Una década sin la Alondra 

León, Guanajuato

Música

Una década sin la Alondra

Por Luis Meza   19/02/18

Hace una década se dejaron de oír los trinos de “La Alondra del Valle”, la trovadora leonesa María de la Luz Ocampo, la última heredera de una tradición musical serrana que hunde las raíces de su repertorio en las postrimerías del siglo XIX

 

Febrero de 2008 fue un mes aciago para la cultura en León. Con pocos días de diferencia fallecieron en aquel entonces el diseñador y coleccionista Oscar Salvador; el director de escena Javier Avilés y la última trovadora serrana: María de la Luz Ocampo Ortega, mejor conocida como “Lucita” o “La Alondra del Valle”.

Fue ella la primera en esa cadena funesta, cuando en la madrugada del 14 de febrero, un incendio consumió su modesta vivienda en Nuevo Valle de Moreno, la más remota de las comunidades rurales del municipio, a unos 30 kilómetros al noreste de la mancha urbana, tras uno de los extremos de la Sierra de Lobos.

Con 62 años al momento de su partida, la Alondra del Valle fue heredera de una tradición musical que se extendía hasta la época de la Reforma, con un repertorio de corridos y romances que le fue transmitido por sus padres, también músicos; alabanzas y cánticos que entonaba en velorios, y composiciones propias, encomendadas para engalanar alguna celebración, relatar algún suceso o darle la bienvenida a algún candidato en campaña.

Autodidacta y silvestre, Ocampo Ortega no fue reconocida como artista la mayor parte de su vida. Sus coterráneos se sentían confrontados con su personalidad dicharachera y rebelde y no alcanzaban a comprender el súbito interés que a finales del siglo pasado tuvo su arte, cuando fue puesto en valor por gestores culturales como José Luis García-Galiano y Graciela Nieto, mostrado en emisiones radiales como “Qué viva mi tierra” y alcanzado altos escaparates académicos, como el Congreso Internacional de Corridistas, organizado por la UNAM en 2001.

En 2002, el Instituto Cultural de León produjo lo que a la postre es su legado sonoro: un disco ya agotado donde quedaron plasmados corridos como los de “Las dos hermanas” o “Conchita, la viuda alegre”; romances como el de “Elena y el francés” y canciones vernáculas como “¡Ay, qué bien me parece la vida!”, “Me gustan las enchiladas” o los “Versos de la casada cuando engaña al marido”.

Lucita, una campesina que nunca se casó y vivía con un hermano sordomudo, fue una trovadora en toda la regla, que a la manera de sus ancestros transmitía saberes y experiencias históricas armada sólo con su voz indómita y ajada y una guitarra elemental, para dar forma a corridos que eran también anotaciones históricas, como el de las inundaciones de León, el de Nuevo Valle de Moreno o el de los “Primero libertadores”.

El hueco que dejó no será llenado nunca.

 


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