Rollos velados: Visiones de oropel 

León, Guanajuato

Cine y Escénicas

Rollos velados: Visiones de oropel

Por Diego Enríquez Macías   11/12/19

Paradójicamente a todo lo que la Navidad representa social y culturalmente, más allá de todo valor simbólico añadido, es una fecha en la que abunda lo desechable, el oropel y los envoltorios rasgados. Fechas de sentimentalismos y reconciliaciones, de atar recuerdos a productos culturales, muchas veces carentes de significado o de profundidad artística. En los centros comerciales suenan villancicos desde noviembre, el cine regularmente exhibe en cartelera alguna película temática y, año tras año, la televisión nos repite los ya instaurados como clásicos del cine navideño. 

La Navidad es la más grande ocasión de consumo y el cine de temporada no es la excepción, aunque esto no implica que todo cine comercial navideño sea necesariamente desechable; a fin de cuentas somos nosotros quienes nos encargamos de atar un significado final a cada película, a cada recuerdo ligado a ellas. Y muchos de esos recuerdos, ideales, aromas, colores y rituales que enmarcan la máxima celebración de la cultura occidental por excelencia han sido perpetuados en nosotros a través de la pantalla cinematográfica. 

Un gran árbol plagado de esferas, un enorme pavo al centro de la mesa y el arquetipo de la familia alrededor de ella, se nos ha presentado ad nauseam en las películas hasta convertirse en los propios arquetipos de los rituales importados con los que celebramos la Navidad, ligándolos a nuestros hábitos de consumo y con ello, a la creación de nuevas pequeñas acciones personales que ligamos a la fecha. Para mí, y hablando por los de mi generación, aquellos que nos criamos en los 90 frente a un omnipotente y hegémonico televisor (atados muchas veces a las barras programáticas de la TV abierta), no podemos dejar de rememorar la tarde de un 24 de diciembre a ver la transmisión de Mi Pobre Angelito (Home Alone, 1990). Así, con su traducción para el público latinoamericano. Un verdadero clásico. Pero si algo deberíamos entender tanto sobre el cine como la Navidad, es que no todo trata de lo desechable. Ambos se tratan sobre cuestiones más humanas, más profundas: lo sentimental. 

Hoy los años 40 nos parecen tan lejanos como sus formas de narrar, aunque ya la Navidad era un pretexto no desechable para narrar historias verdaderamente entrañables como lo hiciera Frank Capra en su esperanzadora película de posguerra ¡Qué bello es vivir! (It’s a wonderful life, 1946). En una Nochebuena, George Bailey interpretado por James Stewart contempla su vida justo en el momento en que decide ponerle fin, sin sospechar que un ángel que necesita ganarse sus alas, será enviado para ayudarle presentándole su vida a través de pequeños flashbacks a momentos de desinteresada bondad. ¿Y qué no es esa desinteresada bondad, precisamente, el espíritu de la temporada? 

Espíritus que evocan a diferentes tiempos y a distintos refritos cinematográficos de la obra de Dickens en la que Scrooge, la antítesis de la Navidad antes del Grinch, es enfrentado ante sí mismo y su pobreza espiritual, obligado a ver su pasado, presente y cruel futuro en aras de los mismos valores hegemónicos que rigen esta festividad, que por si llegáramos a olvidarlo, es una celebración religiosa que elude al natalicio de la figura divina que la guía. Y es, nuevamente esa 

desinteresada bondad la que (idealmente) rige las bases de la propia narrativa de la religiosidad cristiana, más allá de cualquier enfoque, visión, replanteamiento o refrito narrativo que pueda darse, incluso con Bill Murray en una versión del propio Scrooge adecuada al ritmo de consumo de los desechables la década de los 80 (Scrooged, 1988). 

Y pudiera parecer entonces que ninguna historia sobre la Navidad parece fresca, original, dado que toda historia que ronde sobre la temática regresará justamente a esos principios: evocar a aquellos valores universales que persisten más allá del árbol o las envolturas de regalos que ineludiblemente terminarán en el basurero una vez pasadas las fiestas. 

Este texto se publicó originalmente en la Revista Cultural Alternativas 112: http://bit.ly/RCAlternativas112


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