William Shakespeare va al cine 

León, Guanajuato

Cine y Escénicas

William Shakespeare va al cine

Por Christian Federico Rábago   21/10/14

Con un cierto atractivo intelectual y un aura de reverenciado aburrimiento, así es como William Shakespeare aparece en la pantalla grande: su nombre puede leerse en los créditos de unas mil películas, ya sea de forma directa en adaptaciones, indirecta en referencias, y hasta como personaje principal... Shakespeare hasta en la sopa

¿Por qué? ¿Qué tienen los trabajos del Bardo de Avon que siguen vigentes en la era del streaming? Tal vez sea el origen de estas historias: Shakespeare recurría a relatos tradicionales, históricos, tramas con probado éxito e inscritos en el corazón de la cultura occidental.

¿En qué pueblo no hay cuentos sobre reyes, príncipes, príncipes que quieren ser reyes, reyes que se portan como juglares, juglares que hablan con hadas, hadas que se tornan en brujas que hacen reyes sometidos a sus reinas, reinas enamoradas de animales, animales domados por doncellas, a su vez domadas por el amor, amor carnal, amor sublime, amor al poder, muertes por amor, muertes por poder, prohibiciones de amor bajo pena de muerte, y muertes prohibidas por el amor…? El poder de revelar el amor por aquello que resulta profundamente humano.

Las obras de Shakespeare llegaron al cine prácticamente desde su invención. Al principio las películas tenían la lógica teatral del cine primitivo, más por un respeto a la tradición escénica que por posibilidades técnicas; pero con el desarrollo del lenguaje cinematográfico las versiones fueron cada vez más sofisticadas y ofrecieron rupturas importantes, por ejemplo, con el espacio escénico y los planos, que ahora podían ser reales, naturales.

Algo profundamente cinematográfico en el teatro shakespeareano son los soliloquios, secciones donde los personajes elaboran profundas reflexiones sobre su actuar, y al mismo tiempo, sobre la naturaleza humana; estos parecen haber sido pensados para el primer plano de una película: la intimidad del filme nos vuelve cómplices de los pensamientos de los personajes.

El problema con Shakespare frente a la industria cinematográfica es el mismo de todos los grandes creadores de la historia: se suele petrificar la obra, tratándola como una reliquia sagrada que no debe ser tocada. El lenguaje isabelino, la rima y el ritmo de los textos se vuelven tesoros de la identidad británica, enaltece los alcances estéticos del idioma inglés, pero al mismo tiempo establece una barrera muy evidente frente a otras culturas y ante nuevas generaciones.

Aun así, las escuelas británicas de actuación y sus derivaciones norteamericanas incentivan el reto de sus alumnos frente al teatro shakespereano, buscando posibilidades de innovación con base en la tradición. Las representaciones de Lawrence Olivier en el cine dan prueba de ello: por una parte el respeto al lenguaje y su entonación, y la ruptura presente en los planos, las secuencias y los escenarios. Enrique V (1944), Hamlet (1948), Otelo (1965) son algunos ejemplos. Actualmente es el actor y director Kenneth Branagh quien ha desarrollado cintas que preservan esta tradición teatral, como su monumental proyecto de Hamlet (1993), que incorpora por primera vez en cine el texto íntegro de la obra. Incluso podemos ver reminiscencias shakesperianas en su película Thor (2011). Caso curioso es el de Ian Mckellen y Michael Fassbender, quienes han personificado al mismo personaje en dos universos cinematográficos distintos: Magneto de Marvel, y Macbeth, de Shakespeare; esta última como aparente fuente de inspiración de la serie de televisión House of Cards, en su versión inglesa original de 1993 y estadounidense de 2013.

La influencia del dramaturgo ha llegado a prácticamente cualquier rincón del mundo, influyendo en la obra de cineastas como Akira Kurosawa, quien realizó una adaptación de Macbeth en su cinta Trono de Sangre (1957), y de El Rey Lear en Ran (1985). Incluso en fantasías espaciales, como la película de culto del director Fred McLeod WilcoxEl Planeta Prohibido (1956), basada en La Tempestad, libreto desarrollado en 2010 por la directora y diseñadora Julie Taymor, quien aprovecha las posibilidades de los lenguajes digitales en contextos atemporales, como en su versión de Titus Andronicus, de 1999.

Y, por supuesto, Romeo y Julieta, el amor prohibido por excelencia, en sus múltiples presentaciones: desde la icónica de Franco Zeffirelli en 1968, cuyo tema musical principal, de Nino Rota, sigue rompiendo corazones; hasta la fantasía postmoderna de Baz Luhrmann, filmada en México en 1996. Y ya que andamos por acá no podemos dejar de mencionar la inolvidable versión de Cantinflas de 1943, con sus secuencias en verso en donde queda claro que para él no todo era improvisar.

Tragedias, comedias, musicales, melodramas, animaciones… Ante la necesidad humana de ver reflejadas en el cine nuestras pasiones, temores, caprichos y deseos, quedan películas de Shakespeare para mucho, pero mucho rato. 

 


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