Cuando un loco sueña en comer… 

León, Guanajuato

Arte y Tendencias

Cuando un loco sueña en comer…

Por María Luisa Vargas San José   21/06/16

El arte y la cocina no están peleados.Salvador Dalí amaba la pintura y la cocina con la misma pasión, y fue así que creó un libro de cocina surrealista al que tituló 'Las cenas de Gala' (1973), una mezcla de erotismo, arte y cocina mediterránea cargada de humor, totalmente irreverente, apegado a la más absoluta indiferencia por las normas y los cánones sociales.

 

Cuando un loco sueña en comer, alucinantes mesas llenas de colores vuelan por los aires y, si tenemos suerte, quedan plasmadas en papeles emocionantes que llegan hasta los que estamos más o menos despiertos. Salvador Dalí pintaba, hablaba, pensaba y comía para soñar despierto. A los seis años declaró que quería ser cocinero, de mayor cocinó con colores todo lo que se le ocurrió hasta que un día fue invitado a una cena de GALA, y como Gala era el nombre de su idolatrada mujer, empezó a pensar en comérsela reducida al tamaño de una aceituna, pues según sus propias palabras: “el canibalismo es una de las manifestaciones más evidentes de la ternura”.

Me imagino que Gala no se dejó reducir, ni empequeñecer, ni nada que pusiera su vida en peligro; entonces el pintor de los bigotes retorcidos no tuvo más remedio que tomar sus pinceles y brindarle un libro de cocina surrealista al que tituló Las cenas de Gala y que publicó en 1973 la editorial francesa Felicie. Pleno de humor, totalmente irreverente, apegado a la más absoluta indiferencia por las normas y los cánones sociales; provocador, y con un sentido del absurdo francamente delicioso, cada una de sus recetas es visualmente suculenta e inquietante…por decir lo menos.

En el apartado dedicado a los pescados y mariscos, por ejemplo, el cocinero Dalí nos propone un plato de langostas que habremos de arreglar como la falda gigantesca de una dama de esas que vivieron o murieron la noche de San Bartolomé… una chulada de episodio sangriento que lleva siglos jugando con las pesadillas de todo francés, gourmet o no. Esta ilustración nos llena de pasión por el rojo de los crustáceos y de la sangre que mana del corazón flechado y los brazos amputados de una reina roja y de algunos súbditos decapitados que adornan el plato como si fueran ostras entre hojitas de lechuga. Los edificios de París observan desde lejos, reconociendo la escena. Dalí no es para estómagos frágiles.

Supongo que la gastroestética surrealista del maestro descansaba en un principio simple: la forma; pues como declaro él mismo: “Solo me gusta comer lo que tiene una forma clara y definida. Si detesto ese horrible y degradante vegetal llamado espinaca es porque no tiene forma, como la libertad”. 

La culinaria surrealista aparece como una mezcla de erotismo, arte y cocina mediterránea, muy propia de un catalán que ha comido los mejores productos de la huerta, la montaña y el mar, que se crió entre hierbas aromáticas, aceite de oliva, ajos, cebollas y tomates entrelazados para confeccionar salsas apasionadas y vivaces como el alioli, los sofritos, la sanfaina o el romesco. En Cataluña, la Escalivada de pimientos, berenjenas, cebollas y tomates asados al rescoldo tendió un tibio lecho para recibir la carne fina, blanca, con sabor a mares profundos, de un pescado feo pero seductor como es el rape. Cítricos, legumbres, pescados maravillosos como la lubina y la merluza, bogavantes, cigalas, moluscos sugerentes,  retozaron con ingredientes boscosos, como la langosta con setas o caracoles; desde hace mucho, embutidos sedosos como la butifarra y el cumplidor pan con tomate y jamón serrano han abierto la fiesta que se cierra con postres untuosos y tentadores como la crema catalana … pero esta es la cocina tradicional, dulce abuela de maravillosos genios como Ferrán Adriá, a quien Dalí hubiera amado sin reservas… o no. Con los genios nunca se sabe.

 

 


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