Crónica 5: Línea de Fuego, 99 años de 'mercado negro' 

León, Guanajuato

Literatura

Crónica 5: Línea de Fuego, 99 años de 'mercado negro'

Por José Pilar Muñoz Ledo   24/07/14

A las seis de la mañana, vecinos de 22 calles de las colonias Obrera, Chapalita y San Juan Bosco salen a mover sus autos para no quedar atrapados entre los cientos de carpas y puestos. A esa hora comienzan a llegar camionetas cargadas de pacas de ropa que se compran en el norte, mientras los revendedores ya esperan para escoger y regatear a sus anchas.

Los que no tienen puesto fijo o es la primera vez que llegan a vender al tradicional e histórico tianguis también llegan temprano.

Su misión es encontrar al delegado, que tiene memoria fotográfica, incansable, y pasa siempre de prisa entre una nube de personas que lo sigue. Él sabe dónde va cada puesto y a quién pertenece. Si eres nuevo, si has faltado o si vienes crudo o borracho todavía. Te advierte: “No te vayan a ver pisteando o ya no te doy lugar”. “¿Tú qué traes? ¿Libros? Al rato paso a cobrarles, a ver cómo les va, mientras, quédate ahí”, dice al señalar un pequeño espacio donde el aludido se apura para descargar su mercancía.

El delegado echa unos gritos y aparece una señora empujando un diablito lleno de trapos y cajas, pide un café y una canela a un señor que trae un carrito de supermercado y todos se quedan instalando sus puestos mientras sigue el recorrido. Los comerciantes llegan de La Merced, San Miguel y muchos otros barrios de la ciudad. Empujan carritos de tacos, con bolsas al hombro y más diablitos.

En la Michoacán va lo viejito, ya sea la mercancía o los tianguistas. Ahí se pueden encontrar unas macuquinas de 1836. El dueño dice que son buenas, que las encontró en una hacienda vieja, “allá por Cristo Rey”. No las da por menos de doscientos pesos. A todos los que llegan a preguntar les mira las manos fijamente.

Se escucha el motor de una camioneta. Una Ford indiscutible se estaciona a unos metros. De la caja saltan varios niños, un adulto y el chofer. La imagen tiene su toque épico y chusco: en la caja va un león de metro y medio, de plástico, forrado de fieltro, la melena parece ser de pellón pintado con aerosol, la mueca que debía ser agresiva tiene una expresión torpe, caricaturesca y esta puerquísimo. Con ensayados movimientos logran bajarlo, lo instalan pegadito a dos largas mantas tendidas en el piso, donde comienzan a acomodar cajas y bolsas. Parece un producto difícil de vender, aunque tal vez sea sólo un atractivo para al puesto y la aportación surrealista al tianguis.

Llegan más ancianos, traen fotografías, relojes, navajas para afeitar, espejitos, encendedores, jabones de motel, balas, recuerdos… No sé qué tan viejos son los objetos, pero al verlos, imagino cómo fue que inició La Línea de Fuego: el brazo derecho fue el precio que Álvaro Obregón pagó por ganarle una batalla a Pancho Villa y que sus soldados huyeran dejando sus cosas en almacenes improvisados de algunas fincas.

Armas, municiones, ropas, dinero y otros objetos que fueron saqueados y puestos a vender acá, cuando no había casas ni calles ni nada, en esta zona que estaba en la afueras de la ciudad, que no tenía vigilancia y en donde se vendían las primeras mercancías: souvenirs del Villismo. Mercado negro desde 1915

 

 


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