Tres formadoras de León 

León, Guanajuato

Cultura, Identidad y Patrimonio

Tres formadoras de León

Por S. Pamela Pedroza Alcalá   09/03/20

En toda sociedad, en todo entorno y en toda época, hay personajes que han pasado a la historia por sus aportaciones, incluso es común que se les haga tributo en libros o en nombres de calles. A partir de esto es fácil detectar que se habla más de personalidades masculinas pese a que han existido y existen mujeres que destacan por sus valiosas labores y talentos, desafiando —en muchas ocasiones—, aquello que una sociedad ha moldeado para alguien de su ‘género’; esquemas que son recalcados en los documentos que hablan de su trayectoria.

Nuestra ciudad ha sido testigo y cuna de mujeres que por su naturaleza creadora han gestado proyectos de todo tipo, per- durando en la memoria de León e incluso del mundo. Hablar de todas resultaría complicado no sólo porque serían necesarias varias ediciones, sino también porque la información encontrada es escasa.

Una razón más, es que la historia está mayormente escrita por hombres y las narraciones para describir la trascendencia de estos personajes agregan aquello que era o no de acuerdo con las ‘características femeninas’ establecidas y que ‘a pesar de ser mujeres’ lograron hazañas consideradas de un varón, lo cual desvía lo que aportaron a la historia.

A continuación, extraigo de la memoria a tres mujeres cuya vida dejó rastros significativos en León y que, si bien vivían bajo algunas limitantes y características del contexto, también fueron un motor que las llevó a la ejecución de sus distintos proyectos y las convirtió en entes disruptivos en su época. De la mano, invito al lector a la reflexión sobre las formas en que se ha referenciado la historia sobre estas mujeres, pues la escritura es el medio por el que podemos llegar a conocer sus aportaciones y es el lenguaje un importante generador de estructuras mentales que nos dan más detalles del entorno.

Mariana Caballero de Acuña y Pérez Quintana, quien nació en el siglo XVII, hizo posible una de las obras arquitectónicas más antiguas y valiosas de la ciudad por la belleza de su fachada y su autenticidad en el continente americano: el templo de Los Ángeles. Doña Mariana recibió la herencia de su padre y del segundo esposo de su madre, además de ser albacea de su esposo, por lo que obtuvo la riqueza que acumuló en vida y durante su matrimonio. A pesar de que los documentos otorgan una gran importancia a estos hombres y a su labor profesional, fue ella quien destinó dichos bienes para aportar valor a la ciudad.

Descrita como una mujer altruista, generosa y de “carácter y madurez poco comunes", dedicó parte de su vida y su fortuna a ayudar a personas en situaciones desfavorecidas. Como parte de esta devoción adoptó a una niña a quien llamó María Filomena, que a su vez adoptó a una niña. A continuación cito un fragmento que da a conocer este dato y nos habla del papel que se esperaba de la mujer, no sólo en el contexto de este personaje, también en el momento que fue contada su historia:

La benefactora, que no había procreado hijos en su matrimonio, y había vivido después de él como un ejemplo de viudas, en el año de 1799 había adoptado una niña.

Esto nos habla de que era esperado que tuviese hijos o hijas en su matrimonio y, por otros elementos encontrados en el documento, era considerada un ejemplo de viuda por no haber tenido otra pareja después de la muerte de su esposo.

Continuando con sus contribuciones, abrió las puertas de su casa a otras mujeres en desamparo de la sociedad, a quienes menciona en un documento que deja a la par de su testamento, impulsándolas a un acto de lo que hoy podemos llamar sororidad:

5a: Que lo que produjeran las rentas de dichas accesorias, haya de ser para la manutención de todas las que viven en esta mi casa actualmente, con la misma distinción de ahora, de amas y criadas, en cuanto a la manutención y clase de alimentos; que este derecho no haya de pasar en su falta a sus herederos, sino que sea para las que sobreviven de las que hay ahora.

6a: Que tampoco tengan derecho las dichas en la cláusula anterior a lo que ella exponga si se separaren. (idem).

Doña Mariana Caballero poseía la imagen de Nuestra Señora de los Ángeles, de quien era evidentemente devota, por lo cual, en 1770, decidió construirle el templo que quedó anexado al colegio de Niñas Educadas (Beaterio de señoras jesuitas). Durante los siguientes 10 años trajo a renombrados arquitectos, y aunque no se tiene un dato comprobable de quién estuvo a cargo de la obra, se menciona el nombre de Francisco Bruno de Ureña, considerado el último arquitecto reconocido de la época Colonial. La construcción despertó el interés de muchos e incitó a que recibiera varias donaciones, como la de doña Teresa de Crespo y Sardaneta quien testó su hacienda declarando que dejaba una suma importante para la celebración de las misas.

Se dice que durante la construcción, Mariana también se involucró “ayudando ella misma en los penosos oficios de albañilería, cosa por todos conceptos sorprendente de una mujer de aquella época” (idem), algo que sin duda también podría ser recalcado en estos tiempos por ser una labor poco común del género.

Para 1799 ya se tenían las bóvedas construidas y en enero de 1808 se celebró la primera misa. Meses después murió su benefactora, sin embargo, nombró a Isabel Urruchúa para terminar la obra; por lo que podemos concluir que gracias a las labores de tres mujeres, en nuestra ciudad se alberga una de las obras arquitectónicas más importantes de la Colonia.

Un dato más sobre doña Mariana Caballero es que su retrato al óleo, ubicado en la sacristía del templo, es probablemente la pintura más antigua de la ciudad; fue realizada poco después de su muerte y quizá tomando el modelo natural. En este se lee la siguiente leyenda:

Rto. De Da. María Ana Caballero, de Acuña, Perez Quin- tana, vecina de este lugar, a cuyas expensas y solicitudes, aun estrañas (sic) a su sexo, Construyó y Erijió (sic) desde sus Cimientos este precioso Templo, en el que se Venera María Santa Vajo (sic) el título de los Ángeles. Año de 1808.

En 1896 nació otro personaje que dejó un gran legado en la ciudad: Josefina Camarena, quien dedicó cerca de 50 años a la educación de miles de leoneses y paralelamente fue, —atípicamente para esa época— una empresaria, al fundar y dirigir un colegio privado. Su carrera como docente comenzó a los 15 años en el Colegio San Felipe de Jesús y posteriormente en la Escuela Oficial de Barrio Arriba y en el colegio Latinoamericano.

A pesar de que entre 1913 y 1916 se dificultó el establecimiento de nuevas escuelas, ella continuó su labor y para 1927 formó un grupo de nueve párvulos, que ocho años después se convirtió en el colegio estructurado ‘Constancia y Trabajo’, para el que creó un primer cuerpo de maestras integrado por ella, María Sánchez Robledo, María Natividad Álvarez, María de la Luz Vázquez y Conchita Cervantes.

Años después aumentó el número de alumnos y fue necesario separar a hombres de mujeres para acomodarlos en dos edificios distintos. El colegio ocupó diversas fincas del Centro en donde Josefina enseñó a leer a niños y niñas, además de preocuparse por los valores éticos, la conducta y la religión; un elemento que era pilar en esta institución, aplicando la costumbre del rezo del rosario y los viernes de confesión. Incluso se menciona que pedía su protección a la Virgen de las Tres Aves Marías.

Debido a su convicción religiosa, lo vivido con la guerra cristera, la educación socialista, entre otras circunstancias, Josefina Camarena se negó a incorporar su escuela a la educación gubernamental, hasta 1962. Cinco años después falleció, cuando la matrícula de su colegio contaba ya con 2 mil alumnos.

En uno de sus homenajes se resaltan como características admirables —que una vez más son seña de lo estipulado como femenino— su intachable conducta. “Cuidadosa de su peinado corto, su cutis, suave aroma, vestir elegante discreto, sin escote y largo recatado”2. Más allá de esto, Josefina hizo una labor educativa importante que fue ejemplo para proyectos educativos que vinieron después.

Una mujer que trascendió a nivel internacional fue Eloísa Jiménez, quien nació en 1917 y se convirtió en una de las más talentosas miniaturistas de sus tiempos, lo que le valió recibir una medalla en España por uno de sus cuadros. En 1942 fue nombrada como la ‘Restauradora oficial de la miniatura de México’. Desde sus primeros años dedicó su pasión a la pintura y fue alumna de Antonio Segoviano. Con una personalidad modesta, no sentía satisfacción de los homenajes que se hacían hacia ella, pues tenía la creencia de que eso envanecía y que sólo pintaba porque era aquello que llenaba su vida, honrando siempre su creencia religiosa y agradeciendo, decía, a su dios por el don que le brindó. A pesar de querer construir un perfil bajo, mantenía correspondencia con personajes como Eleonora y James Roosevelt y se propagaban opiniones de críticos de arte sobre su obra en las que podría ser común toparse con análisis sustentados en la distinción de su género y las características ‘femeninas’.

El genio desconoce el sexo de quien lo posee y lo revela. Igualador de hombres y mujeres en la calidad, no lo es sin embargo en los matices, y cuando habita en un espíritu de mujer a medida que este es más fuerte artísticamente, más se revela su feminidad. Porque el arte se manifiesta en aquel que se da enteramente, y si un hom- bre se da enteramente, es como hombre, crean- do y protegiendo. Y si es la mujer quien se da enteramente en su expresión artística, lo hace ahondando siempre en matices de sensibilidad, en terciopelos violentos o en musgosas luces. Notas de una gama sensible, esta mujer Eloísa Jiménez ha ido revelando su esencia espiritual en su obra.  G. Walker3

Como ellas, hay muchas historias de mujeres que han sobresalido en nuestra ciudad y a quienes habrá que dar su debido lugar dando menos peso a quiénes fueron sus esposos o si ‘dieron’ o no hijos, si vestían de tal o cual forma o si rompían la figura de lo que es una mujer. Es importante que como conclusión visualicemos que la religión fue una pieza clave de cada uno de los personajes; sería interesante reflexionar si, además de ser una característica fuerte de la cultura leonesa, para ellas representaba esa dimensión a partir del cual podían gestar sus propios proyectos respaldadas por valores colectivos.

1 Leal, M. (1971) Estudio Histórico sobre los orígenes del Templo de los Ángeles y su ilustre fundadora Doña Mariana Caballero de Acuña y Péres Quintana de Manrique-Malacara y Sánchez Caballero. León, México: Lumen.

2 Navarro, C.A. Revista Tiempos. Núm. 145, pp.3 a 10.

3 Boletín Órgano del Archivo Municipal (20 de mayo de 1967). Núm 29.

Este texto se publicó originalment en la Revista Cultural Alternativas 115: http://bit.ly/Alternativas115

 

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