Mujeres construyendo comunidad 

León, Guanajuato

Cultura, Identidad y Patrimonio

Mujeres construyendo comunidad

Por Edith Méndez García   09/03/20

Uno de los elementos característicos que compartimos entre quienes hacemos trabajo de campo e intervenciones comunitarias, es la experiencia de que las mujeres son quienes participan —en mayor medida— en las colonias. Si bien este rol regularmente es deslegitimado incluso por otros agentes dentro de la misma zona, es de esa participación de donde se sostienen numerosos proyectos sociales, programas gubernamentales o iniciativas independientes que posibilitan las transformaciones sociales.

En mi experiencia como trabajadora social comunitaria, y en las opiniones compartidas con otros profesionistas del ramo, coincidimos en que el principal elemento con el que nos encontramos al llegar a un territorio, son las mujeres, son la primera referencia que nos dan. Llegamos con ellas: la presidenta de colonos, la encargada del catecismo, la que presta su cochera para reuniones, la que organiza cursos de verano, la que gestiona recursos para su colonia.

Ellas son las primeras que se proponen para participar en la resolución de un problema comunitario, cuando se necesitan elementos para transformar espacios abandonados en lugares decentes o cuando se requiere de vigilancia para proteger las calles que habitan. Son ellas las que van y buscan las formas para hacer del lugar una zona digna para vivir.

Además de esto, se encargan del cuidado de los otros miembros de su familia y de la admi- nistración del hogar. La mayoría se preocupa por conseguir un recurso extra a través de la implementación de tandas, creando cooperativas, aplicando para convocatorias de becas y apoyos otorgados en la medida en que participan en charlas, pláticas, talleres, etc., y tienen pequeños comercios informales en sus casas o dentro de las colonias: puestos de frituras, comida, dulces, bazares de artículos de segundo uso, ropa, entre otras cosas. Sin contar a las que tienen un trabajo formal.

En ese sentido, es importante considerar las dobles y triples jornadas de labores, remuneradas y no remuneradas, que tienen que desempeñar las mujeres, para que, al momento de nosotros solicitar su cooperación en las intervenciones que como trabajadores comunitarios proponemos, no contribuyamos a la invisibilización de su labor y la explotación de sus horarios.

Pese a todo esto, el papel que tienen no siempre es visto como relevante o necesario; por lo general se analiza desde las lógicas patriarcales que las catalogan como personas sin ocupación laboral productiva porque no siempre ganan un salario. Se les reclama que están en las reuniones de proyectos sociales porque no tienen otra cosa qué hacer, porque no trabajan, no tienen ocupaciones o porque les gusta el “mitote”.

Con esto no trato de romantizar la idea de este sector de mujeres como personas perfectas, intachables o incuestionables, sino de reconocer lo que históricamente se les ha negado, lo que a diario se les recrimina, lo que las sumerge en dudas y les cuestiona las ganas de continuar en la tarea de conseguir mejoras para sus familias y vecinos.

Es así que, aunque nos pensamos en una época avanzada y creyendo que el feminismo está tomando rumbos extremistas, en el campo de trabajo seguimos conociendo mujeres que no pueden salir sin permiso de su esposo, que no pueden asistir a las reuniones o juntas de autogestión social si no han dejado la comida lista y servida, que no pueden participar en alguna actividad porque es en horas donde su pareja está en el hogar y ellas tienen que estar presentes.

Mujeres fuertes, inteligentes y propositivas que tienen que librar una lucha constante por su autonomía, porque, aunque parezca que se terminaron aquellos tiempos en donde la po- testad y propiedad de las mujeres pasaban de tutor en tutor, persiste en la cabeza de muchas personas esta misma lógica, disfrazada, maquillada y modernizada, pero igual de injusta.

Ellas tienen un conocimiento construido en comunidad, no por nacer mujeres supieron cómo ser organizadas, pero incluso todas las exigencias que desde niñas tuvieron han influido en su construcción de personas preocupadas por su entorno. En la sociedad las niñas están sometidas a un nivel mayor de requerimientos: que sean ordenadas en la escuela, autosuficientes en el hogar y empáticas en la calle; debemos pensar cuál es ese saber que les permite reaccionar en momentos de dificultades para resolver las problemáticas del entorno y compartirlo con los demás integrantes de la sociedad, los niños, los jóvenes, los adultos, para que las tareas se distribuyan de manera más equitativa.

En cuanto al papel que nos corresponde desde la gestión o cualquier tipo de intervención social, Úcar (2009), menciona que:

Se trata de... acompañarlas en el proceso de toma de conciencia, tanto de la realidad que viven como de aquella que desearían vivir y sobre todo de que dicha concienciación les haga poner en marcha acciones que les ayuden a transitar de la primera a la segunda.

Referencias

Úcar, x. (2009) La Comunidad como Elección: Teoría y Práctica de la Acción Comunitaria. Pág. 10. Dpt. Pedagogía Sistemática Social. Universidad Autónoma de Barcelona.

Edith Méndez García

Feminista interseccional, trabajadora social y gestora cultural comunitaria en el programa Territorios Culturales del Instituto Cultural de León. Integrante de la colectiva Mujeres Contra las Violencias Machistas en León y de la Red de Mujeres que Luchan en León.

Este texto se publicó originalmente en la Revista Cultural Alternativas 115: http://bit.ly/Alternativas115


Historias Populares
Historias Recientes

Instituto Cultural de León

Oficinas Generales
Edificio Juan N. Herrera s/n
Plaza Benedicto XVI, s/n
Zona Centro
León, Guanajuato, México.

E-mail: prensaicl@gmail.com
Teléfonos: (477) 716 4301 - (477) 716 4899