¿Qué comeremos cuando el destino nos alcance? 

León, Guanajuato

Cultura, Identidad y Patrimonio

¿Qué comeremos cuando el destino nos alcance?

Por María Luisa Vargas San José   10/01/20

Si algo definitivamente no conocemos es el futuro. La incertidumbre y el miedo de lo que vendrá han sustentado el surgimiento de pitonisas, adivinas, magos, oráculos, videntes y astrólogos desde el origen de la raza humana y su palabra escrita hasta la fecha. Hoy en día la literatura y el cine de ciencia ficción retoman el camino imaginando distintos futuros para la humanidad.

Dentro de estos, existen paisajes optimistas y esperanzadores en donde los humanos, más o menos como para el año 2330 d. C., o fecha estelar 30620.1, parece que habremos conseguido unificar el planeta Tierra en una sola nación súper democrática, humanista y libertaria que cumple con el destino manifiesto de ser la tutora y guía responsable de toda una federación de planetas encargados de civilizar y adecentar a todo el universo educando a pueblos brutales como esa plaga de los Klingon, que son unos salvajes indeseables comedores de Gagh (gusanos-serpientes). 

A bordo del Enterprise se come increíble, replicadores moleculares de cualquier platillo conocido reproducen al instante cualquier capricho culinario que la tripulación eche de  menos. La azul y portentosa cerveza romulana, prohibida por ser pegadorsísima hasta para los Klingon, pasa clandestinamente los controles de la Federación para aquel que sepa cómo moverse en el mercado negro y es perfecta para brindar en los cumpleaños.

Pero no toda la ciencia ficción es optimista en cuanto a nuestro futuro, parece ser que si seguimos como vamos llegaremos a cumplir el vaticinio de distopías tan  terribles como las planteadas desde Metrópolis (1927) hasta Madmax, WaterworldEl planeta de los simios, Un mundo feliz, Blade runner, Terminator o Matrix sólo por citar algunas de las más famosas del siglo pasado, donde nuestro futuro es un mundo caótico y violento, decadente y cruel en el que los miserables son la gran mayoría y la lucha por los recursos vitales como el agua y el alimento (y el combustible, claro) determina la vida diaria del más fuerte y del más débil. El regreso a la barbarie como fruto final de nuestra ‘civilización’.

Tal es el argumento de una película especialmente perturbadora para cualquiera y peor aún para un gourmet, cuyo mensaje no puede ser más actual y urgente: Soylent Green o Cuando el destino nos alcance. Una película de Richard Fleichner estrenada en 1973, cuando la fecha en la que se desarrolla la trama, el año 2022, quedaba todavía tan lejos que permitía no preocuparse demasiado por esas galletas verdes llamadas Soylent Green. 

La trama se desarrolla en una ciudad de Nueva York poblada con 40 millones de habitantes, totalmente colapsada, paralizada con un tráfico fosilizado en el centro de la ciudad y permanentemente al borde del estallido social. La inmensa mayoría vive hacinada en la miseria y una muy pequeña minoría disfruta de todo tipo de lujos y privilegios, esto es, tener la posibilidad de adquirir un par de manzanas, una ramita de apio, tres hojas de lechuga, una cebolla y un trozo de carne, como máximo lujo. El frasco de mermelada de fresas tiene un precio tan exorbitante que sólo los millonarios han probado esta delicia. 

Los pobres apenas sobreviven consumiendo agua racionada en garrafas y dos variedades de producto comestible, el Soylent rojo y el amarillo, que son la única fuente de alimentación porque la producción de alimentos regulares se ha extinguido como consecuencia del efecto invernadero causado por la industrialización, que llevó al uso desmedido de los recursos naturales, convirtiendo al mundo en un gran desierto en donde las cuatro granjas que sobreviven son verdaderas fortalezas prohibidas. Un nuevo producto, el Soylent verde, arrasa en el mercado. La empresa asegura que se elabora con plancton.

Charlton Heston interpreta al detective Robert Thorn, el último policía decente, que descubrirá un gran secreto que pondrá en peligro el mantenimiento del status quo y de su propia vida, de pasada. Su compañero y ayudante, Sol Roth (Edward G. Robinson), es un viejo sabio, antiguo profesor, que representa el pasado de la humanidad, la generación en extinción (esto es, el público que en 1973 veía la ‘peli’) que todavía conserva recuerdos de lo que fue la naturaleza, y que aún tiene en la memoria el sabor de la verdadera comida. Por un golpe del destino, Sol logra cocinar una auténtica cena de tres tiempos, un ritual exquisito que honra los viejos tiempos de gloria, “cuando el mundo era hermoso”, en donde un par de hojas de lechuga serán la ensalada, luego seguirá el primer y último estofado de carne que Thorn haya probado en mísera existencia, para finalizar el banquete llegarán dos raquíticas manzanas como el postre más espléndido posible, tan distinto de ese Soylent green, galletas como croquetas de perros que tienen un gusto a... nada. 

O a todo, porque finalmente están hechas de lo mismo que estamos hechos los humanos.

No les echo a perder la película, si no que les invito urgentemente a verla. Cuando el destino nos alcance, ese destino que está a punto de llegar ¿volveremos a la barbarie, romperemos el último tabú, el más sagrado, el más horrible?


Soylent Green ( Cuando el destino nos alcance) R. Fleichner. 1973.

Disponible en youtube  https://www.youtube.com/watch?v=tTIUDkaYhkA

Este texto se publicó originalmente en la Revista Cultural Alternativas 111: http://bit.ly/Alternativas111


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