Crónica 3: Una noche en el Cotillón 

León, Guanajuato

Literatura

Crónica 3: Una noche en el Cotillón

Por Kareve Gasga / Foto: Kareve Gasca   22/07/14

Cada marzo ocurre en León uno de los eventos sociales más esperados por las quinceañeras adineradas. Convocadas por el Club Rotario, reproducen los bailes de salón de la época victoriana ante más de mil invitados en un ritual que simboliza el paso de la niñez a la juventud. De igual forma pasa durante la noche con los valses del Ensamble Juventino Rosas al dance pop de Pitbull

Perdida en un mar de costosos vestidos blancos (algunos parecen reproducciones de trajes de novia), trataba de circular inútilmente entre las quinceañeras sonrojadas y felices que se tomaban selfies con sus smartphones. El calor era insoportable y una nube invisible trasportaba el olor de cientos de lociones, perfumes y hormonas que se mezclaban dentro del salón Haciendas del Refugio que, pese a ser uno de los más opulentos y espaciosos de la ciudad, resultaba estrecho para resguardar a la muchedumbre.

Eran sesenta quinceañeras y todos los medios de comunicación buscaban con desesperación la mejor fotografía. Algunos tuvieron el buen tino de llevar una lista que enseñaba el rostro y el nombre de cada una. Varios periódicos de la ciudad dedican más de cinco planas a mostrar las fotos de las jovencitas, quienes maquilladas y con tacones altos aparentan mucha más edad.

En pleno caos fotográfico se avisa a las debutantes que tienen que entrar al backstage, en donde les espera un brindis. A cada una de ellas y a sus chambelanes les dan una copa de plástico con un switch en la parte de abajo que, al encenderse, muestra en el cuello de la copa una serie de colores fluorescentes: verdes, naranjas, rosas y azules. Les sirven champán y eso los emociona. “Las vamos a empedar, las vamos a empedar” era una de las finas porras más recurrentes de los chambelanes, que conformaban un singular coro de incontables tesituras.

Las niñas se apilan alrededor de Orlando, coreógrafo cubano a quién el Club Rotario contrató para que enseñara a las quinceañeras y a sus chambelanes una serie de pasos engorrosos. Orlando, trepado en una silla, les reitera que esa noche es “su gran noche”.

En respuesta al breve discurso, las chicas gritan, levantan sus copas y dedican una porra al instructor de baile, quien se baja de la silla y abraza efusivamente a las festejadas mientras los chambelanes se congregan a un costado de la sala contando chistes, intercambiando sonrisas y escurriendo hasta la última gota de champán de sus copas luminiscentes.

Los organizadores del Cotillón, un matrimonio que parece más preocupado que contento, solicitan a las quinceañeras para que formen una fila, mientras que los padres se aglomeran portando sus smokings y sus zapatos brillantes.

La distribución consiste en colocar a las quinceañeras del lado derecho de las escaleras y a los padres del izquierdo, para que al momento de ser nombradas por el maestro de ceremonias puedan descender y encontrarse con sus progenitores en un descanso.

Los cientos de asistentes buscan el mejor lugar para contemplar a las debutantes que bajan el último tramo de las escaleras del brazo de sus padres, que pagaron diez mil pesos por cada una de sus hijas. ¿Quién dijo que los sueños no se compran? El Ensamble Juventino Rosas toca un vals y las quinceañeras bailan con sus papás sobre una gran pista. Las niñas sonríen y saludan a los invitados, que pagaron mil pesos por persona por tener el privilegio de observar. Al terminar la música, los padres se retiran y los chambelanes se congregan a ambos lados de las escaleras y comienzan a bajar.

Se escuchan gritos de las niñas que este año no participaron, pero observan el paisaje con ojos soñadores. Los chambelanes se colocan frente a las quinceañeras tratando de disimular su nerviosismo y su ya concentrado aliento alcohólico. La música cambia abruptamente y comienza a sonar ‘Vivir mi vida’, de Marc Anthony , y ‘Don’t stop the party’, de Pitbull. Los jóvenes muestren su verdadera destreza y presuman su habilidad para el ‘perreo’.

 

 

 

 


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