Una periodista con alma dark 

León, Guanajuato

Música

Una periodista con alma dark

Por Carmen Martínez    11/07/17

La imprudencia y la desfachatez eran lo mío… más si se combinaban con alcohol, mucho glam y fiesta. Yo tenía 18 años, mis amigos tal vez dos o tres más, y pertenecíamos a un grupo que la gente cataloga como “punketos o darks”. Te compartimos una crónica de Carmen Martínez, una periodista que ahora entrevista políticos pero que alguna vez portó una cresta pintada de colores. 

 

Adoptamos ese estilo de vida brincando de ciudad en ciudad para buscar una fiesta donde agitar el cabello y sudar toda la cerveza que habíamos podido beber. Nos movíamos entre León, Irapuato, Celaya, Querétaro y Aguascalientes porque hace 10 años, tal y como ahora, era difícil encontrar una fiesta o concierto de música industrial, gótica o punk.

Éramos una verdadera contaminación visual, caracterizada por vestimenta negra, pero no al estilo gótico tradicional, como discípulos de Drácula, sino queriendo adoptar la estética underground de los años 70 u 80.

En cada concierto procurábamos lucir nuestras mejores garras, y lo digo en un sentido literal, pues vestíamos con ropa negra de vinil o transparencias que podían desgarrarse y combinarse con medias de colores o ligueros.

Había que llevar el cabello rapado de los lados o pintado de colores; vestir botas con plataformas o tacones; los hombres llevaban minifaldas, medias de red y hasta maquillaje… nada que ver con un asunto de travestismo, era parte de la intención secreta de desagradar.

 

 

Prepararnos para un concierto era todo un proceso, casi equiparable a un ritual que podía llevar horas ante el espejo y que ponía a prueba la paciencia de soportar como entre dos te estiraban el cabello para intentar que los spikes quedaran firmes y aguantaran así todo el concierto, el after, el sexo y hasta las chelas que beberías el día siguiente para seguir la fiesta.

 “Mira, ¿ya viste a esos?... ¡qué miedo!”, eran expresiones comunes que la gente soltaba, a veces en voz alta y a veces entre cuchicheos cuando se topaban con nosotros. En algunas ocasiones incluso se cambiaban de banqueta, como si fuéramos delincuentes que quisieran lastimarlos.

Las fiestas, supongo que no eran muy distintas a las que hacen todos los adolescentes: alcohol más alcohol, baile, coqueteo, ligue e imprudencias, sólo que nosotros las acompañábamos con música de Bauhaus, The Sisters of Mercy, Joy Division, Pinks Turns Blue o The Damned.

La imagen ruda era eso, sólo la pantalla de individuos que intentaban manifestar su rechazo a las normas, pero que al mismo tiempo seguían estudiando la universidad o trabajando para poder pagar la borrachera del siguiente fin de semana.

Movernos de ciudad, ayudarnos con el outfit, cooperar para las chelas, fueron factores que nos ayudaron a crear un verdadero grupo de amigos, que incluso hasta la fecha, nos seguimos ayudando y frecuentando aunque de manera muy diferente.

Conforme creces te vas dando cuenta que las responsabilidades te arrastran, que es necesario conseguir un trabajo fijo, en donde es altamente posible que no te permitan traer el cabello rapado o pintado de colores, como por ejemplo a mí, que todos los días entrevisto políticos, aunque procuro casi todos los días vestir de negro.

La verdad es que al menos en mi pequeño círculo de amigos, todos adoptaron ocupaciones que les permiten seguir siendo libres: algunos escriben, otros pintan, uno más tatúa. Interiormente, creo que seguimos siendo los mismos jóvenes carentes de sentido común.

 

 


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