Narrativa breve de Roberto H. Dueñas 

León, Guanajuato

Literatura

Narrativa breve de Roberto H. Dueñas

Por Roberto H. Dueñas   12/01/17

Roberto H. Dueñas (Valle de Santiago, 1956) Tiene publicados los libros de cuentos: 'La mujer que pedía permiso', 'Un larguísimo adiós interminable', 'El verde silencio de las iguanas', entre otros; las novelas: 'Veneno para mariposas' y 'La carpa de los ensueños'; además del libro de teatro 'Tangos, para variar', cuyas obras ya han sido montadas en distintos foros del estado. 

 

Dueñas ha obtenido premios y reconocimientos a nivel nacional e internacional, entre ellos el Premio Latinoamericano de Cuento, el Premio Nacional de Cuento, y el Premio Bellas Artes a Literatura.

 

Promesa

Mira, mamá, todas te vienen a ver. Aquí está Anita ¿te acuerdas de ella? Fue la primera que me regalaste; es la de cartón, tiene todo el cuerpo pintado de flores y su nombre escrito en la pancita.

Esta otra es Elvira, la que abre y cierra los ojos, me la compraste por ayudarte a hacer ojales y pegar botones a los vestidos... ah, y por haber bordado el mantel y las servilletas del comedor.

A todas las vestí con los recortes que sobraban de las telas más bonitas que te traían a coser.

También traje a Juliana, la que yo hice, con sus cachetes rojos y rellena de aserrín; se puso muy fea porque un día se me ocurrió bañarla. Eso se me pegó de ti, que ya cumplí los diecisiete años y todavía la semana pasada me ayudaste a bañar para después secarme con la toalla grande, envolviéndome como a tus palomas inválidas...

Tus palomas, mamá, a las que tanto quieres, y para que no volaran a las bardas y les fueran a dar una pedrada les cortaste las alas y la cola, y ya después, aunque les volvieran a crecer, de todos modos te esperaban para que tú las subieras a los nidos, o las metieras a las jaulas. Recuerdo que cuando tenían sus palomitas, tú les ayudabas a darles de tragar en el pico, sólo que de tanto abrírselos terminaban con la cabeza deforme, incapaces ya de comer por ellas mismas; pero tú con una paciencia de santa, seguías alimentándolas hasta el día en que amanecían muertas; entonces las envolvías amorosamente en un periódico antes de echarlas al bote de la basura.

Ah... y últimamente el pollito de las patas chuecas que siempre traías envuelto en un trapo, calentándolo en tu seno, que se te cayó y por poco lo pisas cuando me sorprendiste allá atrás, en el patio con Gustavo, nuestro vecino, y te hiciste disimulada mientras yo me levantaba y él se  subía el cierre del pantalón.

Sí mamá, eras tan buena y comprensiva que no encontré otra forma de demostrarte mi cariño, más que envolviendo amorosamente tu cuerpo en esta sábana. Te prometo seguir cosiendo todas las costuras ajenas que me traigan para poder conservar esta casa, que fue lo único que nos dejó papá antes de irse, no sé a dónde ni con quién.

Tampoco se me olvidará llevarte cada año al cementerio un ramo de flores, y prenderte una veladora el día de los muertos.

Lo que sí no puedo hacer, y esto te lo digo desde ahora, es cuidar más animalitos.

Por eso hoy en la tarde, cuando ya te esperaban para que los recogieras, agarré el cuchillo de la cocina y les fui cortando el pescuezo uno por uno hasta que se le acabó el filo y entonces tuve que usar las navajas que compraste para rasurarme y tener la cara siempre lisita, lisita como las muchachas. 

 


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