Primer intento de escapar a una definición única de feminismo 

León, Guanajuato

Cultura, Identidad y Patrimonio

Primer intento de escapar a una definición única de feminismo

Por Sandra Estrada    09/03/20

"El feminismo es la idea radical que sostiene que las mujeres somos personas".  Angela Davis

Feminismo es una palabra que, debido a las recientes movilizaciones en espacios públicos y privados, ha cobrado cada vez más presencia tanto en medios académicos como en conversaciones informales y en las cada vez más influyentes redes sociales.

Aun así, esta mayor presencia no implica una homologación de contenido; por el contrario, no todas ni todos los que hablan de feminismo están entendiendo lo mismo. Si bien no es la intención de estas líneas acabar con la multiplicidad sino reconocerla, es cierto que se vuelve necesario un mínimo de piso común a partir del cual poder incluso identificar las diversas corrientes feministas.

Comenzaré diciendo que como adjetivo, el término feminista puede usarse para calificar ideas, referirnos a teorías y a prácticas o movimientos sociales; además sirve como sustantivo para hablar en singular de “el feminismo” y situarlo a lo largo de la historia. La complejidad para definirlo se debe en parte a todas estas posibilidades, además de que, a diferencia de los dogmas, admite —entre quienes se interesan por él— la diferencia de perspectivas, los matices entre las ideas y el diálogo desde las distintas posturas.

¿Qué es entonces el feminismo?

Sugiero partir más que del sustantivo, pensándole como adjetivo: ¿qué es ser feminista?

La filósofa Diana Maffía (2008) reconoce para ello la aceptación de tres principios: que en distintas sociedades las mujeres estamos en peores condiciones que los hombres (principio descriptivo), que es injusto que esto sea así (principio prescriptivo) y tal vez el más importante, la disposición a actuar para impedir que esto siga así (principio práctico). Bajo estas premisas, la auto adscripción no es requerida, es decir, podemos ser feministas incluso sin nombrarnos así.

A estas alturas es probable que usted ubique ya a alguna abuela o maestra de la infancia como feminista, y es cierto, no es la nomenclatura lo que nos hace feministas; sin embargo, nombrarse también es importante. Lo que no se nombra no existe, han dicho las feministas que reclaman que se visibilice a las madres escondidas en ese falso genérico de ‘padres de familia’, aquellas que insisten en la visibilización del trabajo doméstico no pago, quienes han exigido que haya leyes para sancionar la violencia hacia las mujeres, las estudiantes que hoy nos interpelan para que se reconozca el acoso sexual que han vivido en las aulas. Por todo ello, creo que nombrarse feminista no es la esencia del adjetivo, pero sí resulta fundamental en un contexto social e histórico que se ha esmerado no sólo en opacar las causas y luchas feministas, sino también en construir y reproducir mitos amenazantes que van desde la absoluta radicalidad hasta la mayor tozudez y cerrazón, pasando por la patologización y el uso de categorías que nos han tachado de histéricas, locas, amargadas, herejes, brujas, asesinas, etcétera.

Vemos entonces que también podemos definir el feminismo como adverbio, calificando nuestras acciones (pensar, nombrarse, actuar feminista). Es una gran discusión que escapa a este espacio pensar si por lo tanto el feminismo admite gradualidad, si se puede ser muy feminista o no tanto. Lo que me gustaría plantear en ese sentido es que, siendo tan diversas las desigualdades que vivimos las mujeres, nunca se sabe en torno a qué tema o problema incursionamos en el feminismo. Así, mi bisabuela se volvió feminista (sin nombrarse) al reconocerse merecedora de una vida sin violencia dejando a su esposo, mi abuela cuando optó por ser autosuficiente económicamente, mi madre en la constante reivindicación de su maternidad en soltería, quizás. A mí, en cambio, el feminismo me llegó en las aulas universitarias, a través de las ideas de autoras que me fueron haciendo pensar y luego actuar distinto. Estas diferencias de temas o edades a veces generan una especie de holograma que parece mostrar grados. Sin embargo, creo que no es más que eso, un holograma.

Decía al principio del texto que la polisemia del término se debe también a que puede ser ubicado como conjunto de ideas de un tiempo y lugar. En muchos textos se plantea el nacimiento del feminismo en el siglo XVII: un heredero más de la época de la Ilustración. Estoy segura de que ideas feministas hubo desde mucho antes. Así lo reflejan las ideas de filósofas de la antigüedad como Hipatía, a quien desollaron por su atrevimiento de incursionar en las artes de pensar; Matilde Magdeburgo o Isabel de Villena, quienes en la Edad Media generaban ya incomodidad por cuestionar el orden establecido y por negarse a ser sólo lo que se esperaba de ellas como mujeres. Y claro, este brevísimo reconocimiento a mujeres de la antigüedad es apenas una pequeña y muy occidental muestra, pues habría que ir a la búsqueda de las pensadoras de otras civilizaciones ancestrales.

Fue en el siglo XIX, de acuerdo con Karen Offen (1991), cuando se popularizó en Francia el término feminismo, utilizándose desde entonces como sinónimo de emancipación de las mujeres. Las causas que persiguieron esas primeras europeas, que se autonombraban ya feministas, tenían mucho que ver con la exigencia de derechos para las mujeres, algunos que tenían que ser homologados a los de los varones (como el derecho al voto), pero también otros que serían desde entonces pensados como derechos para las mujeres: principalmente aquellos ligados a la capacidad de gestación y crianza. Pasada la primera mitad del siglo XX y sobre todo a partir de la publicación de El segundo sexo de Simone de Beauvoir, las feministas diversificaron sus exigencias irrumpiendo en ámbitos de la vida privada como las relaciones de pareja, la posibilidad del disfrute en la vida sexual, la maternidad no impuesta sino elegida, etcétera: Lo personal se vuelve político.

En estos últimos 100 años, el feminismo ha dialogado con distintas teorías y ha fructificado desde diferentes ciencias, todo ello abonando a que hoy podamos reconocer feminismos marxistas, liberales, anarquistas, radicales, chicanos, comunitarios, indígenas, interseccionales, afrofeminismos y un largo etcétera.

Muchas más páginas feministas restan por escribir, algunas están siendo ya redactadas en tesis académicas, políticas públicas, revistas de divulgación. Otras son representadas en consignas durante las marchas, antimonumentas, obras de arte, huelgas y expresiones performáticas. Hay las que ostentan denominación de origen como los feminismos latinoamericanos y las que prefieren un adjetivo de época: primera, segunda o tercera ola. Pero sin duda hoy el feminismo alberga ideas, exigencias, prácticas y estrategias vigentes. Para contextos con un número alto de feminicidios y violencia, el feminismo es además urgente.

Referencias

Maffía, D. (2008). Contra las dicotomías: feminismo y epistemología crítica. Seminario de epistemelogía feminista (págs. 1-9). Buenos Aires: Instituto Interdisciplinario de Estudios de Género.
Offen, K., & Garrayo, M. F. (1991). Definir el feminismo: un 
análisis histórico comparativo. Historia social, 103-135.

Bibliografía recomendada:

Lecuona, L. (2016) Las mujeres son seres humanos. México: CONACULTA.

Marcos, S. (2014). Feminismos ayer y hoy. Poiésis-Revista do Programa de Pós-Graduação em Educação, 8(13), 8-29.

Varela, N. (2005). Feminismo para principiantes. Barcelona: B SA.

Sandra Estrada. Mujer, feminista, madre de dos hijos. Licenciada en Psicología por la Universidad de Guanajuato, con estudios de maestría en psicología social comunitaria en la Universidad de Buenos Aires, actualmente doctoranda en Psicología Social en la UAM Iztapalapa. Especialista en temáticas de género y violencia hacia las mujeres. Docente en la UG y la Uia León.


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