Desollar el alma: Hannah Arendt y Ayotzinapa 

León, Guanajuato

Cultura, Identidad y Patrimonio

Desollar el alma: Hannah Arendt y Ayotzinapa

Por José Antonio Alvear / Pintura: Stefan Lochne   14/11/14

La fascinación por el horror tiene la misma raíz que la fascinación por la belleza: ambas nos muestran la verdad de frente, y eso enamorara o aniquila a cualquiera. “No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre, y vivirá” (Éxodo 33:20), dijo Jehová a Moisés cuando a éste le vencía la curiosidad por ver la gloria de su Dios.

La belleza y el horror en estado puro se tocan en su capacidad por anular a quien tengan enfrente. No hay diferencia sustancial. Queda visto que en los rostros del horror y la belleza hay una irresistible veracidad y su poder de anulación son pues, el principio y el final de alguna forma de existencia. Después de ello, todo es distinto. En su indefensión, el alma humana ha inventado, a manera de supervivencia ante la belleza y el horror absolutos, dos de los recursos más inteligentes de nuestra especie, el símbolo y la banalización. Ocupémonos del segundo.

  • La banalidad del mal en Hannah Arendt

Mujer judía y pensadora poderosa, Hannah Harendt fue convocada por el semanario The New Yorker, en 1961 a cubrir el juicio a Adolf Eichmann, uno de los artífices del Holocausto. Eichmann era el relojero nazi; su trabajo principal consistía en hacer funcionar con precisión y economía, los transportes que llevaban a los condenados por la tiranía de Hitler. Situación incómoda para Harendt el ver, frente a un tribunal judío tan afectado como dolido, la condena de aquel siniestro personaje que si bien culpable, también era un su sujeto que obedecía órdenes superiores. Harendt no culpó del todo a Eichmann, lo situó, que es distinto. En conclusión, la mirada de la filosofía fue valiente aunque incómoda para muchos judíos: en Eichmann encontramos a un hombre culpable, pero al mismo tiempo, un hombre común y corriente en quien el mal se banaliza, puesto que no radica en él, sino en un sitio que lo supera; el mal no está sólo en una acción, sino en un sistema de hacer. Adolf Eichmann fue una pieza más de la maquinaria del mal en cuya complejidad, participa de la culpa y al mismo tiempo, ésta queda diluida y el horror ya no es visto de manera franca. Su poder aniquilador ha quedado suspendido en las gordas garras de una burocracia. La racionalidad institucional, al estilo de Weber, logró el gran milagro de aplazar el devastador efecto del horror ¿En qué ventanilla habrá quedado perdido el mal y sus venenos? Nadie lo sabe. En todas partes quizá, y por lo tanto en ninguna. El mal se convirtió en una paciente más en la sala de espera del sistema.

Dicen que la rutina es el peor enemigo del amor; la banalidad del horror tiene el mismo efecto. El tema tiene un colofón terrible y consecuente. Un pueblo que banaliza el horror de su violencia, termina por hacerla parte de un paisaje incómodo pero llevadero, como la pequeña cruz de cada día que nunca se va.

La banalización del horror es una forma de supervivencia, aunque esta sea indigna. Acomodada así el alma, ha perdido sensibilidad, su ser no se estremece más, o ha perdido del todo la piel que le traía noticias del mundo del dolor. Un sistema auto desollado en donde la irresponsabilidad es de todos y de ninguno. Caminamos sin piel, en paz.

  • Ayotzinapa: acostumbrarse al horror

De entre los funestos asesinatos de estudiantes de Ayotzinapa, Guerrero, uno de los más terribles fue el de Julio César Mondragón, apodado El Chilango; padre, esposo, estudiante, maestro rural. Su rostro fue desollado en vida, sus ojos fueron extraídos de sus cuencas, su cuerpo fue arrojado a la soledad de la desgracia. Una cara sin piel a la intemperie de un México irreconocible. La foto de sus restos fue exhibida en muchos medios de comunicación. El horror de su calaca expuesta al polvo de las miradas curiosas duró un instante, pero como el horror no cabe en momentos tan breves, no es cabalmente un horror. Hay que seguir funcionando. Los medios lo convirtieron en una nota; los gobiernos en un caso aislado; los criminales en un escarmiento; los ciudadanos lo hemos visto con indignación. Es esta singularidad la cara más visible de la banalización.

Acostumbrados al horror, sabiendo que sobrevivimos en medio de él, México está en un camino franco al desollamiento social. Nos estamos despellejando el alma y la sensibilidad que le es propia. Unos hombres comunes hacen actos de barbarie comunes; otros hombres comunes los miramos de paso, es nuestra insípida vida banal. Sólo veo una salida: habituarse en cambio a ver franca y comúnmente a la belleza, a la solidaridad y a la verdad, aunque el alma se nos vaya en ello.

 


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