Materia transformando al vacío 

León, Guanajuato

Arte y Tendencias

Materia transformando al vacío

Por Luna Vanessa Silva Muñoz    22/06/16

El vacío nunca deja de existir, convive con nosotros día con día. Somos materia transformando al vacío. Que no es sino a través de la luz, que la materia que nos compone, cobra forma. Luna Vanessa Silva Muñoz reflexiona acerca del espacio, el vacío y las posibilidades de ambos en la arquitectura, un arte que proyecta, diseña y construye sobre los vacíos que nos rodean. 

 

En un principio fue el vacío. La luz, que colapsó con la materia para hacerla visible, ascendió junto con el sol para dar vida al primer amanecer en la tierra. Siglos después apareció el Hombre de Vitruvio y con él, la arquitectura. Empezó a diseñarse un entorno a escala humana, utilizando como herramienta la antropometría. Así sucedió que lo que fueran refugios improvisados en árboles y cuevas, se convirtieran en Partenones y Capillas Sixtinas, evolucionando así a una de las Bellas Artes.

Surgen entonces arquitectos que comienzan a concebir el mundo como una escenografía, como una plataforma en la cual los seres humanos desarrollaríamos nuestras actividades e interactuaríamos con el espacio. Se crearon teatros y castillos; y fue ahí en donde, parafraseando a Louis I. Kahn: el sol supo lo maravilloso que era, pues sus rayos incidieron sobre la cara de un edificio.

Somos materia transformando al vacío. Que no es sino a través de la luz, que la materia que nos compone, cobra forma.

Toda la estructura que somos se comunica con el espacio circundante a través del movimiento. Llenamos al vacío y el vacío nos llena a nosotros. Hace falta mirar no sólo a los bailarines en medio de escena, sino a todo su contexto. La inmensidad del escenario que los contiene, y como éste se reinventa casi infinito a través del lenguaje de sus cuerpos.

Existe ese punto intermedio que la luz no alcanza pero sabemos que existe. Ese hueco que queda entre materia y materia, cuerpo y cuerpo. Si pudiéramos concebir al vacío como agua, y pudiéramos percibir el mínimo movimiento humano en relación con su todo. Como si el bailarín al elevar el brazo batiera las olas, y éstas rebotaran con el espacio que las contiene; el mundo se perfilaría maravilloso ante nuestros ojos.

La creación de un hombre, la construcción de una habitación, no es nada más que un milagro. Sólo piénsalo, ese hombre puede robarse una rebanada de sol” (Louis I. Kahn). Y no sólo un fragmento de sol, sino también enmarcar al vacío, contenerlo. El vacío nunca deja de existir, el vacío convive con nosotros día con día. Se encuentra ahí, en la frontera entre un muro y otro, entre la cama y el techo. En ese hueco que se genera entre dos cuerpos que no terminan de fundirse, y en esa distancia que surge cuando se separan.

Hacía dónde se dirigirán los pasos de la arquitectura. Ya en un tiempo arquitectos como Kahn lograron que el mundo se perfilara diminuto entre sus muros, y que el horizonte se mirara amplio a través de sus vanos. Lograron que la inmensidad de sus materiales enmarcara vacíos infinitos, y que nosotros seres humanos, nos desplazáramos en paraísos no naturales. Basta sólo una línea en el papel para comenzar a imaginarlo. Basta sólo una línea en medio del vacío de una hoja blanca.

 

 


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