Un alma dancística llamada Alejandra Ramírez 

León, Guanajuato

Cultura, Identidad y Patrimonio

Un alma dancística llamada Alejandra Ramírez

Por Silvia Palacios   12/07/19

 

Una casualidad la llevó a encontrar su destino. Sí, sería a partir de las sospechas de una ‘pinta’ que la destacada bailarina Alejandra Ramírez Sánchez encontró su vocación, su propósito de vida.   

Alejandra nació en el entonces Distrito Federal, pero siendo aún niña se mudó junto con su familia a Puebla, donde años después inició su formación dancística. Con un semblante nostálgico, recuerda que su intención era ejercitarse, no adentrarse en el mundo artístico, pero una vez en éste, ya no dio marcha atrás. 

“Mi hermana se iba a las clases de danza y yo veía que ella echaba en su bolsa unas mallas y un leotardo, y yo le dije «si no me dices a dónde vas, yo le voy a decir a mi mamá que te estás yendo de ‘pinta’». Yo no sabía si se iba de ‘pinta’ o no, y me decía «cállate, luego te llevo». Pasó un mes y luego otro y entonces yo le dije «ahorita voy a ir a decirle a mi mamá que te estás yendo de pinta –No, no, no, ahorita te vas conmigo–», y ya fue que me llevó.

Yo entré con la mentalidad de hacer ejercicio, pero ¡sorpresa!, no era ejercicio. Mi cuerpo no estaba listo para ser bailarín, pero yo me aventé a ver qué pasaba”.

Fue así que se enfrentó al que quizás fue su primer reto en la danza contemporánea: lograr el nivel experimentado que ya tenían varias de sus compañeras y compañeros; para hacerlo, se forjó una disciplina estricta y comenzó a entrenar horas extras, pero eso no fue lo único determinante, pues también vivió un momento que lo cambió todo, ese momento en el supo que quería dedicarse a la danza contemporánea. 

“Lo primero que yo vi fue al Ballet Nacional de México, fue la primera compañía que vi de danza, mi primer acercamiento en cuanto a visual (...) vi un dueto que se llamaba Acuarimántima, de Miguel Añorve y Victoria Camero, del Ballet Nacional de México y fue cuando dije «yo no sé qué es esto, pero yo quiero hacerlo». Ese dueto me marcó porque, para empezar yo no lo entendí nada, pero me erizó la piel y me quedé sin parpadear”.

La forma en que la pareja de bailarines se expresaba corporalmente la impresionó en demasía. A ella la recuerda como una pantera con una gran cabellera negra que se contoneaba con fluidez, y a él, como un hombre corpulento con una cadencia y movimiento de torso que se asemejaba a las ondas del agua. Esa estampa aún se ve reflejada en la forma en que Alejandra mueve sus brazos para explicar cómo era la danza que presenció. 

Y es que para ella es claro que no se trata sólo de perfeccionar la técnica o interpretar, sino de ser capaz de transmitir emociones, sentimientos. 

“Siempre he creído que la danza se siente, no se interpreta. Porque, mientras tú como bailarín rompas esa cuarta pared y empieces a sensibilizar al de enfrente o a tocarlo sin tocarlo, ya la hiciste. Si él entendió que en lugar de que eras un corazón eras una ciruela, pues que lo entienda, ese fue su pensar, ese fue lo que le ayudó a ver y lo que le ayudó a sentir, entonces yo por eso digo que para mí, la danza se siente, no se interpreta, para qué le quieres buscar un nombre a lo que viste”.

Con la motivación y determinación de ser una bailarina profesional, Alejandra continúo con sus ensayos extras y pronto esa forma de trabajo comenzó a rendir frutos; del taller coreográfico que cursaba en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla dio el paso a la profesionalización en compañías y grupos representativos.

Sería un curso impartido por Alejandra Serret, sobrina de Guillermina Bravo, el que representó un impulso profesional no sólo para ella, también para su hermana Laura Pilar, cómplice de vida y de carrera. En ese curso ambas fueron seleccionadas por la maestra Serret para integrarse a la recién agrupación Estatal de Oaxaca, que en un año lograría la categoría de compañía.

La capacidad dancística de las dos no estaba en duda, por ello su mamá fue la primera en ofrecerles su apoyo para que viajaran a Oaxaca y su papá las respaldó económicamente durante el año en que el grupo pasó a ser una compañía y que entonces sí, ellas comenzaron a percibir un sueldo.

En la Compañía Estatal de Oaxaca estuvo durante seis años, posteriormente ella y Pilar regresaron a Puebla, pero esto sería sólo para tomar un nuevo impulso y ahora partir a Chiapas, donde por un año formó parte de la compañía de Tuxtla, y aunque se presentó la posibilidad de dirigirla, ella lo que quería era bailar. 

“Yo tenía como 23, 24 años, yo quería bailar, yo no quería ni dar clases ni dirigir nada”.

Regresó a Puebla y de ahí a la ciudad donde echaría raíces: León. El nuevo capítulo de su carrera dancística comenzó en la Casa de la Cultura Diego Rivera, donde tomaba clases y donde conoció a Juan Caudillo, pilar fundamental de la danza contemporánea en León. 

Por más de 25 años formó parte de la compañía Danza Contemporánea de León, de Juan Caudillo y Sylvia Salomón, a quienes recuerda con cariño por la oportunidad que le dieron para aprender y formar bailarines.

Años después comenzó una nueva etapa de la mano de su amiga Paola González, a quien conoció cuando impartía clases y con quien abrió su grupo Mínimo Cuerpo. “Yo la conocí cuando tenía 17 años. Yo iba a San Pancho a dar clases y ahí la conocí, luego ella audicionó para entrar a la compañía de Juan y Sylvia, quedó y empezamos a identificarnos”.

Aunque bailar seguía siendo parte de su rutina, poco a poco comenzó a centrarse más en la docencia, una segunda vocación que abraza con gratitud debido a la posibilidad que le da de transmitir conocimiento, de ver cómo aquellos bailarines van transformándose desde aquel primer momento en que pisan la duela.

“Cada alumno que yo tengo, es para mí un descubrimiento y una creación al mismo tiempo, el tiempo que duren conmigo. Desde que entran al salón yo les digo «fuiste tocado por la duela, eres bailarín»”.

Por ese motivo es que les exige compromiso, disciplina y la capacidad de ‘absorber’ todo el aprendizaje que puedan, que pregunten, que cuestionen, que se preparen. 

“Yo les digo que su primer escenario es el salón. Desde ahí yo empiezo a conocerlos (...) les exijo desde la clase como si estuviera yo viendo una función y me costó ese boleto oro”.

Tal vez sean esas ganas de que ‘vivan’ el estar en un escenario el que desea compartir con ellos, que así como para ella estar en el escenario representaba seguridad y los nervios quedaban en segundo plano, así sus alumnos ‘vibren’ al estar frente al espectador.

Esa entrega que tiene hacia la danza contemporánea, disciplina a la que le entregó su vida, no ha pasado desapercibida en la escena artística local, y es por eso que en el marco de la II Muestra de Danza Contemporánea, que se celebró el pasado junio, fue galardonada con el Reconocimiento ‘Juan Caudillo’. 

Al ser cuestionada sobre el momento en que recibió esta noticia, la maestra Alejandra no puede evitar emitir una gran sonrisa, llevarse las manos hacia el rostro y expresar: 

“No sabes, anoche no dormí. Son muchas cosas, cuando estás en compañías los reconocimientos son para la compañía y no para los bailarines. El único reconocimiento que se lleva el bailarín son los aplausos y el que tal vez tu coreógrafo y tu director o directora te diga «qué bárbaro, qué bien bailaste hoy».

Yo pensé que trabajaba en el anonimato, yo no creí que voltearan a ver mi trabajo (…) ¿Qué se siente? padrísimo, bueno, yo lloré. Me siento motivada, aquí es como que agarré gasolina y eso me impulsa a hacer cosas y a crear y a hacer”.

Más de 30 años han pasado desde que la maestra Alejandra Ramírez comenzó su travesía por la danza contemporánea que la ha llevado a tener una carrera sólida, con argumentos de sobra para ser reconocida; pero para ella está claro, esto no se acaba aquí, se trata de seguir aprendiendo, seguir trabajando, porque “siempre hay algo pendiente por hacer...”   

 

*Esta nota forma parte de la edición 107 de la Revista Alternativas, te invitamos a conocer la publicación completa aquí.


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