca en el centro de los acontecimientos a líderes políticos, religiosos y militares durante los intensos procesos de La Conquista y evangelización, así como el posterior desarrollo de una Nueva España y, más adelante, el México independiente, la figura de la mujer ha estado en constante interacción como un actor indispensable en todos los ámbitos de la sociedad, entre ellos la minería

El estado de Guanajuato debe, históricamente, parte de su crecimiento económico y cultural al establecimiento de la industria minera desde los años posteriores al avance de los conquistadores sobre el territorio de la Nueva España, especialmente en las tierras agrestes del centro del Virreinato dominadas por tribus chichimecas que celosamente guardaron los secretos de valiosísimos metales escondidos en las entrañas de la tierra, ubicados en la franja norteña del actual estado: Comanja, el Real de Minas de Guanajuato, y Palmar de Vega —hoy San Pedro de los Pozos—. Esta industria se caracteriza por diferentes etapas de auge y declive, en las que han aparecido en escena diversos grupos de inversionistas, desde los cazafortunas, los peninsulares de abolengo, los empresarios estadounidenses y los mineros nacionalistas.

De igual forma, en esta industria que desde antaño implicó relaciones comerciales y políticas, así como una fuerza de trabajo exhaustiva, las féminas tuvieron una participación activa en las empresas que, al menos durante el siglo XVIII y parte del XIX, sostuvieron el capital internacional gracias a la producción de mi- nas tan renombradas como Valenciana y Rayas.

Hablar de mujeres mineras tiene, al menos, tres connotaciones relacionadas con su ocupación dentro del sector. Mujeres mineras fueron aquellas que regentaron las propiedades mineras de su familia o, en casos excepcionales, de su propiedad y, por lo tanto, las más destacadas en la escala social; también fueron las que dieron su fuerza de trabajo como separadoras de metal en los más ínfimos contextos laborales y, más recientemente (entrado el siglo XX) la profesionalización de la industria abrió sus puertas, aunque reaciamente, a las mujeres que ingresaron a las casas de estudios para obtener grados académicos en las áreas de minería y metalurgia.

La mujer, más allá de las fronteras sociales y la distinción de clases tan marcadas en las sociedades novohispanas y de las últimas décadas del siglo XIX, formó parte de la fuerza empresarial y laboral de la minería, principal actividad económica de Guanajuato. Y es que si los hombres, especialmente los de las clases acaudaladas, tenían encomiendas políticas y militares, resultaba difícil que empeñaran su tiempo en tareas que representaban parte del trabajo minero. En consecuencia, esposas e hijas asumían las riendas de las empresas familiares, en las que destacaron por su astucia y brillante gerencia, así como su responsabilidad para asumir y pagar deudas, dejando de lado los paradigmas de la mujer dedicada al ámbito doméstico.

Investigaciones especializadas han revelado que, al menos durante el siglo XVIII, las mujeres pertenecientes a la élite guanajuatense tuvieron una amplia injerencia en transacciones mercantiles de tipo inmobiliario vinculadas a las haciendas de beneficio, de labor y de minas, así como las actividades relacionadas a éstas; por ejemplo, la compraventa de esclavos, el pago de salarios a obreros libres, la adquisición de materia prima, entre otras. Por otra parte, con el esta- blecimiento de sociedades matrimoniales, la dote de muchas mujeres consistió en bienes vinculados a la minería, por lo que no era de extrañarse que peninsulares venidos a menos contrajeran nupcias con criollas adineradas a fin de hacerse un espacio en la sociedad, pero eran ellas quienes se dedicaban a su administración de minas, mientras los esposos ascendían en la escala social y política.

Como ejemplo de la prolífica actividad comercial de las mujeres, destacan los arrendamientos de las haciendas de minas que les garantizaba un estatus social y económico estable. Haciendas como la de San José, Santa Bárbara, La Natividad, San Juan, Salgado y Tirso fueron inmuebles rentados por las más destacadas mujeres de élite, como las hermanas Bustos Moya, María Ana de Sopeña, Isabel Benavides o Ana y Francisca Pardo Verástegui, quienes a su vez intervenían en negociaciones para la adquisición de materiales y pagos a los operarios.

Pese a que la gestión de sus propiedades implicaba una movilidad considerable de capital, las labores altruistas fueron impulsadas sin detrimento. Tal es el caso de la promotora de fundación del Colegio de la Compañía de Jesús, Josefa Teresa de Busto y Moya, quien en 1732 dejó constancia de la donación de 60 mil pesos a la causa educativa, si el rey Felipe V autorizaba la edificación de dicho colegio y el asentamiento de padres jesuitas para iniciar las labores de instrucción en las ciencias y las artes que urgentemente requería la villa de Guanajuato.

En tanto, las mujeres de estratos humildes se desempeñaban como integrantes de las cuadrillas de trabajadores, principalmente en el rol de galereña o pepenadora, que adquirió su nombre en tanto ejercía las labores de separación de metales preciosos en espacios habilitados conocidos como galeras. Un mito difundido entre los operarios es que las minas son en- tes femeninos a los que se les debe ayudar a parir los frutos de la tierra, en este caso los metales preciosos, y si acaso una mujer entraba en ellas, la veta se es- condería por celos, impidiendo la explotación de los minerales. Por esta creencia, se puede deducir que las mujeres no desempeñaban actividades dentro de las minas. Sin embargo, es más probable que los re- querimientos físicos para soportar las altas o las bajas temperaturas, la presión o la ausencia de oxígeno les impidieran desempeñarse en otro tipo de funciones al interior de éstas.

Aunque el trabajo de las galereñas era mínimamente remunerado, no significaba que requiriera menos especialización o conocimiento. Por el contrario, estaban instruidas para conocer los minerales de forma que pudieran distinguirlos a simple vista. Su figura estuvo asociada al tenatero, trabajador que subía a cuestas mineral y tierra extraídos o, en el mejor de los casos, los transportaba hasta el malacate que ascendía por los tiros. Podría decirse que, en la estructura laboral de la mina, la galereña, al igual que el tenatero, ocupaba una de las escalas más sencillas, pero de suma importancia debido a la recuperación del mineral que en sus finas porciones generaba una mayor producción

La galereña se consolidó en el imaginario colectivo mediante su ropa de trabajo, sencilla y sin pretensiones, que evidenciaba humildad, dignidad y trabajo constante, legando a Guanajuato su vestimenta que hoy figura como traje típico de la entidad: blusa adornada con detalles de listones, rebozo y una falda de manta con encajes, sobre la cual colocaban un zagalejo, que consistía en una franela roja con triángulos verdes. Su versión de gala se diferen- ciaba por colocar una sobrefalda de popelina blanca y una más de organdí floreado (Rionda 2010, 106).

De acuerdo con la historiadora Margarita Villalba, para 1805, 710 galereñas integraban la plantilla de La Valenciana y su trabajo consistía en separar seis tipos de metal: la plata casi virgen, metal, polvillos, apolvillados, azogue apolvillado y azogue ordinario, esto bajo condiciones de riesgo similares a las que experi- mentaban los barreteros y tenateros al inhalar polvos y gases emanados de la mina. Su salario promedio era de 2.25 pesos semanales, el más bajo de todos entre los operarios. A pesar de que estaban en la escala más baja de la jerarquía laboral, constituían la plantilla básica con la que toda mina operaba. Fue hasta los últimos años del siglo XIX que, debido a la modernización y llegada de equipos electrificados y métodos de beneficio especializados, fueron desapareciendo. Algunas empresas estadounidenses como la Guanajuato Consolidated Mining and Milling Co., mantuvieron durante un corto tiempo los servicios de las galereñas en minas como la de Sirena.

La profesionalización de la minería, cristalizada en el proyecto educativo impulsado por los mineros guanajuatenses en el Colegio de la Purísima Concepción (ahora Universidad de Guanajuato), fundado en el año de 1828, fue una de las más grandes áreas de oportunidad que las mujeres debieron conquistar en un ámbito dominado por los varones.

La Escuela de Minas, con una tradición de más de 190 años, tuvo hasta el año de 1979 su primera egresada, la ingeniera Laila Silahua Abirrached, destacada profesionista que actualmente se desempeña como geóloga independiente. También sobresale la maestra Elia Mónica Morales, profesora de la Universidad de Guanajuato que ha representado a la Asociación de Ingenieros Mineros del Distrito Guanajuato y es considerada una de las 100 mujeres más reconocidas dentro de la minería a nivel mundial. Actualmente la matrícula de mujeres en las áreas de la minería, la geología y la metalurgia se mantiene en ascenso, así como las oportunidades laborales. Al cierre de 2018, según informes de la Cámara Minera de México, las mujeres representaron el 15% de los empleos.

A más de 400 años de los primeros enclaves mineros en Guanajuato, la presencia tácita de la mujer, tanto en las gestiones empresariales como en las plantillas laborales, ha desembocado en una participación más activa y profesional, la cual aún se enfrenta a paradigmas masculinos que paulatinamente habrán de disiparse. Como uno de los ejes fundamentales de la estructura sociopolítica del Estado, la minería se mantuvo a flote en términos administrativos y de producción gracias a la intervención femenina, en aspectos hasta ahora en su mayoría desconocidos, pero que los repositorios archivísticos aún resguardan dentro de sus paredes para aquel que quiera constatar cómo la mujer se ha enfrentado a la ardua tarea de crear riqueza en un mundo representado por hombres.

María del Carmen Altagracia Rocha Martínez. Salamanca, 1990. Reside en Guanajuato capital desde 2003, es Licenciada en Historia y Maestra en Sociedad y Patrimonio por la Universidad de Guanajuato. Ha trabajado temas de historia política, historia de las instituciones y, más recientemente, paisaje patrimonial, desde una perspectiva multidisciplinaria. Actualmente ofrece consultorías sobre la protección y puesta en valor del patrimonio cultural de los guanajuatenses.

REFERENCIAS

Caño Ortigosa, José Luis (2005) Mineras en el Guanajuato Colonial, en Temas Americanistas, número 18, pp.4-39.
Marmolejo, Lucio (2015) Efemérides guanajuatenses, o datos para formar la historia de Guanajuato, Volúmenes 1 y 2, Guanajuato: Universidad de Guanajuato.
Meyer Cosío, Francisco Javier (1998) La minería en Guanajuato, 1892-1913, México: El Colegio de Michoacán/Universidad de Guanajuato.
Rionda Arreguín, Isauro (2010) Santa Fe y Real de Minas de Guanajuato, Colección Monografías Municipales de Guanajuato, Guanajuato: Gobierno del Estado de Guanajuato.
Villalba Bustamante, Margarita (2013) El trabajo en las minas de Guanajuato durante la segunda mitad del siglo XVIII, en Estudios de Historia Novohispana, número 48, pp. 35-83.

Este texto se publicó originalmente en la Revista Cultural Alternativas 115: http://bit.ly/Alternativas115


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