'Cien años de soledad': el Quijote latinoamericano 

León, Guanajuato

Literatura

'Cien años de soledad': el Quijote latinoamericano

Por Prensa ICL   21/04/14

“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó a conocer el hielo”. Así inicia la aventura por el Macondo de ‘Cien años de soledad' que Gabo creó para entender al destino. El 17 de abril el oráculo cumplió la sentencia e hizo eternos al libro y su autor.

 

Macondo no es solamente el corazón de sus historias, donde los Buendía conocerían su tragedia, donde los militares jugarían con los habanos y el pueblo, y los niños se sorprenderían con el rumor de los gitanos; es el corazón de un mundo con una atracción gravitatoria solemne que define al sonado ‘realismo mágico’, al Premio Nobel que ganó en 1982, a su buen humor, a su obra periodística e inclusive, al mismo nombre del escritor. En ese lugar debió nacer el escritor Gabriel García Márquez que recién en marzo cumplió 87 años, pero el destino le encargó crear ese mundo para nacer y vivir eternamente en él.

Quienes conocieron Macondo de la pluma guía de García Márquez negarán que el Premio Nobel de Literatura falleció el jueves 17 de abril de 2014 en su casa de la Ciudad de México, porque en esas tierras que describió, el tiempo se detuvo y la historia no se terminó.

Sin embargo aquí, donde hace mucho que la hojarasca se fue, Gabo deja querencias y amores, deja una patria natal y muchas adoptivas; deja familias, como los Buendía (que habrán de reencontrarlo), que vivirán eternamente, así como fulgores y oscuridades en los ámbitos a los que se dedicó en cuerpo y alma como la literatura, el periodismo y el cine. Sus lectores pueden regocijarse, porque a través de su obra seguirán teniendo al Gabo, lo han tenido siempre.

García Marquez tenía en mente ‘Cien años de Soledad’ desde antes de publicar ‘La hojarasca’. Dicen que desde los 17 años tuvo escrito aquel inicio donde presente y futuro se conjugaban con el final de un tiempo, y que nunca modificó ni una coma hasta que lo terminó. Para ello tuvieron que pasar los éxitos de varias novelas publicadas y una mudanza a la Ciudad de México desde su natal Colombia y un idilio con Veracruz para poder ser el oráculo de Macondo y los Buendía.

Un día, Álvaro Mutis pasó por él a bordo de un viejo Ford rojo y le dijo que lo iba a llevar de viaje a un paraíso mexicano llamado Veracruz, que se asemejaba mucho a su tierra natal. El escritor se enamoró a primera vista de aquel lugar y decidió al poco tiempo instalarse con su familia en esa cálida región.

Cierta mañana a bordo de un autobús, mirando los soleados paisajes de tierras jarochas, tuvo la visión de su tierra natal, y más aún, de una historia épica, arquetípica y fantástica desarrollada en el contexto latinoamericano como testimonio de su complejidad, riqueza y diversidad de culturas. Gabriel comenzó a escribir Cien años de soledad, que para muchos resultó ser el Quijote latinoamericano.

Tecleó furiosamente en su máquina de escribir por más de 14 meses en el estudio al que llamaba “La cueva de la mafia”. Su agente oficial en ese tiempo le consiguió un contrato de mil dólares por la publicación de sus cuatro novelas conocidas en Estados Unidos, y aunque se quejó en un principio por la suma, pensó que le sería suficiente para concluir su proyecto.

Se apartó  por completo de las reuniones sociales y de intelectuales. Se cuenta que durante el proceso de creación de Cien años de soledad sufrió de fuertes dolores de cabeza que no lo dejaban en paz hasta que la concluyó.

Tiempo después confesaría: “Me sentía poseído, como si mi cuerpo entero y mi alma estuvieran colonizados por la novela”.

Sus hijos Rodrigo y Gonzalo se acercaban al estudio de su padre sólo a la hora del almuerzo o cuando Gabriel interrumpía el libro para llevarlos al parque para despejar la cabeza. Pero ni así podía apartarse de la trama de la legendaria familia que habitaba en Macondo. Llegó al punto de sufrir en carne propia la muerte del personaje de Aureliano Buendía.

Esa tarde subió al cuarto del dormitorio donde Mercedes (su esposa) dormía y le comunicó la muerte del coronel. Se acostó a su lado y estuvo llorando dos horas. Cuando a mediados de 1966 finalizó Cien años de soledad, se confesó desconcertado, desnudo, se preguntaba en voz alta que iba a hacer en adelante.

Los capítulos originales los leyeron, entre otros, el crítico literario Emmanuel Carballo, quien de inmediato aseguró encontrarse con una obra maestra. La novela no se editó en Era, sino que la envió a la  casa de publicaciones de origen argentino Sudamericana.

En pocos días los directivos de la editorial le respondieron con un contrato y una suma de adelanto sin precedentes en América Latina, 500 mil dólares. Con aquel dinero terminarían finalmente sus penurias económicas. En México, Cien años de soledad no sólo fue recibida con entusiasmo por Carlos Fuentes y otros amigos del Gabo, sino por los mismos lectores cuando vio la luz un 30 de mayo de 1967.

A los 15 días se preparó una segunda edición de 10 mil ejemplares y en toda América Latina había una gran demanda. En México se solicitaron 20 mil ejemplares y en países extranjeros querían publicarla en su idioma. En tan sólo tres años vendió 600 mil ejemplares, y en ocho, aumentó a dos millones, el resto es historia.

Con la partida de García Márquez se va también una de las principales voces que predijeron la omnipresencia de la cultura latinoamericana en todo el orbe. “El espíritu joven de América Latina late en mi alma como el corazón de un cancerbero”, afirmaría en una ocasión, comparando ese ímpetu con lo polvoso, herrumbrado y decadente de muchos perfiles del viejo continente, que en su opinión, tenía mucho que aprender de la sangre nueva de los latinos e inevitablemente legarles la estafeta como los futuros regidores del orden mundial, visión que conservó hasta sus últimos días y que expresó claramente durante su ya célebre discurso al recibir el Premio Nobel de Literatura.

 

 


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