Agua la boca: La plástica de un banquete 

León, Guanajuato

Cultura, Identidad y Patrimonio

Agua la boca: La plástica de un banquete

Por María Luisa Vargas San José   24/07/15

Hubo una vez un banquete en el que un bondadoso transformó el agua en vino, entre otras cosas, para obedecer a su madre, pero también para conseguir que el placer que ocasionaba la celebración de unas bodas no se quedara corto, para continuar la obra con la que otros bondadosos habían transformado milagrosamente un montón de carnes, frutas y hierbas.

 

Granos y verduras en platos tan suculentamente bellos que aquella fiesta pasó a la historia.

Durante siglos, pintores y escultores e incluso compositores, además de explorar los grandes temas de las pasiones humanas y divinas, también han escogido expresarse a partir de lo más perecedero del mundo. Tarde o temprano, en nuestro recorrido por museos con diversas colecciones, nos encontraremos frente a frente con la inmortalización de banquetes en los cuales se comió y se bebió, se bailó y se rio con absoluto placer.

Desde los mosaicos romanos hasta la fecha, hemos estado pintando y esculpiendo eso que nos comemos; hacemos un homenaje a su belleza, a su forma, a la riqueza que entraña una mesa repleta de frutas, aves, peces, caza y postres. Bodegones que gritan la abundancia de la vida con toda la fuerza de los colores y las texturas de lo que estuvo allí para dar sustancia y gozo… un gozo tan efímero como los pocos minutos en los que pudo ser consumido, o en el más fastuoso de los casos, como las raudas horas en las que desfilaron felizmente desde los entremeses hasta los postres… ¡pasa tan rápido la felicidad!

Bodegones, esculturas y naturalezas muertas en los museos y en las paredes del comedor, homenaje perdurable a la idea de la vida, de lo vivo y de lo que posibilita la permanencia de la vida.

Registro plástico de la memoria de aquellos sabores y olores de la prosperidad para conservar intacto el perfume de la manzana perfecta y el cerdo más gordo, el pato más bello, la canasta de frutas en el comedor o la mesa de la cocina antes de comenzar la faena, la marchanta de la fruta en su puesto del mercado, opulento y presumido.

Si mis vaticinios son correctos, la cocina comenzará a ser tomada en serio por el mundo de las bellas artes, pues quién sino el cocinero es el artista que nos conduce al goce estético a través de la cocina que es artificio, la humanización del alimento para imponer un orden distinto a los elementos de la naturaleza creando un texto plástico y comestible nuevo y totalmente antinatural con aquello que,además de nutrir al hombre, le provoca un placer que vivirá en la memoria de su boca.

En este arte sabroso, no podemos perder de vista que tanto el comensal como el cocinero tienen abierta la puerta de los sentidos para poder transformar en libertad lo que de inicio es una necesidad vital; la nutrición puede llegar a ser un arte, una vivencia multisensorial plena de significados también múltiples que despierten en nosotros una verdadera experiencia estética en el sentido menos convencional del término, pero no menos exacto.

En el arte vivo, brilla la idea de la creación es decir, de la innovación, de la propuesta nueva. Los ingredientes son la base de un platillo, están consignados en los recetarios, que también registran los modos de hacerse, pero todo esto no es más que una partitura muda que no cobrará sentido hasta el momento de la ejecución, y así, el arte culinario es un arte que solo admite dos verbos: cocinar y comer, y éstos están siempre conjugados en presente ¡qué angustiosa la idea del olvido! La pintura, en cambio, está hecha para durar, para preservar eternamente los recuerdos de las alegrías de la mesa con todos sus colores intactos ¡benditos sean todos aquellos pintores de buen apetito que hicieron justicia a la bella cocina! 

 

 

 

 


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