Vivir del aire 

León, Guanajuato

Cultura, Identidad y Patrimonio

Vivir del aire

Por María Luisa Vargas San José   21/04/17

En una entrega más de ‘Agua la boca’, María Luisa Vargas San José nos comparte un texto que da prueba que, contrario a lo que muchas madres creen, sí se puede vivir de aire; del aire que se esconde con timidez en los bocadillos más delicados y deliciosos como los merengues, o una espumosa copa de champaña. Pequeños glóbulos que protegen la esencia que se descubre en cada bocado.

 

 

—¿Qué es el canto de los pájaros, Adán?
—Son los pájaros mismos que se hacen aire. Cantar es derramarse en gotas de aire, en hilos de aire, temblar.

Jaime Sabines

 

¿A qué hora te acabarás el desayuno? ¡No se puede vivir del aire, como los camaleones! Mi madre siempre tuvo a mano unas metáforas coloridas e inverosímiles para hacerme entrar en razón. ¿De verdad los camaleones solo comen aire? Bueno, y también un montón de insectos que atrapan a la velocidad del rayo con un disparo de su lengua larguísima, pegajosa y rápida como el chirrión.

Elucubraciones zoológicas aparte, los seres vivos somos seres de aire. Respiramos profundamente la vida y todo lo que ella tiene a bien –o a mal- ofrecernos. Hinchando nuestros pulmones nos enderezamos y nuestros ojos ven al cielo; un canal de viento oxigena hasta la célula más pequeña de nuestro cuerpo mientras soñamos con volar suspendidos en la brisa.

El viento es difícil de ver; cuando agita las copas de los árboles, los pastos del campo o la cresta de las olas, es apenas una huella de su cuerpo inmenso que pasa corriendo. El viento no se ve, pero se toca y para nuestro deleite, se puede atrapar. Globos, esferas, y burbujas para aprisionar el aire como si fuera un canario… que escapará indefectiblemente.

Efímeras burbujas que se aprietan en la espuma de una taza de chocolate batido dejan un bigote de cosquillas alrededor de nuestras narices. Las burbujas son así, traviesas y cargadas de aromas. La degustación de este chocolate, de un café capuchino o de una buena cerveza depende en enorme medida del sentido del olfato que se activa con las espumas que revientan sus perfumes justo en el umbral de los olores.

Como seres de aire, tenemos una pasión por la tenue promesa de alcanzar la dulzura inasible de los algodones de azúcar, de los gaznates crujientes, el mousse de chocolate, los malvaviscos y las espumas de limón.

Los delicados merengues se han hecho, desde tiempo inmemorial, a golpe de tenedor, atrapando suspiros en el mítico punto de nieve o de turrón, cuando volteamos el plato y esos copos blanquísimos se quedan de cabeza sin caerse. Exhalaciones que horneadas construirán hermosos mechones gordos, color de rosa, con su lluvia de grageas de colores. La nata montada, la crema chantilly, que se derrite en la boca con toda su maravillosa vacuidad, es la concreción fugaz del fantasma de la golosina.

El champaña hormiguea por nuestra garganta, se nos mete debajo de la lengua, pica en la nariz y nos lleva a la risa tontita en un par de copas. Nada más hermoso que una delgada copa de vino espumoso con sus rayitas de globulillos diminutos subiendo suavemente en hilera para estallar al llegar al borde.

Y qué decir de los alveolos multiformes que viven en el interior del pan de todos los días. Bolillos, bizcochos, pasteles, pan de caja o de barra,  el aliento del pan vive en sus burbujas. La hogaza en la mesa guarda un recuerdo gaseoso, el de la explosión de la levadura que levantó la masa, convirtiéndola en el símbolo del alimento humano de todas las épocas.

Efluvios de fermentación, perfumes de ajo y cebolla, de hierbas o de aceitunas en los panes artesanales y rústicos de las nuevas panaderías gourmet. Etéreos y dulces soplos de vida recién nacida en el bolillo humilde y cotidiano que nos acompaña desde la cuna.

Aire para cantar, para escuchar, para gritar a los cuatro vientos los amores y los desamores.

Burbujas de jabón, pompas de colores bailando impredecibles al viento, nada más hermoso que la transparencia tornasolada de sus vuelos, flotando en el aire que todo lo rodea y todo lo contiene.

Suspiros encarcelados.

--

El aire juega a las distancias:

acerca el horizonte,

echa a volar los árboles

y levanta vidrieras entre los ojos y el paisaje.

 

El aire juega a los sonidos:

rompe los tragaluces del cielo,

y llena con ecos de plata de agua

el caracol de los oídos.

 

El aire juega a los colores:

tiñe con verde de hojas el arroyo

y lo vuelve, súbito, azul,

o le pasa la borla de una nube.

 

El aire juega a los recuerdos:

se lleva todos los ruidos

y deja espejos de silencio

para mirar los años vividos.

 

Aire, Xavier Villaurrutia

 

Texto publicado en la Revista Cultural Alternativas N83 Abril 2017 

 


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