Pablo Neruda, el gran convidador 

León, Guanajuato

Cultura, Identidad y Patrimonio

Pablo Neruda, el gran convidador

Por María Luisa Vargas San José   28/02/17

Encontrar la manera de aderezar cada día, resulta indispensable si lo que buscamos es una existencia más bien suculenta y no una insípida. María Luisa Vargas San José nos comparte una edición más de ‘Agua la boca’, donde muestra una forma distinta de percibir al poeta Pablo Neruda, una más culinaria "sabrosa", que descubre una faceta poco conocida del poeta chileno.

 

Para cocinar palabras hay que ser poeta. Para cocinarnos el día también. Cocinarse uno mismo los días requiere encontrar la poesía de la vida cotidiana, aderezar las horas con sustitutos anímicos que funcionen como la sal, el aceite, el ajo… un poco de cebolla, una pizca de chile o canela con los que logramos que aquello que llega a nosotros acabe resultando sustancioso, sano, sin venenos.

Hay días en los que amanecemos ácidos, amargos o enchilados, no podemos evitar estos ingredientes que la existencia nos impone, pero ello no quiere decir que les permitamos echarnos a perder el guiso; podemos usarlos a nuestro favor siempre y cuando tengamos la fortaleza de espíritu y la imaginación suficiente para mezclarlos en un buen coctel, en el equilibrio de los contrarios, con su chorrito de agua quina o de angostura amargo; que la poesía sea siempre la copa con la que nos llevemos al cuerpo nuestra dosis diaria de realidad, bebiéndonosla sin frivolizarla. Haciendo los honores a este mundo al que, junto con los que nos rodean, estamos llamados a transfigurar.

Para evolucionar lo crudo y lo silvestre hay que desarrollar el arte y el oficio de quien sabe poner la vida en la cazuela y convertirla en alimento bueno. El poeta sabe usar los ojos para ver más allá ¿Quién sino un glotón amoroso, un festivo comensal, un aprendiz de la magia culinaria como Pablo Neruda, al ver la papa de todos los días podría, en vez de llamarla feílla, decirle cosas como:

Profunda y suave eres, pulpa pura, purísima rosa blanca enterrada, floreces allá adentro en la tierra (...) Honrada eres como una mano que trabaja en la tierra, familiar eres como una gallina, compacta como un queso que la tierra elabora en sus ubres nutricias, Enemiga del hambre (…)”  Pablo Neruda, Oda a la papa (Extractos)

Llorar con una cebolla es lo normal, pero verla como una estrella, rosa de agua, globo celeste, copa de platino, anémona nevada…

Cebolla, luminosa redoma, pétalo a pétalo se formó tu hermosura, escamas de cristal te acrecentaron y en el secreto de la tierra oscura se redondeó tu vientre de rocío. (…) Estrella de los pobres, hada madrina envuelta en delicado papel, sales del suelo, eterna, intacta, pura como semilla de astro, y al cortarte el cuchillo en la cocina sube la única lágrima sin pena. Nos hiciste llorar sin afligirnos. Pablo Neruda, Oda a la cebolla (Extractos)

En la mesa se escriben las alegrías y las penurias, los proyectos, los sueños y los destinos de los que comemos juntos. Neruda, enorme disfrutador de todas las texturas, los sabores y colores de la cocina del Hombre, nunca fue un “comesolo”; para un colectivista desde la médula, la inanición de un solo individuo es la vergüenza de todos. Así, empujaba la idea de una gran cruzada anti-hambre en donde se reconociera al almuerzo como el primer derecho universal del ser humano, y nos llama a que “busquemos en el mundo la mesa feliz”, una mesa enorme, redonda y democrática en donde todos y cada uno tengamos derecho a sentarnos juntos, frente a un plato lleno y humeante que nos fortalezca y nos construya como seres completos.

Tener hambre es como tenazas, es como muerden los cangrejos, quema, quema y no tiene fuego: el hambre es un incendio frío. Sentémonos pronto a comer con todos los que no han comido, pongamos los largos manteles, la sal en los lagos del mundo, panaderías planetarias, mesas con fresas en la nieve, y un plato como la luna en donde todos almorcemos. Por ahora no pido más que la justicia del almuerzo. Pablo Neruda, El gran Mantel (Extractos)

Cocinó para sus invitados, el gran convidador chileno los sentó a su mesa, en la casa que miraba al mar, y preparó para ellos festines carnavalescos e inolvidables; ellos los degustaron con absoluta veneración y los guardaron en sus corazones. Para el resto del mundo, Neruda nos ofreció el guiso eterno de sus palabras, la poesía suculenta, gloriosa, brava y honesta de Chile.

 

 


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